Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Pecado colectivo

 

El Diario Vasco, 1956-08-05

 

      Es bien conocida la frase de Péguy, referida al estado de injusticia social en que vivimos, de que «nuestra sociedad esta en pecado mortal». La mala distribución de los bienes entre los hombres, lo mismo que entre las naciones, es, en efecto, difícilmente atribuible a unos cuantos responsables individuales: es, más bien, una situación fatal en la que se acumulan los pecados contra la justicia de muchos hombres y de muchas generaciones. Un estado de «pecado colectivo» del que no puede salirse fácilmente, a pesar de los esfuerzos de los dirigentes sociales y religiosos, de los hombres de empresa y los políticos de buena voluntad, porque en él está implicada la Humanidad entera.

      No bastó la predicación de la Buena Nueva para que se corrigieran los abusos de los poderosos contra los débiles. La esclavitud fue mantenida, y aún extendida, en las sociedades cristianas. Multitudes famélicas siguieron arrastrando su indigencia ante la indiferencia de la mayor parte de las gentes acomodadas. Sólo de cuando en cuando se vio surgir un Francisco de Asís, un Bartolomé de las Casas o un Monsieur Vincent.

      El progreso técnico pone actualmente en manos de los hombres la posibilidad de realizar una vida social más moral y digna, que es la aspiración tácita del cristianismo. La técnica, bien utilizada, permitiría acometer una transformación profunda de la vida humana y remover aquel estado de cosas, implantando los principios cristianos de la justicia en la existencia real de los pueblos.

      Por eso la responsabilidad de nuestro tiempo es enorme. El hecho de que los adelantos técnicos, en lugar de ser aprovechados en beneficio de la Humanidad entera, y, sobre todo, de la parte más miserable y necesitada de ella, sean objeto de una exclusiva, limitada a una porción mínima del género humano y —lo que es peor aún— se les convierta en medio de destrucción y de muerte, es un pecado colectivo del que nuestra generación resulta responsable como la generación judía del siglo primero fue responsable de la muerte de Cristo.

      Ahora bien, aunque un buen día de la noche a la mañana, todos los hombres se transformasen en santos y comenzaran a proceder el acuerdo con un sentido estricto de la justicia, las consecuencias de los pecadores y de los vicios seculares, condensadas en el transcurso de los tiempos, estarían todavía ahí, presentes, frente a nosotros.

      Es este poso maléfico lo que constituye el obstáculo primordial para la instauración de un mundo mejor: un orden social más justo, una mejor distribución de las riquezas y de los frutos del trabajo, un reparto más equitativo del esfuerzo y de la responsabilidad entre los humanos...

      La aspiración a ese mundo nuevo es hoy compartida por muchos hombres de distintas ideologías y de diferentes tendencias filosóficas o religiosas. En lo que ya no estamos todos de acuerdo es en la forma de realizarlo.

      Un pensador guipuzcoano, todavía poco conocido, I.R. Gamecho, ha publicado precisamente hace poco un libro titulado «La última encrucijada», en el que, en forma literaria, plantea la tesis de una necesaria colaboración entre todos los hombres en torno a lo que él llama las «cuestiones asociantes» por oposición a las cuestiones que dividen o cuestiones «disociantes».

      El tema puede parecer paradójico, pero no lo es en realidad. Merecerá la pena de que volvamos a ocuparnos de él en algún otro de nuestros «Aspectos».

 

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