Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Johnson y los intelectuales

 

El Diario Vasco, 1965-07-11

 

      En la política, como en todo lo demás, lo peor, lo más temible es lo oscuro e incierto.

      Todo el mundo sabía con suficiente claridad en qué consistía la «doctrina Kennedy», aunque la realidad no siempre se ajustase a la teoría.

      En cuanto a Goldwater, su doctrina fue clara, tan clara que dio lugar a una de las más despampanantes derrotas electorales de la historia americana.

      Por el contrario, nadie ha podido saber todavía en qué consiste la doctrina del actual presidente. Algunos dicen que la «doctrina Johnson consiste precisamente en no tener doctrina, lo que podría resultar perfectamente mefistofélico a condición de ser inteligente.

      También para Bernard Shaw la regla de oro de la sabiduría es que no hay regla de oro. Pero la opinión mundial, o por lo menos la parte más inteligente de ella, en la que naturalmente nos incluimos, se muestra muy preocupada por esta carencia de doctrina johnsoniana.

      El Vietnam y Santo Domingo son sangrientos callejones sin salida. Ni el prestigio ni la supuesta voluntad de paz americana parecen resultar favorecidos por estas empresas militares.

      Pero lo más grave del caso es que cualquier gesto americano compromete a todos los demás pueblos del mundo, porque la suerte de la paz se halla casi totalmente en manos de Norteamérica.

      Por eso inquieta tanto ese cheque en blanco que la propaganda americana quiere hacer firmar al mundo occidental.

      Vietnam y Santo Domingo sólo tienen un nombre en la terminología policial: «imperialismo». Un nombre mil veces execrado, pero que vuelve siempre, y más aún cuanto mayor es el desequilibrio de la potencia técnica entre los pueblos poderosos y los débiles.

      Pero puesto que el imperialismo es inevitable, puesto que estamos condenados a él por exigencia histórica, nos gustaría que fuese del bueno y no del malo.

      Y lo primero que en estos tiempos hay que exigir a una política imperialista es que no parezca imperialista.

      Kennedy fue en esto lo bastante cauto para llamar al imperialismo «democracia mundial». La diferencia que existe entre los dos casos es bien sencilla: en el imperialismo todo neutral es reputado hostil. En la democracia, en cambio, todo neutral es reputado favorable.

      Lo primero es como decir: «El que no está conmigo, está contra mí», mientras que lo segundo equivale a: «El que no está contra mi está conmigo». Dos frases de contenido radicalmente distinto, a pesar de su analogía formal.

      Para salvar su política de no tener política, Johnson necesita unos teóricos que sepan hacer frases y juegos de palabras o de números. Ahora se le atribuye la intención de rodearse de un círculo de intelectuales siguiendo en esto los pasos de Kennedy.

      Puede que ello sirva para poner las cosas en claro, aunque tal vez termine de oscurecerlas del todo. Tales suelen ser, en efecto, las dos virtudes de los intelectuales.

      En todo caso nos sentimos muy satisfechos de ver que los intelectuales a pesar de su reconocida estupidez e inutilidad, siguen siendo un aparato necesario en la política.

      O, como hubiera dicho Foxá, «un lujo del Estado».

 

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