Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Triple autonomía para la Universidad vasca

 

Deia, 1977-06-10

 

      Uno de los quehaceres que el pueblo vasco tendrá probablemente que afrontar tan pronto logre su régimen autonómico, será el de la universidad. Ahora, bien parece que en este asunto las ideas no están todavía muy claras entre nosotros y que habrá que darles muchas vueltas antes de intentar llevarlas a la práctica.

      Algunos se imaginan la universidad como un centro docente determinado, ubicado en tal o cual ciudad, con su edificio o edificios, su cuerpo de profesores, su alumnado, su biblioteca, sus laboratorios, etcétera. Es decir, un centro, más importante que otros, de un nivel más elevado —sin duda— pero, al fin y al cabo, un centro docente más.

      No es ese mi punto de vista. Para mí la Universidad vasca no debe ser en ningún caso un centro singular, sino más bien el conjunto de todos los centros e instituciones que dentro del país se dediquen a la transmisión de la cultura, desde la ikastola y la escuela primaria hasta los institutos altamente especializados que el día de mañana habrán de crearse en Euzkadi para la formación de investigación y hombres de ciencia.

      Es decir, yo veo la Universidad vasca como un todo: una totalidad moral y organizativa, dotada de una estructura muy abierta, muy democrática, y que admita en su interior esa gran variedad de instituciones que un pueblo necesita para conservar y hacer avanzar su cultura. La Universidad vasca debe ser la universidad de todos; no la universidad de unos pocos ni menos aún, la de unos contra otros.

      Fundar una universidad no consiste precisamente en levantar unos edificios, en montar unas instalaciones, dotar unas cátedras contratar un personal auxiliar... Todo esto está muy bien. Todo eso es necesario; pero el espíritu de una universidad —valga la expresión— se encuentra más allá de tales cosas materiales.

      La actual universidad española no es, ciertamente impopular; pero tampoco es popular: es simplemente a-popular. El pueblo —la mayoría de la gente— no tiene nada que ver con ella; ni la entiende, ni le importa. Muchas universidades viven aisladas, como hongos, sin que la sociedad se interese por ellas, ni ellas por la sociedad.

      El País Vasco debería intentar la creación de una universidad genuinamente popular, es decir, que la gente se sintiese concernida por ella y como formando parte de ella.

      Un catedrático de Lovaina, el profesor Jacques Leclercq, me decía una vez —hace años— que era corriente que sus amigos extranjeros, que iban a visitar la ciudad en plan turista, le preguntasen: — «Pero aquí, ¿dónde está la universidad?». A lo que él solía contestar invariablemente, no sin cierta ironía: — «¿La universidad?. La universidad es todo. La universidad está en todo el pueblo».

      Por cierto que esta idea se aproxima a la que algunos tienen de lo que será la universidad del futuro, la universidad del año 2.000: la «universidad sin paredes», la «open university», es decir, una institución ampliamente difundida en una sociedad y prácticamente confundida con ésta. Hospitales, talleres, granjas, bibliotecas, museos, tribunas, medios de comunicación, salas de espectáculos e incluso campos de deportes, serán, al parecer, en esa futura universidad, los lugares en que los jóvenes del porvenir se instruirán, con preferencia a cualquier tipo de aula cerrada.

      Napoleón hizo de la universidad francesa una dependencia de la Administración. Lo confirió el monopolio de los títulos y el privilegio de la formación de los mandos políticos y sociales de una sociedad fuertemente caracterizada ya como sociedad de clases. La universidad dejó de ser una comunidad autónoma para convertirse en un aparato burocrático, rígidamente centralizado, a las órdenes directas del Ministro de Instrucción Pública.

      Moyano copió este modelo napoleónico, e implantó un sistema bastante parecido y que, en sus líneas generales, aún sigue vigente en España.

      A estas alturas nosotros no debemos seguir ese mismo sistema, que muchos dan ya por trasnochado, tanto en Francia como en España. Necesitamos algo nuevo y, sobre todo, algo que responda al genio del pueblo vasco, así como a sus necesidades actuales y futuras.

      Me atrevo a afirmar —y esta es la principal idea que quisiera subrayar en el presente artículo— que, para que pueda tener éxito, la futura Universidad vasca deberá asentarse sobre tres autonomías.

      En primer lugar, genuina autonomía cultural de la Región respecto al Estado, es decir plenas facultades para organizar su vida cultural de acuerdo con su propio modo de ser y sus naturales aspiraciones, incluyendo —evidentemente— la defensa y el desarrollo de la propia lengua.

      En segundo término —y no menos importante que la anterior— plena autonomía de la Universidad vasca respecto a las instituciones políticas de la Región, las cuales deberían limitarse a coordinar inicialmente la actividad docente, dotar a las instituciones enseñantes de los medios económicos necesarios y garantizar su eficacia, continuidad e independencia.

      Y —finalmente— dentro ya de la misma Universidad, libertad de los centros con relación a los órganos rectores de aquella, evitándose toda odiosa centralización, de modo que cada uno de esos centros o instituciones pudiera realizar democráticamente sus fines e inspiraciones educativos.

      Creo que estas tres autonomías son indispensables y que si no se establecen con toda claridad desde un principio no podrá realizarse la gran obra que queremos responda a las actuales aspiraciones y esperanzas del pueblo vasco.

 

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