Karlos Santamaria eta haren idazlanak

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Capricho primaveral

 

El Diario Vasco, 1957-05-19

 

      En esta mañana de primavera el espíritu siente unos deseos enormes de escaparse. ¿Cómo? ¿A dónde? ¡Ah! No se sabe.

      Quizás a un universo sin límites, ni formas, ni esencias en el que no hubiera ideólogos, ni juristas, ni sistemas, ni fórmulas, ni fuera necesario emplear ninguna clase de lenguaje, porque todo estuviese dicho ya.

      Un mundo en el que las cosas no tuvieran paredes y pudiéramos penetrar en ellas sin resistencia y pasar a su través como en los sueños.

      Y las almas fuesen permeables de modo que no existiera mío ni tuyo, sino que todos estuviésemos como fundidos en el amor...

      Los realistas —si alguno me lee— dirán que todo esto son estupideces, que sólo cuentan para los místicos y para los poetas y que no existe ningún mundo real fuera de este «sucio y duro mundo» en que vivimos.

      Acaso digan también —y esto es casi peor— que el deseo de infinitud, lejos de representar una dimensión excepcionalmente importante del ser humano, no es sino simple autoficción con la que damos forma conveniente a una inconfesable y subconsciente apetencia de nuestro yo oscuro.

      Pero uno no está conforme con estos realistas y hasta puede dudar de que verdaderamente lo sean.

      Son ellos, acaso, los que se fabrican un mundo irreal, el mundo de la obsesión y de la desesperanza, un mundo a-espiritual en el que quieren encerrarnos.

      Parece como si les gustara apisonar la tierra del espíritu con su implacable método positivista, para que de ella no brote ni planta, ni flor, ni mata.

      Las mañanas de primavera —combinado de sol y de bruma— son una cosa excelente, aunque raras veces podamos gozar de ellas, alterados como andamos por la constante agitación.

      Pero la primavera más importante es la que uno lleva dentro de sí mismo.

      Â«Cada hombre tiene dentro de sí su lluvia y su buen tiempo» —decía Pascal.

      También su otoño, su primavera y su invierno...

      El espíritu de cada hombre posee sus propios equinoccios y no hace cuenta apenas del calendario astronómico.

      Â¡Bienaventurados aquellos que viven siempre en primavera, porque de ellos será el verano!

 

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