Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Acusaciones contra el capitalismo

 

El Diario Vasco, 1960-04-24

 

      Los economistas-humanistas ocupan hoy una postura típica dentro del campo de los sistemas de pensamiento económico.

      El reciente «Manifiesto por una civilización solidaria» lanzado por el dominico L.J. Lebret servirá para agrupar voluntades y dirigir esfuerzos en una dirección a mi juicio altamente deseable.

      En estos momentos en que el capitalismo liberal está haciendo esfuerzos para superarse a sí mismo, y debatiéndose enérgicamente con grandes dificultades, se ven quizás más claras que nunca sus radicales deficiencias.

      Sin duda se le deben resultados importantes tales como la promoción de la era técnica y la movilización de grandes riquezas naturales en el transcurso de los ciento cincuenta últimos años.

      La aceptación —aunque sea a regañadientes— de cargas y limitaciones, en favor del bien colectivo, por una parte, y de los derechos del trabajador, por otra, ha moderado y humanizado el capitalismo; pero hay que reconocer que todo eso son parches y aditamentos extraños a la esencia misma del sistema. La verdad es que el puro y estricto capitalismo liberal no puede aceptar otro móvil para las acciones económicas que el lucro; todo lo demás es periférico y el sistema capitalista no está en condiciones de incorporarlo a su propia médula sin negarse a si mismo.

      Este capitalismo humanizado, moderado, contenido por medidas legales, apenas se resigna a conservar sus uñas cortadas y aprovecha todas las ocasiones que se le presentan para dejárselas crecer de nuevo.

      Los economistas-humanistas le echan en caras su incapacidad para orientar y objetivizar las inversiones en función de la importancia y de la urgencia de las necesidades de los pueblos.

      Con arreglo a sus propios principios estas necesidades no le interesan al capitalismo sino en la medida en que puedan dar resultados rentables. Desde luego una empresa capitalista no es una institución benéfica y hay que confesar que los técnicos que se niegan a hacer inversiones de escasa o nula rentabilidad, a pesar de que serían útiles para la sociedad, conocen su oficio y son consecuentes con él. La tragedia está en el sistema, en el concepto mismo de la actividad económica que tiene la doctrina liberal-capitalista.

      En último término, el hombre no le interesa a esta doctrina sino como productor, como poseedor o detentador de bienes, como comprador y como vendedor, en suma como materia de la actividad lucrativa.

      Esto crea un vacío de ideas y un materialismo práctico que tiende a ser llenado —no olvidemos el principio aristotélico de que la naturaleza tiene horror al vacío— por el materialismo ideológico y práctico del comunismo, de contenido infinitamente más espeso.

      Tienen razón, a mi juicio, los economistas-humanistas cuando en la parte de su manifiesto dedicada a la crítica del capitalismo se expresan en los siguientes términos: «La imbricación del capitalismo y del Estado ha llegado a ser tal, que en política económica las decisiones se hallan sometidas mucho más a imperativos inmediatos y particulares de expansión, de firmas o de grupos de firmas que a la coherencia del desarrollo y a las exigencias de la solidaridad universal y de la paz. Las intervenciones internas del Estado dominado no alcanzan a regular el crecimiento económico, ni a atenuar la tensión agricultura-industria, ni a disminuir la frecuencia e intensidad de los conflictos. Sus intervenciones exteriores no proceden de una percepción de la evolución profunda del mundo, a la cual habría que adaptarse, sino a las presiones, a menudo faltas de inteligencia, de las coaliciones interesadas».

      Esto crea un vacío de ideas y un materialismo práctico que los occidentales nos ocupemos de llenar este vacío con una nueva y firme doctrina económica, de auténtico corte dirigista, que con arreglo a nuestra tradición tiene que ser también radical y eficazmente humanista y personalista.

 

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