Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Reforma universitaria

 

El Diario Vasco, 1967-05-14

 

      Que la Universidad está necesitada de una reforma estructural es cosa obvia y que casi todo el mundo admite en este momento.

      La Prensa se ha referido profusamente al tema durante estos últimos meses y se han dibujado ya algunas posiciones cerradas en ciertos puntos del debate como, por ejemplo, en la cuestión de la llamada «libertad de enseñanza».

      La lectura de muchos de estos comentarios y críticas deja una impresión penosa. Uno tiene la sensación de que se está empequeñeciendo el debate y, lo que es más triste aún, de que la verdadera idea, la idea grandiosa, de la Universidad, «alma mater» de la cultura, está ausente de todas estas discusiones.

      En la universidad española se confunden hoy dos instituciones que de suyo son distintas y corresponden a funciones diferentes dentro del cuerpo social. (Y si me apuran no dos, sino tres, porque habría que hablar también de la investigación con fines utilitarios).

      En primer lugar está esa obligada fiscalización de los conocimientos o de la preparación intelectual de los profesionales, que han de ejercer en la sociedad determinadas funciones (médicos, abogados, ingenieros, «etcétera»).

      Es esta, en principio, una función del Estado, porque en último extremo es el Estado quien garantiza la capacidad técnica de los profesionales mediante la expedición de títulos en los que se hace constar esta competencia. Es una función muy importante que el Estado puede delegar en otras instituciones no dependientes de é, como ocurre en muchos países, pero, en definitiva, algo puramente policial o administrativo que no tiene gran cosa que ver con el ansia de cultura y de saber que caracteriza el verdadero espíritu universitario.

      Esta segunda función constituye realmente la esencia del quehacer universitario y su grandeza propia.

      La Universidad es el lugar donde se realiza ese altísimo comercio de los espíritus en el que participan cuantos sienten la vocación de la cultura, sea que quieran adquirir nuevos saberes, sea que quieran comunicar y cultivar los que ya poseen. En la verdadera universidad, tanto el profesor como el alumno, satisfacen una misma necesidad esencial del alma humana, necesidad de saber y de comunicar lo que se sabe.

      Claro que este aspecto de la cuestión queda hoy —en medio de este jaleo en que vivimos— casi completamente relegado, porque no hay paz ni verdadero deseo de sabiduría y porque, como es sabido, a la mayoría de la gente lo único que le importa es la «utilidad».

      Ahora bien, algunos de los actuales defensores de la Universidad estatal dan la impresión de defender más el prestigio o los intereses y privilegios de un cuerpo de funcionarios públicos que la auténtica vocación de la cultura.

      Por otro lado, los ardorosos partidarios de la «libertad» y de los «derechos de los padres» muestran a menudo en su forma de argumentar una gran carencia de genuino espíritu universitario. En definitiva, se defiende la capillita porque, como soy pequeñito, tengo que sostener que la pequeñez es una cosa grande. y reaparece casi siempre bajo una u otra forma la constante manía del «ghetto» voluntario que tanto daño ha hecho a las instituciones de signo confesional.

      Si nos remontásemos un poco, si todos nos pusiésemos a pensar juntos, o a soñar, en esa gran Universidad que fuese la Universidad de todos —y no una simple oficina pública regida por los señores de un escalafón— en la que dentro de un único pero amplísimo marco pudieran tener cabida, sin odiosos particularísimos las distintas familias de espíritus, ideológicas o religiosas, que coexisten en la sociedad, quizás pudiera luego recabarse una auténtica autonomía para esa gran corporación de la Cultura y, a partir de ahí, ya no habría enfrentamiento entre lo estatal y lo privado, porque ambos aspectos habrían dejado de existir.

      A mi juicio, el problema que ahora se intenta plantear es un pseudo problema que nace de la decadencia de la propia Universidad. Que me den una Universidad grande, una Universidad amplia en la que quepamos todos los universitarios, y esa Universidad será libre.

      Aunque, como es su obligación, la pague el Estado con el dinero de toda la Sociedad.

 

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