Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Oídos sordos

 

El Diario Vasco, 1967-09-10

 

      Se lamenta Juan Gomis con su habitual ingenuidad —ya ustedes me entienden— de la actual inoperancia del comentario periodístico en España.

      Importantes proyectos de ley que habían sido severamente criticados por la prensa de todos los matices en curso, han resultado luego aprobados por mayorías abrumadoras, con insignificante número de votos en contra.

      Gomis se extraña de esto. Reflexiona. Se muestra perplejo. Tal vez un poco cansado. Aunque le separan variante de bastante, o de mucha envergadura de otros compañeros escritores, se muestra conforme con todos ellos en el intento «de decir, con toda la persuasión, talento, gracia, ingenio y claridad posibles, su parecer. Seguramente muchísimo lectores compartieron aquellas opiniones, se alegraron de que fueran expresadas; probablemente hubo quienes esperaron que de algo sirvieran».

      Pero parece que no sirvieron de mucho. Por eso Gomis se extraña y reflexiona. Después lo piensa mejor. Reacciona. En el fondo entiende que su trabajo no es completamente inútil.

      Y termina su columna con estas palabras alentadoras para todos los que escribimos: «El periodista considera el esfuerzo colectivo realizado y sus resultados. Considera el inmediato pasado. Considera el porvenir. Y no ceja. Sigue tecleando en la máquina».

      La cuestión planteada por Gomis es, en efecto, una cuestión importante.

      Desde que se implantó la nueva Ley de Prensa se han dicho muchas cosas en los periódicos. En algunas han aparecido discrepancias y esto no tiene nada de particular. En otras, en cambio, se ha manifestado una casi completa uniformidad acerca de determinadas aspiraciones del momento actual, a una mayor libertad, a una más grande autenticidad. Se ha hablado en los periódicos de universidad libre y de universidad oficial; de libertad de expresión y de crisis de intelectuales; de descentralización y de regiones; de bilingüismo y de pluriculturalismo; de grupos y de asociaciones políticas; de reforma agraria, de política económica, de problemas obreros, de crisis industrial y de muchísimas otras cosas interesantes. Se ha hablado bien e incluso, en algunas cosas, resulta que estamos todos de acuerdo.

      Y sin embargo, parece que la Sociedad no se entera. Muy poco o nada de todo esto se refleja en el ámbito de la legislación. Nadie parece sentirse afectado por esos comentarios.

      Entonces se pregunta uno si el juego de teclear en la máquina sirve para algo. Uno se pregunta si esas opiniones de prensa expresan de modo efectivo un estado de la opinión pública o si, por el contrario, no tienen nada que ver con ésta, lo cual sería lamentabilísimo. Se pregunta uno, incluso, si en España existe algo a lo que de modo adecuado, se le puede aplicar el término de «opinión pública».

      Son demasiadas preguntas, tal vez y no fáciles de contestar. Lo importante es no desanimarse. Tratar de llevar a las columnas del periódico, sin excesiva deformación, algo de lo que la gente piensa, e, incluso, dice, en el terreno privado.

 

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