Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Rhodesia

 

El Diario Vasco, 1966-01-09

 

      Sea cual sea el futuro —o próximo— desenlace de la cuestión de Rhodesia, el asunto se presta ya a múltiples consideraciones.

      En primer lugar es de notar el hecho de que los promotores del nuevo régimen rhodesiano, rechazan, categóricamente, el calificativo de racistas. Esto prueba que la palabra está hoy muy desacreditada; pero no significa en modo alguno que el hecho del racismo sea por eso menos virulento y real.

      El racismo es una idea, es una secreción colectiva.

      El racismo es un hecho y los hechos no se demuestran. Lo único que interesa es saber la actitud que debe adoptarse ante ellos.

      Evidentemente, un racismo aislado no constituye un problema político mientras no se oponga a otro de signo o color diferente. Durante varios siglos de colonización europea en África negra los blancos dominaron a los negros y no había problema racista. El hecho se producía, por decirlo así, del modo más natural del mundo, por la simple razón de que el fuerte se impone al débil.

      Los traficantes blancos cazaban en las selvas africanas a los hijos de Cam y los utilizaban ventajosamente como bestias de carga o como producto comercial de excelente rendimiento.

      En los árboles genealógicos de muchos negros coetáneos nuestros, figuran algunos huecos correspondientes a las tías y tíos abuelos que un buen día desaparecieron del clan o de la tribu, después de una razzia de los blancos sin que nunca se volviera a saber más de ellos entre los parientes.

      Los negros cultos de hoy que vienen a estudiar a las universidades europeas y que toman parte en las reuniones internacionales, lo saben y nos lo echan en cara a los blancos. Dicen que este recuerdo les resulta poco simpático y no les inclina, en manera alguna, a confraternizar con nosotros.

      La invención de la máquina de vapor y de las técnicas industriales modernas dio al traste con el negocio de los negreros. En los Estados nordistas de la Unión, en los que la industrialización progresaba rápidamente, el esclavo resultaba un tipo anacrónico e incómodo. Tener que alimentar y alojar a un hombre es, como ustedes comprenderán, un mal asunto dentro de la organización de la vida moderna.

      ¿Qué haría uno con uno o con varios esclavos cuando ni siquiera tiene sitio para acomodar a los hijos dentro de casa?

      Se pensó, pues, en la necesidad de buscar fórmulas nuevas. Se decretó la libertad de los esclavos negros y se prohibió la importación y exportación de este artículo. De esto hace aún poco más de un siglo.

      Pero el mal estaba ya hecho. Y el rastro histórico del pecado colectivo había quedado ahí, sembrado en la Historia.

      La liberación civil del negro no supuso su redención cultural, social y económica. Tanto en su tierra de origen como en los países a los que había sido trasplantado, el negro pasó a engrosar las masas de los desposeídos y de los miserables. Las historias auténticas que se cuentan a este respecto son terribles. Muchos negros añoraban el antiguo régimen de esclavitud.

      Pasaron los años y se llegó así a la época actual, la era de la descolonización.

      Entre tanto había ido surgiendo en muchas partes del mundo un racismo negro más violento y agresivo que el racismo blanco. El negro empezaba a ser un peligro para la Humanidad blanca.

      En algunos países recién descolonizados se produjeron a un momento dado, actos de violencia y de odio contra los blancos que extrañaron y escandalizaron a muchas personas, las cuales ignoran o han olvidado quizás la historia de la esclavitud negra.

      Los blancos de Rhodesia se consideran, y son, en efecto, tan africanos como los negros, con la única diferencia de que en sus árboles genealógicos no existen vacíos análogos a los que antes hemos mencionado. La razón que alega Smith para privar a la mayoría de los negros de sus derechos cívicos es su estado de incultura y de salvajismo. Su impreparación para una vida política normal desde el punto de vista democrático y civilizado.

      Es posible que tenga razón, al menos en parte; pero ¿puede esgrimirse este argumento en la situación actual del mundo?

      Rhodesia es hoy un país test. El mundo negro mira con inquietud hacia él. Smith nos compromete a todos los blancos, aunque no tengamos nada que ver con los antiguos traficantes holandeses e ingleses.

      El Occidente se juega ahí su prestigio moral, es decir, lo que le queda de este prestigio, ante el tercer mundo.

      El caso Smith rebasa el señor Smith y aun a la propia Gran Bretaña. Casi nadie piensa que su régimen pueda constituir una solución durable aunque, en lo inmediato, puede, eso sí, originar serios compromisos.

      Pero esto no significa tampoco que no vaya a subsistir años y años, porque la Historia está llena de contrasentidos y sabido es que el que da primero da dos veces.

 

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