Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Política y simplificación

 

El Diario Vasco, 1980-11-02

 

      La realidad social, la vida entera de un pueblo, es un sistema de relaciones complejísimo que se resiste a toda simplificación.

      Sin embargo el político tiene que reducir la realidad a términos simples para poder entenderse con ella. Lo mismo que cualquier otra actividad, ciencia, arte o saber humano, la política tiene siempre que simplificar.

      El peligro está en que se confunda una cosa con otra. Es decir, en que el hombre —el especialista, el científico, el artista, el político— acabe creyéndose que la realidad se identifica con la previa simplificación que él mismo ha introducido en ella.

      Así, por ejemplo, se confunde casi constantemente el estado con la nación, que son dos cosas, no sólo distintas, sino de naturaleza enteramente distinta. El estado —estructura jurídica y organizativa— no puede, en efecto, identificarse con la nación, población humana, conjunto de hombres y mujeres, realidad vive, abigarrada, en permanente movimiento, a la que aquella organización trata de aplicarse.

      El estado es, de alguna manera, una simplificación de la nación. Confundir ambas cosas, el estado con la nación, lo simplificante con lo simplificado, es un mal procedimiento que puede acarrear pésimas consecuencias en la vida de un pueblo o de una comunidad de pueblos como la nuestra.

      Y hay otra simplificación, más peligrosa aún que la anterior, que es la que a menudo tienden a introducir los «enarcas»: identificar el estado con la administración, como lo estamos viendo estos mismos días en la polémica autonómica.

      Así, de simplificación en simplificación, puede llegarse a las más graves y temibles clasificaciones de la vida política.

      Gastón Bachelard ha escrito que el espíritu de simplificación está en la base del determinismo. Es decir, que el científico, una vez que ha simplificado la realidad, llega a creerse que el juego de causas y efectos funciona en ella con absoluto rigor, de modo que todo el universo parece una máquina mono-rail.

      Algo análogo ocurre en política. El político verdadero sabe que tiene que operar siempre con aproximaciones; que la auténtica realidad no está en las leyes, que los juicios de valor, que necesariamente han de hacerse para poder legislar y gobernar, nunca pueden ser rigurosos, ni exactos ni dogmáticos.

      Sabe, o debe saber, el político, que los movimientos de los pueblos no están regidos por principios inalterables, como las que, aparentemente, gobiernan la mecánica celeste. Mi maestro Don Julio Rey Pastor dijo alguna vez que el astrónomo Laplace había fracasado como ministro del interior de Napoleón porque se figuraba que las comunas francesas debían responder a sus designios con la misma fijeza con que los planetas respondían a sus cálculos.

      Querámoslo o no, la realidad de un pueblo es enormemente compleja y no se la puede encerrar en un puño, como quieren algunos señores con madera de dictadores.

      Una política democrática nunca puede ser determinista, pues en ella juega, de modo fundamental, un factor indeterminista por naturaleza, que es, precisamente la libertad de la persona humana.

 

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