Carlos Santamaría y su obra escrita

 

El concepto de «fetiche»

 

El Diario Vasco, 1981-05-31

 

      Muchas palabras que proceden del repertorio marxista se han ido introduciendo en el lenguaje ordinario o común, y hoy nos resultan prácticamente imprescindibles para interpretar la marcha del mundo.

      Así: «estructura» y «superestructura»; «alienación»; «proletariado» y «subproletariado»; «sociedad de consumo», etcétera, son hoy voces de uso corriente y cuyo significado todo el mundo conoce con mayor o menor exactitud.

      Menos usual que las anteriores es el vocablo «fetiche» y su derivado «fetichismo» que Marx introdujo en el primer libro del Capital.

      Marx explica en dicho lugar que en la Edad Media europea había una gran variedad de tipos de personas —siervos y señores, vasallos y nobles, menestrales y clérigos— unidos todos por relaciones de dependencia de carácter eminentemente personal.

      Â«Precisamente porque la sociedad estaba basada en la dependencia personal, todas las relaciones sociales aparecían entonces como relaciones entre personas» —escribe Marx—. De esta suerte —dice— los trabajos diferentes que cada uno hacía o las funciones que ejercía en la sociedad, se traducían en servicios, prestaciones, ayudas, intercambios e, incluso, formas de protección personal, de un carácter netamente humano.

      Pero en las sociedades modernas una gran parte de esas relaciones personales ha ido despareciendo y las mismas han sido sustituidas, en gran parte, por relaciones económicas. En este sentido, y como objeto inhumano que cosifica la relación personal, Marx habla del «dinero fetiche» y del «fetichismo de la mercancía».

      Posteriormente a él diversos autores han hecho un uso muy amplio del concepto de «fetiche». Se ha hablado así del «arte fetiche», de la «política fetiche», de la «escuela fetiche» y de la «religión fetiche», expresiones éstas que no siempre son de fácil entendimiento para la mayor parte de la gente.

      Pero ¿qué es, en definitiva, un fetiche? Un fetiche no es en definitiva más que un objeto de relación interpersonal que ha quedado convertido en cosa a-personal o impersonal.

      Theodor W. Adorno ha dado una buena definición del fetiche: «Un fetiche es la proyección sobre el mundo de las cosas, de una relación humana que ha dejado de ser percibida como tal».

      Pongamos un único ejemplo: la obra de arte fetiche.

      Los antiguos decían que el Bien, la Verdad y la Belleza son de suyo difusivos; es decir, que aquel que de algún modo los posee se ve impelido a trasmitirlos o a comunicarlos a otros.

      Toda obra de arte es así llamada o exigencia de comunicación. Artista creador y artista receptor son personas que dialogan a través de ese intermediario sustancialmente humano que es la obra de arte. Y es que —bien miradas las cosas— el «receptor» de la obra de arte no es en el fondo menos artista que el creador de la misma. Así, por ejemplo, el compositor que ha creado la obra musical necesita absolutamente del auditor que la comprenda y se deje penetrar por ella.

      Ahora bien, cuando la obra de arte se convierte en mercancía, puede decirse que se ha trasformado en otro objeto distinto, por completo ajeno a esa relación personal de que hemos hablado. De suyo, la verdadera obra de arte no es nunca vendible, sino sólo comunicable. El arte que se compra y se vende ya no es un objeto sustancialmente humano. Es un fetiche que en cierto modo, desplaza a la verdadera obra de arte.

      Aplicada la idea del fetiche al campo de la educación, al de la política, e incluso al de la religión, nos permite obtener resultados de gran interés.

      Una buena clave de nuestro tiempo, es esta de los fetiches.

 

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