Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Grandes pasiones

 

El Diario Vasco, 1959-12-06

 

      Departía yo en París no hace mucho con dos jóvenes estudiantes de Ciencias Políticas —«sciences-po», como allí se dice en el argot universitario— cuando, de improviso, «me salió» esta sentencia desconcertante: «Desengáñense ustedes; sin pasión no hay buena política».

      Es curioso —notémoslo de paso— esto de que uno pueda desconcertarse a sí mismo con frases y palabras salidas supitañamente de su propia boca; pero ello puede ocurrir, y hasta me atrevería yo a creer que ocurre con frecuencia.

      Los vocablos que uno pronuncia, los párrafos que uno escribe no siempre proceden de la consciente e inmediata reflexión, sino de un fondo escondido de instintos y reflejos mentales. Así uno se ve sorprendido por su propia palabra y sólo más tarde reflexiona.

      Reconozco de buen grado que la idea en cuestión no tenía nada de estoico —¡ah! los estoicos, aquellos excelsos maestros de quienes aprendieron impasibilidad nuestros incrédulos positivistas, resignados a volver a la nada—; mas no es extraña pareja incongruencia en quien poco, ciertamente, tiene de estoico.

      El caso es que uno no cree en la impasibilidad política, ni siquiera en la de los británicos, que pasan por ser los campeones mundiales de la flema.

      Lo que ocurre es que la palabra «pasión» es una de esas que han ido viniendo a menos en el transcurso del tiempo, debido al mal uso que de ella han hecho equívocos moralistas, más deseosos de inspirar miedo a la vida que de enseñar a vivirla con plenitud. Contrasta esta estrechez con la nobilísima significación que el Aquinense le diera, haciendo de las pasiones, gobernadas por la razón, la materia misma de las virtudes.

      Las pasiones, y particularmente las pasiones políticas, hay que rehabilitarlas y debe decirse muy claro que no se puede hacer política sin ira —por los males que los pueblos sufren—, sin amor al pueblo verdadero, sin alegría, ni deseo, ni tristeza, ni duelo. En suma, sin pasión.

      Lo malo es cuando tales afectos se desgobiernan y se aplican a objetos ajenos al suyo verdadero, que es el bienestar de la multitud y la dignidad —enorme palabra— del ciudadano.

      En la política sobran hoy, quizás, malas pasiones, pasiones inconfesables y menudas pasiones. Pero faltan grandes pasiones.

      Y esto es lo grave.

 

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