Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La mano

 

El Diario Vasco, 1958-06-29

 

      Hace muchos años el profesor del Seminario de Vitoria, don Leoncio Arabio-Torre, publicó en una revista, ya hace tiempo desaparecida, la revista «Junior», un trabajo que me llamó extraordinariamente la atención. Trataba de este tema aparentemente tan simple y, por decirlo así, tan vanal: la mano.

      Impedido por un accidente para efectuar cualquier suerte de movimiento manual, el autor se había complacido en analizar la infinita serie de operaciones que aquella herramienta insuperable es capaz de hacer. El señor Arabio-Torre exprimía y estrujaba auténticamente el léxico que simboliza tan enorme diversidad operativa.

      A menudo el tema de la mano se me ha vuelto a presentar y he llegado a pensar, francamente, que se trata de un tema profundo e importante, que tiene mucho que ver con el concepto mismo de la vida individual y social.

      El profesor de Lyon, Juan Vialatoux, sugiere precisamente, en su obra titulada «Significación humana del trabajo» la idea de que se construya una «psicología de la mano». La expresión puede resultar paradójica y aun, para algunos, escandalosa; pero el autor deshace todo equívoco con copia de sutiles y tranquilizadoras razones. Todo el esfuerzo de Vialatoux en ese libro consiste precisamente en preparar el camino de una filosofía, es decir, una psicología, una ética y una metafísica del trabajo. Coincidiendo en su empeño con otros intelectuales cristianos intenta romper el embrujo helénico que aún cautiva al alma occidental: la concepción del trabajo físico como pura esclavitud.

      Nadie ignora la enorme influencia ejercida sobre la historia contemporánea por los dos hombres que pensaron sus filosofías en función del trabajo; pero Proudhon y Marx no fueron, desgraciadamente, cristianos, y las ideologías que ellos levantaron tuvieron desde su propia base un signo materialista y radicalmente terreno, que es el antipolo del mensaje evangélico.

      El propósito que ahora anima a los reformadores cristianos del mundo del trabajo —a los cristianos que creen que hay algo más que la caridad benéfica, la justicia conmutativa y la conservación de las estructuras económicas tradicionales— no puede ser realizado a fondo sin una filosofía adecuada. Sólo un pensamiento profundo puede dar solidez a una acción duradera.

      La división, a veces completamente convencional, entre trabajo manual o «servil» y trabajo intelectual o «liberal» y su desigual consideración han hecho y siguen haciendo mucho daño. Toda una corriente de «absentistas laborales», es decir, de hombres que quieren escapar de la servidumbre del trabajo físico, se lanza sobre los puestos burocráticos y administrativos, donde «se vive bien», o, por lo menos, «se dura», sin necesidad de grandes esfuerzos. Así la máquina y el surco son abandonados, y en todos los países crece el número de funcionarios, más o menos intelectualizados, de todas las categorías y clases.

      La «Psicología de la mano», de Vialatoux, nos devuelve a otros horizontes más genuinamente humanos. Olvidamos, al pensar en el trabajo manual, que la mano del hombre es una mano espiritualizada. La mano no es una zarpa, ni una garra, ni una aleta, sino el instrumento por excelencia, el «organum organorum» de un espíritu encarnado. «La mano es el testigo por excelencia de la encarnación de nuestra inteligencia y de la intelectualización de nuestro cuerpo». Al fin y al cabo, no es el cuerpo carcelero y el alma cautiva, ni el cuerpo corcel y el alma jinete —viejas y equívocas imágenes de reminiscencia platónica—. La mano es justamente el símbolo visible y actuante de la unidad del ser misterioso «que somos».

      Por medio de ella, nuestro pensamiento penetra en el mundo de la materia y lo altera. La mano acaricia, palpa, estruja, rompe el espacio físico en su derredor; pero también piensa o ayuda a pensar. No es enteramente paradójico el dicho de Anaxágoras: «El hombre piensa porque tiene manos». También el aquinense nos recuerda, en su perfecto equilibrio, que el «hombre tiene razón y manos». Es peligroso concebirlo, pues, como un espíritu angélico cuando realmente es un ser corpóreo espiritual.

 

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