Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Los bienes públicos

 

El Diario Vasco, 1981-05-10

 

      La práctica del sufragio universal no es, a mi juicio, la característica más importante de una democracia.

      Es cierto que la existencia de un sistema electoral o plebiscitario que permita a todos los ciudadanos participar en las decisiones políticas es cosa muy importante para la vida de una democracia. Pero no es lo más necesario ni lo primero a tener en cuenta.

      Lo que mejor caracteriza a una democracia es quizás la extensión y difusión de los bienes públicos y el modo de administración de los mismos. Que haya muchas cosas públicas, que sean de todos y para todos; que la generalidad de los ciudadanos se sienta dueña y responsable de esos bienes; que sepa disfrutar de ellos y que de alguna manera tenga también parte en su gobierno y dirección. Todo esto son signos significativos de una buena democracia.

      Por el contrario, el hecho de que una gran parte de los bienes estén en las manos de un número reducido de ciudadanos, contradice desde su raíz la idea misma democrática.

      Si en una sociedad determinada cada hijo de vecino quiere tener su coche mientras los transportes públicos están por completo abandonados; si las familias acomodadas le hacen ascos a una Sanidad pública insuficientemente atendida; si unos pocos privilegiados pueden gozar de sus preciosos jardines al mismo tiempo que los parques públicos brillan por su ausencia o por su estado de deterioro; si los libros sólo están al alcance de las do bolsas afortunadas a la vez que las bibliotecas públicas escasean y están desprovistas de fondos válidos; si ocurre todo esto y otras muchas cosas análogas ¿cómo puede hablarse de verdadera democracia?

      Un hermoso paisaje, una atmósfera sin contaminación, unas calles bien urbanizadas, unos hermosos jardines públicos, un buen servicio de televisión son por naturaleza «bien común».

      Extensión de lo público, prestigio de lo público; interés por los bienes públicos y disfrute de los mismos por todos los ciudadanos, son características esenciales de una buena democracia moderna.

      La escuela pública es un caso particular de lo que venimos diciendo hasta aquí. Sin una buena escuela pública —de todos y para todos— no parece que se pueda construir la democracia.

      Sin embargo en nuestra sociedad puede observarse que muchos padres desprecian la escuela pública y no están dispuestos a enviar a ella a sus hijos. La escuela pública parece ser para ellos, una «escuela para pobres», cosa que no ocurre en otros países más civilizados y desarrollados que el nuestro.

      Hay que acabar con la fascinación que la expresión «escuela de pago» ejerce sobre muchas pobres gentes que hacen enormes sacrificios para dar a sus hijos lo que ellos llaman una buena educación, es decir, una educación de pago.

      Â¿De dónde proviene este fenómeno de descrédito de lo público? ¿Por qué este empeño de privatizarlo todo?

      Harían falta unos análisis muy minuciosos para descubrir las ocultas causas de este mismo fenómeno.

      Por lo que hace a la escuela pública volveremos alguna otra vez sobre el tema, pues es una cuestión de la mayor trascendencia para la sociedad vasca, en este momento en que el Estado acaba de transferir a la misma todo el sistema educativo primario y medio.

 

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