Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Mentira y Eficacia

 

El Diario Vasco, 1957-11-24

 

      Debemos tener una enorme fe en la eficacia del bien. Es una fe oscura y difícil en un mundo en el que los hechos parecen dar la razón con excesiva frecuencia a la tesis contraria; pero resulta necesario que la mantengamos si no queremos hundirnos en la tiniebla moral.

      Muchos, empero, están tan convencidos de la ineficacia de los medios políticos moralmente correctos, que llegan a defender —aún sin dejar de declararse católicos— tesis coincidentes con las del positivismo maquiavélico.

      Los partidarios de las actitudes violentas, que no se paran en barras para defender o realizar «el bien», deberían reflexionar sobre el valor moral de sus propias posiciones.

      La esencia del maquiavelismo político consiste, en definitiva, en la máxima «el fin justifica los medios». Donde tal principio se aplica existe una inmoralidad radical que corrompe la acción, por elevado que sea el fin que a ésta se le atribuya.

      Pero la cuestión va aún más lejos, a mi entender. Cabe, en efecto, replanteársela desde el punto de vista de la eficacia: preguntarse si un medio malo es capaz de realizar efectivamente un fin bueno. (En nuestro caso, el Bien común, el buen vivir de la multitud). Si el acto inmoral tiene capacidad para crear bienestar o, dicho de otro modo, si los medios inmorales pueden, de hecho, servir al Bien común.

      Yo me inclino a creer que no. A mi juicio no existe, en política, una eficacia al margen de la moral.

      He aquí mi afirmación: lo que es inmoral no sólo es malo, sino que es políticamente ineficaz. Una política contraria, en sus medios, a la justicia, no sólo es una política mala, sino que es una mala política; es una política torpe que, a la corta o a la larga, tiene que fracasar. Los medios no sólo no están justificados por el fin bueno, sino que no pueden servirle realmente.

      Comprendo que esta idea es discutible y que algunos me objetarán, recordándome que este mundo no es un reino de justicia ni de bondad y que por tanto la maldad puede triunfar y tener éxito en él, sin que por eso exista motivo para escandalizarse.

      Pero mi opinión se funda en la esperanza de que la naturaleza humana no se halle tan caída que el espectáculo de la Historia haya de resultar, por necesidad, algo totalmente repulsivo y odioso, como lo ve Camus.

      Pienso, pues, que, en general, los medios inmorales serán políticamente ineficaces.

      Citemos un solo ejemplo: la mentira.

      La mentira es un mal moral, tanto en el plano de las relaciones personales como en el de las relaciones públicas. Un político, lo mismo que otro hombre cualquiera, no debe mentir. (Que nadie me venga en este caso con reservas mentales y otros paliativos por el estilo, tratando de eludir el problema).

      Pero, con todo, cabe preguntarse si será un acto práctico; si, pese al pecado, esa mentira no resultará muchas veces útil y, en definitiva, eficaz para el Bien colectivo.

      Pues bien: aquí puede haber dos opiniones. La de los que sostienen que la mentira es inmoral, pero eficaz. Y la de los que pensamos que la mentira política es, además de inmoral, ineficaz.

      A mi entender, la mentira nunca sirve al Bien común. Sólo en apariencia y por un corto tiempo puede ser práctica; a la larga la utilización de la mentira como arma política se vuelve siempre contra los que la emplean y contra la sociedad misma que la padece.

 

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