Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Ciencia y personalidad

 

El Diario Vasco, 1959-04-26

 

      Resulta muy difícil —por no decir imposible—, ponerse de acuerdo sobre lo que es «un hombre normal». No vale decir: «Normal soy yo, y todo lo que no coincide con mi propio modo de ser, de pensar, de sentir o de vivir, lo considero como extraño y anormal». Convengamos en que este criterio, bien que muy extendido, es demasiado subjetivo y rudimentario.

      En general, se tiende a identificar lo «normal» con lo «medio». Se dice que un individuo es «normal» cuando «no se sale de lo corriente». ahora bien, cada día está más claro que todo el mundo se sale de lo corriente en algo o por algo. Ser persona es ya «salirse de lo corriente».

      Según el científico americano R.G. Williams, «sólo hay una probabilidad entre seis mil quinientas de que un individuo posea un estómago de tamaño medio, una capacidad media de aspiración e impulsión de corazón, una actividad media de la glándula tiroidea, un número medio de Islas de Langerhan en el páncreas, un apetito sexual medio, una sensibilidad media al dolor físico y un requerimiento medio de calcio y vitamina A». Si esto se dice de lo puramente biológico, ¿qué no diremos de lo psíquico?

      En un artículo de la excelente revista de Investigación y pensamiento «Eidos», Dolores Gracián hace notar «que se ha gastado hasta ahora poco tiempo y esfuerzo en la investigación de cómo los individuos normales difieren unos de otros». El artículo se titula «Química y Personalidad» y aporta un conjunto de datos del mayor interés a este respecto.

      La ciencia ha tendido siempre, en efecto, a buscar lo universal, las categorías comunes y las leyes generales. Hoy, sin embargo, lo mismo en Ciencia que en Filosofía, se reconoce también la importancia de un saber de lo individual.

      En algunas cuestiones la investigación de la personalidad tiene mucho interés y no se puede prescindir de ella. Charles Sammié, uno de los prestigios del Servicio de Identificación Judicial francés, daba no hace mucho importantes datos científicos acerca de la identidad personal, tanto en lo psicológico como en lo biológico y morfológico. Solamente en lo que hace a la presencia de ciertos ácidos en el protoplasma resulta según Sammié, un número de posibilidades muy superior al de millares de generaciones de hombres. Cada ser humano, dice Sammié en la revista «Impact», tiene su composición química particular propia y diferente de los demás hombres y la coincidencia entre dos ejemplares humanos es prácticamente imposible.

      También en Medicina se ha hecho resaltar muchas veces el error que constituye el proceder por métodos genéricos e indiferenciados para toda suerte de individuos. La verdad es que «no hay enfermedades, sino enfermos» y que «es más importante saber qué enfermo tiene la enfermedad que qué enfermedad tiene el enfermo». Es también aquello tan famoso del doctor Marañón de que «el régimen no debe establecerse pensando en la enfermedad, sino en el enfermo». Y no digamos nada del campo psíquico, donde esta aspiración a descubrir lo personal se halla más acusada que en ningún otro.

      Es un gran progreso para la mente humana —enamorada, por otra parte, de lo universal y genérico— el volver su mirada con mayor atención a lo concreto. El pensar general y abstracto, en cualquier orden que sea, está lleno de peligros cuando no va compensado por un gran respeto a lo particular o individual.

 

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