Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Programa federalista

 

El Diario Vasco, 1968-02-11

 

      A pesar de todas las dificultades Europa sigue avanzando hacia su unidad política. Veinte años va a hacer que se celebró el famoso congreso de La Haya, amplio y brillante aerópago al que concurrieron las más relevantes personalidades políticas europeas y un gran número de entusiastas federalistas de diez y ocho países. La Europa unida parecía estar entonces al alcance de la mano.

      Es cierto que las circunstancias políticas del momento favorecían extraordinariamente la idea de una federación europea en el terreno económico, militar y político. El 25 de febrero del mismo año 1948, Benes había sido violentamente suplantado por Gotwald. El poder dictatorial de Stalin se ejercía en toda su grandeza y pesaba como una amenaza sobre la independencia real de la Europa occidental.

      Pero no fue sólo el miedo al Este lo que dio impulso al trabajo federalista de aquella hora, sino la convicción de que la federación era el único medio de superar las diferencias internas y de hacer progresar realmente a Europa.

      De aquella hora de entusiasmo salieron grandes cosas y la primera de ellas el Consejo de Europa, promotor de rango excepcional, al que vino a agregarse más tarde, en abril de 1951, la C.E.C.A., la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, cuya alta autoridad aparecía dotada de ciertos poderes supranacionales.

      Después empiezan a surgir dificultades. A medida que el mundo va recobrando su fisonomía pacífica, o por lo menos «coexistencial», bastantes hombres políticos se van apartando del europeísmo. Por otra parte, algunas naciones, especialmente Francia, se ven sumergidas en sus propias dificultades internas y surge un inesperado despertar del nacionalismo galo. El 5 de mayo del 53 muere Stalin. El 27 de julio termina la guerra de Corea. El 7 de mayo del 54 capitula Dien-Bien-Phu. Poco después Mendès France firma el armisticio con el Vietnimh. El honor francés se siente profundamente herido; pero aún le esperan la crisis de Argelia y la descolonización.

      Todas estas circunstancias contribuyen a frenar el movimiento europeísta. La idea de Europa es sin embargo, una constante de nuestro tiempo y vuelve a renacer rápidamente. En junio de 1955 tiene lugar la «relance» de Messina. Como resultado de ella se prepara la unión aduanera y se firma en 1957 el tratado de Roma que establece el Mercado Común y el Euratom. Cuando De Gaulle llega al poder se encuentra ya, como quien dice, con todo hecho. Pese a su inclinación a las ideas histórico-retrospectivas, tiene que transigir con la realidad y, también, con la fuerte presión de la opinión europeísta, que se deja sentir en las últimas elecciones presidenciales.

      Así se llega hasta el momento actual, momentos sumamente favorable como lo demostrarán los acontecimientos de los próximos años.

      En primer lugar el balance del Mercado Común es excelente. La unión aduanera en materia industrial estará totalmente terminada en julio próximo, con diez y ocho meses de anticipación sobre el plazo previsto pro el Tratado de Roma. La Comunidad Europea, espacio económico de 184 millones de habitantes, constituye la primera potencia mundial importadora de alimentos y de materias primas (treinta y uno por ciento del comercio mundial frente a diez y seis por ciento de los Estados Unidos) y la mayor exportadora de productos industriales (33 y 26 por ciento, respectivamente).

      En segundo lugar, hay también ahora una causa política que va a favorecer la unidad política europea. Ya no es el temor al Este sino el llamado desafío americano. En la nueva era industrial las naciones europeas corren el riesgo de convertirse, relativamente, en países subdesarrollados, a menos que no pongan su esfuerzo técnico y científico. Para ello Europa necesita hoy la unidad política o, por lo menos, «cierta unidad política» que los celosos defensores de las soberanías nacionales no pueden darle.

      A este fin el único camino posible es el esquema federalista. Pero el federalismo comporta, como es sabido, la exigencia de un doble progreso «ad intra» y «ad extra». Limitación de las soberanías nacionales en beneficio de determinados poderes supra-nacionales concedidos a las instituciones europeas, por una parte. Y por otra, y simultáneamente, descentralización, vigorización de las regiones, de las economías comunales y de las minorías étnicas. Este doble movimiento requerirá, además, un profundo cambio de las estructuras sociales europeas.

      He aquí algunos elementos principales de lo que a mi juicio ha de ser el programa federalista en los años que se aproximan.

 

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