Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Todo es según el color...

 

El Diario Vasco

 

      Vasco Ronchi director del Instituto de Óptica de Florencia en un reciente y luminoso artículo sobre la influencia social del progreso de la Óptica, pone de relieve la trascendencia que ciertas invenciones como las lentes, el anteojo y el microscopio han tenido en la vida humana. Es curioso lo que cuenta Ronchi de que la sabiduría medieval negó todo valor científico a las lentes por estimar que un aparato que deforma la visión de la realidad no puede ser útil para nada.

      Filósofos y matemáticos se negaron a dar cabida en el templo de la ciencia a esos pequeños vidrios que habían de servir con el tiempo para descubrir mundos infinitos o infinitésimos. Esos pequeños vidrios gracias a los cuales innumerables personas de vista defectuosa pueden seguir haciendo uso de sus ojos con toda normalidad.

      La argumentación de los sabios no podría ser más simple: puesto que la vista ha sido hecha para mostrarnos «lo que es» y las llamadas lentejas o lentes alteran la visión de los objetos dando lugar a la producción de apariencias ilusorias, su utilización debe ser condenada como antinatural e impropia de personas cultas e instruidas. Fundándose en este simple razonamiento apriorístico los sabios rechazan todo valor científico de las lentes. Y cuando Galileo fabricó el primer anteojo y se puso a anunciar con varias horas de anticipación la llegada de los barcos al puerto de la Serenísima República de Venecia, y, lo que es más todavía, cuando se puso a descubrir satélites ignorados, aquello fue un terremoto para la ciencia, y para la cultura humana. Un terremoto del que no nos hemos repuesto todavía: la clara y luminosa visión natural había sido, en cierto modo, superada por un instrumento artificial.

      Hasta entonces el hombre había contemplado el Universo a simple vista. La visión del Universo a través del anteojo era algo nuevo y revolucionario. Estábamos ya en el Renacimiento y a punto de empezar una gran aventura.

      Mientras tanto, durante esos tres siglos de espera, los fabricantes de lentejuelas de vidrio, para arañas y collares, siguieron utilizándolas y los curanderos enseñaban su manejo a las personas de mala vista. La invención de las lentes no fue llevada a cabo por los científicos sino contra los científicos de la época.

      La pretensión ingenua de que se puede ver y reproducir «lo que es», es decir la realidad, ha sido una gran rémora tanto para la ciencia como para el arte.

      Cuando hoy todavía hay gente que echa en cara a los pintores que no pintan «lo que es», la realidad, sino algo que parece que no tiene nada que ver con ella, se piensa en la enorme dificultad de que nos entendemos todos.

      Ortega tiene en uno de sus ensayos una frase reveladora acerca de la pintura impresionista. En el impresionismo —dice Ortega— «en vez de pintar los objetos como se ven, se trata de pintar el ver mismo».

      Hay pues un cambio copernicano en la actitud del artista. De la misma manera que Descartes y los filósofos idealistas ya no se proponían conocer mediante el conocimiento sino conocer el conocimiento, los pintores modernos a partir de Cézanne renuncian a reproducir lo real y se contentan con pintar «el ver». Lo cual no es tampoco grano de anís.

      El que inventó la frase vulgar «nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira», ignoraba que había puesto el dedo en la llaga del relativismo y el subjetivismo moderno.

 

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