Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La situación de los católicos en la Península

 

Alderdi, 160 zk., 1960-07

 

      La redacción del Boletín francés de «Pax Christi» me ha hecho el honor de pedirme un artículo sobre los católicos españoles. Es un artículo que me preocupa por razones fácilmente comprensibles.

      Bien quisiera contestar a esta petición con cifras, con estadísticas y con datos sociológicos, como hoy se acostumbra pero esto me parece demasiado abstracto y además no es mi especialidad. Prefiero dejar que hable mi alma: aunque sea menos científico, es más humano y en el fondo más real. Mi exposición tendrá pues el valor de un testimonio personal más que el de un análisis de laboratorio.

 

Pesada herencia de la guerra civil

 

      Hay que reconocer que el tema no es fácil. El lector no debe olvidar que en España tuvo lugar una especie de «guerra santa» de 1936 a 1939 con, tal vez un millón de muertos, y que, veinte años después de la terminación de este conflicto, la discriminación política subsiste de hecho entre vencedores y vencidos. Una verdadera reconciliación no se ha producido entre las dos facciones que guardan cada una por su parte, profundos rencores. Mientras que los unos se instalaron en el poder, como, únicos dueños, sin dialogo político con cualquier oposición válida, sin un sistema efectivo de representación popular, los otros esperan una convulsión o un despertar favorable de la opinión pública.

      Problemas muy delicados se plantean hoy en la Iglesia, que empiezan a inquietarla, en particular el de las relaciones con el Estado.

      Cuando se quiere conocer la situación real del catolicismo español en el momento actual, no hay derecho a desconocer este aspecto fundamental de la cuestión. Creo yo que por el contrario existe el deber de expresarlo, sin parcialidad, sin pasión, sin rencor desde luego, como yo trato de hacerlo en este momento, pero también sin miedo y sin descanso, hasta que una mutua reparación y verdadera reconciliación tan amplia como sea posible, tenga lugar, al mismo tiempo que se inicie un juego político leal y abierto a todos.

 

Signo de una renovación espiritual

 

      Dicho esto, hay que reconocer, o más bien afirmar, que hay en el catolicismo español algunas buenas cosas y aun cosas excelentes de las que algunas son debidas realmente al apoyo material y moral del Estado —siempre interesado en mantener su preciosa alianza con la Iglesia— y otras sin duda las más importantes y profundas a la renovación espiritual y a la revisión de conciencia que una parte de los dirigentes católicos ha conseguido en el curso de los últimos años.

      Magníficos seminarios han sido construidos en varias diócesis; las vocaciones religiosas se han multiplicado por doquier; nuevas formas de apostolado han sido experimentadas, los institutos seculares han tenido un desarrollo de importancia creciente, el renacimiento litúrgico ha comenzado a dar sus primeros frutos; el nivel de la cultura religiosa se ha elevado, al menos en ciertos medios.

      Los católicos españoles, los mejores, los más sensibles, los más conscientes —ignoro cuantos son y lo siento— han aprendido mucho, sin duda, en el transcurso de este largo período de paz exterior.

      Los sacerdotes y los seglares comprometidos en la generación de las post-guerra (los menores de treinta y cinco años) dan pruebas de un espíritu de independencia muy marcado con relación al pasado, así como de un sentido apostólico muy desarrollado y de una gran generosidad. Incluso los que pertenecen a las clases ricas, se abren fácilmente a los problemas de la justicia social. Algunos llegan a plantear audazmente de un cambio radical en las estructuras y otros piden que todos los problemas de fondo sean examinados a la luz del día y resueltos en plena justicia.

      Podría creerse leyendo las líneas precedentes que nuestro horizonte es de color azul y rosa. Nada menos cierto.

 

Tres grandes problemas

 

      Los tres grandes problemas existentes en el momento de la «Revolución Nacional» eran: la injusticia social, la unidad en la estructura del Estado (centralización o autonomía regionales), y relaciones entre la Iglesia y el Estado. Ninguno de estos tres problemas es indiferente a la religión, sobre todo en un país como España.

