Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Los ateos tibios

 

El Diario Vasco, 1956-06-24

 

«Parece ser que nos acercamos al momento de saber si el hombre puede pasar sin Dios». Paul ROSTENNE.

 

      Si ciertos ateos se empeñaran en ser ateos de verdad, estoy por decir que no habría que temer por ellos: acabarían creyendo. Al parecer, la mayor parte de los ateos lo son lo bastante superficialmente para no preocuparse de profundizar en su no-creencia. Se muestran tibios en su ateísmo, se deshacen del problema, lo eluden y se contentan con vivir al margen de toda explicación absoluta de la existencia. Esto les permite dedicarse a comerciar, a divertirse o a cualquier otra cosa: a todo, menos a mirarle cara a cara a la Esfinge.

      Es posible que si Saulo hubiera procedido de esta forma, Dios no se hubiera ocupado para nada de él; pero Saulo se puso a combatirle con tal entusiasmo, que Dios tuvo que derribarle del caballo y darle una buena lección, convirtiéndole en el apóstol de los gentiles.

      El ateo que quiere vivir en serio su ateísmo, que se siente religado a él, que se inquieta, que busca el sucedáneo de Dios, que hace del propio ateísmo una especie de religión, puede en cualquier momento ser derribado de su caballo, porque tiene al menos un caballo. El tibio, en cambio, siempre pie a tierra en su vulgaridad, no inspira ningún interés a nadie y hasta los cielos se desentienden de él. «Porque eres tibio, porque no eres ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca».

      Pensaba en esto al leer un buen libro de Paul Rostenne que acaba de traducir al español un editor valenciano, «La fe de los ateos».

      No nos salvaremos del ateísmo por alejamiento, sino por profundización —viene a decir el autor, paradójicamente pero con un fondo indiscutible de razón.

      Mientras el ateo se limite a negar o a soslayar el tema, podrá mantenerse, quizás, en su posición; pero en cuanto se ponga a construir algo, a afirmar algo, algo que quiera tenerse, algo que no sea pura carencia, topará con el problema de lo absoluto, que es como decir con el problema de Dios, y se encontrará en su camino de Damasco.

      Rostenne espera que los ateos tibios hagan fracasar el materialismo dialéctico —el ateísmo tomado en serio— de la misma manera que los cristianos tibios habrían estado a punto de hacer fracasar tantas veces el cristianismo, si éste fuere fracasable.

      No olvidemos, en efecto, que junto a los ateos tibios, y tan superficiales como ellos, hay que colocar a los creyentes tibios o pseudocreyentes, que pueden incluso hacer profesión pública de una presunta creencia en Dios, pero que, de hacerlo sinceramente, tendrían que contestar con un «no» rotundo a la pregunta: «Si Dios no existiera, ¿tu vida se modificaría en algo, se operaría en ella un cambio importante y real?».

      La verdad es que apenas se distinguen unos de otros —cristianos tibios y ateos tibios—, porque todos constituyen una masa indiferenciada, inerte e insípida, incapaz de moverse ni de ser movida. La forma moderna y constructiva de ateísmo es el materialismo dialéctico. A los militantes de la creencia trascendente se oponen hoy los militantes de la creencia inmanente. La idea de Dios no es simplemente negada, sino reemplazada por otra, que es la del Mundo en Evolución, la cual recaba para sí el mismo culto y la misma entrega que Dios exige a sus fieles.

      Entre los partidarios de estas dos fes o, mejor dicho, de esta no-fe y de aquella Fe, se amontona la muchedumbre inmensa de los tibios. Poco importa que se declaren o no creyentes. Todos coinciden en su radical inoperancia y son capaces de hacer fracasar cualquier causa fracasable a la que se aproximen.

 

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