Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Pecado estructural

 

El Diario Vasco, 1959-09-20

 

      En el curso de las últimas Conversaciones, que, dicho sea de paso, resultaron notablemente interesantes, se llegaron a definir, con pleno acuerdo de la totalidad de los conversantes, varias normas de «pecado colectivo», conjuntos de «pecados personales relacionados».

      Una de ellas es la que allí se denominó, al menos provisionalmente, el «pecado estructural», extraño nombre hasta ahora nunca empleado por ningún moralista, pero que corresponde a una realidad, por desgracia harto conocida en muchas partes.

      El pecado estructural es el que se realiza a expensas de unas estructuras sociales determinadas que bien sea por haber quedado rigurosamente inmovilizadas, bien porque ya desde su origen fueron fruto del pecado, favorecen la realización de actos injustos.

      La persistencia de semejantes estructuras, admitida o tolerada por la inmensa mayor parte de los ciudadanos, revela, en su raíz, la complicidad colectiva en aquellas injusticias o pecados.

      Lo curioso del caso es que el «pecador estructural» aparece en cierto modo protegido y justificado por la ley. El ejemplo típico es el del burlador de cargos fiscales. Este señor detrae a la comunidad bienes que se le deben a la misma y cuenta para ello con la general aprobación de sus conciudadanos. Es una persona honrada, o como tal se le considera. Si el susodicho caballero, armado de un trabuco, se dedicara a asaltar pobres caminantes en cualquier encrucijada, la opinión pública lo condenaría paladinamente. Pero puesto que solo pretende eludir el pago de algunos impuestos —supremo anhelo de todo contribuyente—, el defraudador podrá estar perfectamente tranquilo y seguro de su honradez.

      Hay en este caso una especie de tácita y generalizada complicidad, cuya consecuencia trágica es nada menos que la mala distribución de las cargas y de las riquezas.

      El defraudador se justifica ante sí mismo y tranquiliza su conciencia alegando que si no recurriese a tales medios defensivos el fisco no le dejaría vivir, ya que el legislador concibió sus leyes contando con la existencia de un gran número de granujas.

      Y no le falta razón.

      Por eso decimos que el pecado estructural es un «pecado colectivo», es decir, un pecado en el que muchos y hasta muchísimos somos cómplices en mayor o menor grado.

      En una sociedad económicamente mas estructurada, el granuja expulsa al hombre honrado, de la misma manera que en una sociedad fiduciariamente insana «la mala moneda expulsa a la buena».

      El ejemplo que se acaba de presentar es bien conocido y bien triste. Podrían citarse otros muchos, en todos los cuales las malas estructuras, aceptadas por una gran parte del cuerpo social, constituirían una especie de tentación o de invitación al mal.

      El precepto de los maestros moralistas de que «se ha de huir de las ocasiones» tiene entonces una clara aplicación. Los males estructurales han de superarse mediante un saneamiento o transformación adecuada.

      Pero para ello habrá también que sanear y sensibilizar la conciencia pública, que es como decir la resultante de una multitud de conciencias individuales.

      Convengamos en que este es un trabajo terrible, donde uno puede encontrarse con sorprendentes descubrimientos y serios sinsabores.

 

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