Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Lucidez

 

El Diario Vasco, 1959-01-11

 

      Leo en la revista «Études» un artículo que me interesa, sobre la «experiencia de la lucidez».

      Â¿Qué es esto de «experiencia de la lucidez»? Es una especie de sacudida o de naufragio, que ocurre súbitamente, y en el que uno se da cuenta de pronto de la inconsistencia en que vivía hasta entonces. «Sentí que no había nada bajo mis pies. Aquello sobre lo cual me había apoyado hasta aquel momento, no existía ya y no me quedaba nada sobre lo cual pudiera seguir viviendo», dice León Tolstoi en sus Memorias.

      Gabriel Marcel presenta el caso del «hombre de la barraca» que ha quedado despojado de todo, desprovisto de familia, perdido en un campo de refugiados. Inesperadamente, despierta, echa un vistazo sobre sí mismo, se encuentra como flotando en la existencia, sin nada a que asirse. «¿Por qué estoy aquí? ¿Qué significa todo? ¿A donde voy a parar? ¿Qué es esto que llamo «yo»? ¡Yo! ¡Yo!».

      Pero este «hombre de la barraca» no está loco. Ve las cosas con mayor lucidez, es más normal que muchos que viven sumergidos en grandes o pequeños negocios de todas clases, metidos en la lógica de todos los días, que no explica nada ni entiende nada en realidad.

      No hace falta que uno se convierta en «persona desplazada» —esa horrible categoría que la última guerra ha puesto tan de actualidad— para sufrir o atravesar la experiencia de la lucidez. Otras clases de choques son también capaces de provocar este extraño efecto. Casos como este se dan con frecuencia en las personas que nos rodean y acaso se han dado o se darán, en cualquier momento, en nosotros mismos. Pero una vez que se ha sentido la lucidez ya no se puede volver a la situación en que se estaba anteriormente.

      Lo importante es que ese fenómeno cambia por completo la posición de uno mismo y la propia visión de las cosas. Le permite a uno salir de la diversión o «aturdimiento en que vivía. Se encuentra uno ante la Esfinge. El misterio radical: «¿Qué es esto de «ser» y a qué conduce?». Como decía Ramiro de Maeztu: «Asombrarse de estar en el mundo, sentirse extraño». Eso es, en definitiva, la lucidez.

      Para consultarnos a nosotros mismos el misterio, todo lo humano puede servir; incluso lo que parece más sagrado. Cabe seguramente utilizar estas cosas elevadas, de modo que se conviertan en una forma de «divertissement» pascaliano.

      El aturdimiento consiste en vivir de lo efímero y contingente aun a sabiendas —o quizás sin saberlo— de que esto no puede llenar el alma.

      Existen toda clase de aturdidos, de divertidos o insensatos. Cabe también un aturdimiento religioso, que es, sin duda alguna, el más expuesto de todos, precisamente porque utiliza un material más noble y elevado.

      Quien quiera repasar las páginas de San Juan de la Cruz encontrará en ellas un amplio catálogo de todas las cosas que pueden «divertir» al hombre y que son de apariencia y de materia religiosa, ya que no de espíritu.

      La lucidez es un camino. Es un trance por el que quizás todos han de pasar tarde o temprano. Es una tremenda sinceridad consigo mismo que le deja a uno definitivamente a la intemperie.

 

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