Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Opinión sobre Ortega

 

El Diario Vasco, 1959-04-12

 

      Deseo llamar la atención de mis lectores sobre el excelente artículo que don Urbano Gil, profesor del seminario de Vitoria, dedica en el último número de la revista «Lumen» a la filosofía de Ortega y Gasset.

      La doctrina de este ilustre escritor ¿es o no compatible con la ortodoxia? Esta cuestión ha recobrado actualidad recientemente al publicar, el P. Ramírez un libro, muy comentado y discutido en ciertos medios intelectuales, en el que se denuncia a Ortega como contradictor del dogma católico. La crítica del P. Ramírez ha parecido a algunos excesiva y sobre todo poco objetiva respecto del pensamiento de Ortega.

      Las conclusiones de don Urbano Gil me parecen importantes y dignas de ser puestas de relieve en este lugar. La concepción del hombre como proyecto —«un ente que tiene que afanarse en la realización de sí mismo»— no le parece al profesor Gil opuesta a las exigencias de la fe. La afirmación de que Ortega sea partidario del evolucionismo integral en la generación del hombre no la tiene tampoco por fácilmente demostrable. Se reconoce además en el artículo que comentamos que, aunque Ortega no logre deshacerse del todo del relativismo historicista, esta dificultad podría llegar a ser superada dentro de su sistema, ya que no es una exigencia esencial del mismo. Con todo, la ausencia de un núcleo de doctrina sobre el problema espiritual —el alma y Dios— es justamente considerada como un falto esencial de la filosofía orteguiana, algo que se echa de menos en ella y que habría que tratar de remediar dentro de su mismo cuadro.

      A mí, en efecto, me ha llamado siempre la atención que se haya podido escribir tanto y tan bien como lo ha hecho Ortega temas fundamentales del hombre y de lo humano sin casi hablar de Dios, sin tomar claramente partido en esta cuestión radical —el problema de Dios— ni en pro ni en contra de la creencia religiosa. ¿Obedece esta actitud a una carencia esencial o a una abstención sistemática?

      En cualquier caso Ortega no se expresa apenas acerca de este punto, que es, en definitiva, el gran punto, el punto y aparte de nuestra existencia. De sus brillantes imágenes, de sus originales puntos de vista, de sus ingrávidas frases, hállanse casi siempre ausentes la idea de Dios, la necesidad, el deseo y la esperanza de Dios. Y como estas cosas son clave, no sólo del arco religioso, sino también y en primer término de la ojiva filosófica, la filosofía de Ortega, sin dejar de parecerme un intento serio y sincero, me llena el alma de una tristeza infinita. Al pasear mi espíritu sobre las páginas de Ortega, he sentido en más de una ocasión, junto al embrujo estético que su lectura produce, una especie de claustrofobia que no acertaría a describir aquí.

      Respeto, pues, al hombre —¿cómo no?— y también sus ideas, fácilmente acomodables a diversa suerte de actitudes. Pero para solucionar mi personalísimo problema prefiero bucear en otras aguas, quizás más procelosas, pero sin duda más hondas que las de Ortega.

 

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