      Desde el punto de vista de la justicia social hay que reconocer que, en ciertas regiones españolas, la concepción casi feudal de los grandes propietarios, el estado de ignorancia religiosa, de incultura, de servidumbre y de miseria en que vive una parte del pueblo, continúa siendo una trágica realidad. Los poderosos están lejos de plantearse la cuestión de la reforma o de la distribución de la propiedad, de la elevación del nivel de cultura y de la dignidad humana de los pobres.

      Si las exigencias de la justicia y del amor no se realizan en este aspecto con una gran generosidad, llegará en España la hora en que una transformación económica y social se operará por la fuerza y esta fuerza no tendrá nada de cristiana.

      El problema de la forma, unitaria o federalista del Estado no solo subsiste sino que se ha agravado por que en la actual situación el país esta muy centralizado y no se reconoce ninguna personalidad, ninguna autonomía a las regiones que la han tenido tradicionalmente. Esto plantea también, en ciertas comarcas, graves problemas que afectan incluso al clero. El Papa Juan XXIII ha mencionado precisamente como una de las causas del actual malestar de los pueblos, la negación de los derechos lingüísticos y étnicos de las minorías.

      Las relaciones entre la Iglesia y el Estado están reguladas oficialmente por el Concordato; pero el alcance sociológico de ese documento no es igual a su alcance jurídico. Hay que decir que jamás ha sido tan grande el número de anticlericales y de ateos declarados. Sobre todo se encuentran muchos jóvenes universitarios que hacen profesión de incrédulos. Me parece que los partidarios de la separación entre la Iglesia y el Estado son más numerosos cada día.

      El equívoco a que me he referido entre el régimen y la Iglesia es una de las causas de estos fenómenos. Una gran parte de la opinión acusa injustamente a la Iglesia y la cree responsable de todos los errores políticos. Serían muy deseables algunos gestos de independencia por parte de la Iglesia para que cada uno aguante su propia responsabilidad y para que la Iglesia sea liberada de esta pesada hipoteca.

      La falta absoluta de libertad de expresión, de prensa de asociación es evidentemente una gran desgracia para un pueblo. No estando permitida la crítica de los actos del gobierno, es prácticamente inexistente el control de la administración por los ciudadanos. En estas condiciones los grupos de presión son enormemente influyentes mientras que las gentes de las clases inferiores no tiene ninguna posibilidad efectiva de defender sus intereses.

 

Salida a esta situación, deseo de una solución pacífica

 

      No se ve bien cuál será la salida y la solución de todas estas dificultades. Me temo que la violencia aparezca de nuevo. El pueblo español es más pacífico de lo que se cree pero tiene a veces terribles sobresaltos, estallidos espantosos de odio.

      Soy de los que creen que una guerra no arregla nunca nada. Sería preciso pues llegar por medios pacíficos, a dar al país un estatuto político, más de acuerdo con sus necesidades. Una clara actitud de la Iglesia sobre estos puntos resultaría extraordinariamente beneficiosa. Es acaso la única forma de preparar al pueblo español un porvenir aceptable. La Iglesia no se inmiscuye en política, pero es de su incumbencia el plantear de una manera apremiante si hace falta, los problemas morales que interesan al bien común, como por ejemplo, el de la mala distribución de las riquezas, la promoción obrera, los derechos políticos elementales, el respeto de las lenguas y de las culturas minoritarias, etc. Una actitud de este genero tendría posiblemente una influencia decisiva en los medios oficiales. Solo la Iglesia podría hacer hoy en España una especie de revolución pacífica.

      Debemos rezar mucho y trabajar mucho para se imponga un espíritu de paz y para que se establezca en España una mayor justicia sobre todo en el terreno social, sin que nuevas agitaciones y luchas fratricidas vengan a ensangrentar esta vieja tierra cristiana.

 

 

NOTA. — Este artículo de D. Carlos Santamaría secretario internacional de «Pax Christi» lo hemos traducido del Boletín francés de «Pax Christi».

 

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