Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Kennedy

 

El Diario Vasco, 1960-11-13

 

      Cuando el señor Kennedy se ponga definitivamente al trabajo, dentro de unos días, tendrá que enfrentarse con el puzle político más complicado y difícil que haya conocido la historia.

      A este hombre, que parece animado de un propósito renovador, al mismo tiempo que de un espíritu de justicia, se le va a exigir la salida del inmovilismo y que se resuelvan todos los problemas que no han sido resueltos durante los diez últimos años. Cabe preguntarse si no será demasiado exigir y si entra esto dentro de lo posible.

      Hiperbolizando un poco podríamos decir, en efecto, que en la hora actual no hay en la superficie terrestre un palmo de terreno que no cubra un avispero de problemas indescifrables.

      Claro es que no faltan presuntos solucionadores, pero teóricos o utópicos, que parten de inadmisibles simplificaciones de la realidad. Las gentes de este talante acostumbran a ver los problemas sólo por una de sus caras, generalmente aquella que les resulta más amable o, al contrario, más odiosa. Caen con ello fácilmente en el extremismo, haciendo de los problemas cuestión de filias o fobias, lo que no es, ciertamente, un buen método de trabajo.

      Kennedy va a encontrarse ante una serie de problemas aparentemente insolubles. Por no citar más que un ejemplo relativamente pequeño y que me viene en este momento a la mano en un artículo del joven profesor Hans Lemberg, ahí está el caso de los refugiados alemanes. Son siete millones y medio de desplazados; no son exilados políticos ni nada parecido, sino simplemente gentes que un buen día fueron expulsados de sus ciudades para colocar en éstas ciudadanos de otras razas o nacionalidades en virtud de auténticos trasplantes de población a la manera asiria.

      Â¿Están esos hombres condenados a una ruptura definitiva con sus países de origen en el que se hallaban instalados sus predecesores desde hace quizás siglos? Esto es una monstruosidad incompatible con nuestro concepto del derecho y de la civilización. Pero, por otra parte, pensar en reivindicaciones políticas y en emprender una nueva guerra para desalojar a los nuevos ocupantes sería también una locura, algo de imposible realización.

      En tales condiciones, las proclamaciones de justicia y de buenos deseos respecto a los refugiados no sirven para nada. No se ve por ninguna parte el camino para una solución eficaz.

      La lista de los problemas como éste, aparentemente sin solución, se haría interminable y tocaría los puntos todos del planeta. A pesar de ello, el tiempo prosigue su marcha; la Historia es como un rulo que pasa por encima de todas las dificultades, aplastando cuanto haya que aplastar, y ella misma encuentra sus soluciones aunque sean terriblemente inhumanas.

      El nuevo presidente de los Estados Unidos parece un hombre humano, y no ha de inclinarse ante el fatalismo. Este nuevo gigante Atlas echa a sus espaldas el cielo estrellado de Occidente, viejo cielo agrietado y lleno por todas partes de venerables parches. Con toda la fe de nuestro espíritu pedimos a Dios que sostenga y asista a este hombre de buena voluntad. Aún somos muchos los que creemos en la posibilidad de trabajar por el arreglo del mundo en un clima de verdadera concordia.

 

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