Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Objeción a jóvenes

 

El Diario Vasco, 1966-05-15

 

      Â«El que contesta antes de haber escuchado es un perfecto imbécil y merece que se le ponga en ridículo» —dice el «Libro de los Proverbios» en su versículo décimo tercero de su décimo octavo capítulo.

      Muchos son, en efecto, los que hablan sin querer oír. Los que responden o fingen respuestas a preguntas que ni siquiera han escuchado.

      Cosa vieja, mal de siglos, vicio antiguo, como se ve en ese texto bíblico que hemos citado.

      Hoy también asistimos a un gran diálogo de sordos entre hombres de distintas generaciones. Abundan actualmente los sordos de espíritu, los que no quieren oír.

      Algunos no oyen porque no pueden: otros, porque no les conviene, y estos segundos son los de la peor especie.

      Si en lugar de gritar nos pusiéramos todos a escucharnos unos a otros, aguzando nuestros oídos hasta percibir los más leves susurros en los labios y en los corazones de nuestros prójimos, quizás aprendiésemos a hablar después de haber aprendido a oír.

      Â¿Que no hay diálogo entre jóvenes y viejos? ¡Cómo ha de haberlo, si unos y otros se encierran en sus propias y peculiares sorderas!

      Es cierto que los viejos no quieren oír. Pero, ¿escuchan acaso los jóvenes la sucesión de monólogos de los viejos?

      Monólogos que hacen referencia a una experiencia personal, cargados de vivencias, de evocaciones, de voces, de presencias.

      Mientras el lenguaje de los jóvenes pretende ser nuevo y refulgente, como recién salido de la fábrica de un diccionario de neologismos, el de los viejos va cargado, inevitablemente, del peso de la historia porque cada palabra evoca el ruido de mil batallas.

      Es un error por parte de los viejos el presentar a los jóvenes una serie de respuestas pre-fabricadas, elaboradas de antemano, sin querer escuchar el mensaje de las nuevas generaciones, la realidad, la nueva realidad viva y brillante, que éstas pueden aportar.

      En cuanto a los jóvenes, también es un error en ellos el querer hacer tabla rasa del pasado. Porque el pasado siempre está presente. Y, al prescindir de él, al querer ignorarlo, el lenguaje de la nueva generación es muchas veces un lenguaje vacío, al que le falta densidad y «pondus» vital.

      El gran peligro de nuestros jóvenes iconoclastas e inconformistas, es el nihilismo. A fuerza de negarlo todo corren el grave riesgo de quedarse sin nada entre las manos.

      Convengamos en que el amor a la libertad es una gran cosa. Yo estoy en esto con los jóvenes. Pero la libertad que me interesa no es la pura libertad, sino la «libertad-para-algo». Y este finalismo este «algo», es el que no veo claro en muchos jóvenes de hoy.

 

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