Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Objeción de conciencia

 

El Diario Vasco, 1957-01-06

 

      Nadie puede ampararse en una orden recibida de un superior para cometer una tropelía o realizar un acto inmoral; la orden injusta no debe ser obedecida.

      Este principio ha sido siempre terminantemente afirmado por los moralistas cristianos y aplicado por éstos a casos muy diversos de la vida social. Así, por ejemplo: «un juez no puede pura y simplemente apartar de sí la responsabilidad de su decisión para hacerla recaer enteramente sobre la ley y sus autores: (discurso de Pío XII, 6 noviembre 1949). «No existe derecho alguno, obligación alguna, ningún permiso, para llevar a cabo un acto en sí mismo inmoral, aún cuando sea ordenado por un superior, incluso si el negarse a cumplirlo lleva consigo los mayores quebrantos personales» (discurso del 3 de octubre de 1953).

      Contra toda interpretación precaria y servil de la obediencia, la moral cristiana pone pues en juego la conciencia y la responsabilidad del subordinado.

      Esta exigente doctrina puede conducir, y de hecho conduce en la práctica, a situaciones muy delicadas y difíciles. ¿Cómo sabrá el inferior que la orden recibida es injusta? Y, si llega al convencimiento de esta injusticia, ¿cómo encontrará la fortaleza suficiente para resistirla, perdiendo su empleo o quizás su vida? El «deber de desobedecer» la orden injusta exige, en ocasiones verdaderos actos de heroísmo y la Historia es testigo de algunos de ellos.

      Ahora bien, el argumento de la orden injusta ha sido frecuentemente invocado de modo abusivo para rehuir el cumplimiento de determinadas obligaciones fundamentales de justicia social. Este es, por ejemplo, el caso de los llamados «objetantes de conciencia». Lo son en particular los cuáqueros y mennonitas, los testigos de Jehová y los miembros de otras confesiones o sectas cristianas, los cuales se niegan sistemáticamente a tomar las armas por estimar que toda guerra, incluso la guerra defensiva, es injusta. Ellos interpretan de esta manera el quinto mandamiento y se consideran impedidos en conciencia para realizar el servicio de las armas.

      El mismo argumento ha sido empleado también en los últimos tiempos por los «católicos progresistas», simpatizantes con el comunismo, al oponerse al rearme occidental.

      Por eso tiene gran importancia la declaración que el papa ha formulado en el último mensaje de Navidad acerca de este asunto.

      Ya en anteriores ocasiones había él vituperado las campañas que debilitan las virtudes políticas y la capacidad defensiva del mundo occidental.

      Ahora se ha expresado en términos todavía más precisos y concretos que no dejan lugar a dudas. Los católicos progresistas y los pacifistas a ultranza no podrán ya seguir apoyándose en la tesis de la objeción de conciencia para crear dudas en la opinión sin ponerse en flagrante oposición con el magisterio eclesiástico.

      Las democracias occidentales tienen el deber de defenderse. «Si una representación popular y un Gobierno elegido por libre sufragio, ante una necesidad extrema, y actuando con los medios legítimos de política interior y exterior, establecen medidas de defensa y ejecutan las disposiciones que juzguen necesarias, se comportan de una manera que no es inmoral. De suerte que ningún ciudadano católico puede invocar su propia conciencia para negarse a prestar los servicios y a cumplir los deberes fijados por la ley».

      Se ve que estas palabras han sido muy cuidadosamente pesadas y medidas para evitar toda vaguedad o imprecisión de lenguaje y lograr que sean referidas al objeto que persiguen.

      La declaración del Papa viene, en cierto modo, a zanjar las discusiones de estos últimos años entre partidarios y enemigos de la objeción de conciencia y debe ser subrayada como un acontecimiento doctrinal importante en la situación actual del mundo.

 

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