Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Espartacos en América

 

El Diario Vasco, 1967-08-06

 

      Los episodios histórico terribles y actuales atraen nuestra atención en este momento.

      Me refiero a la revolución cultural china y al levantamiento de los negros americanos.

      Por una parte, los jóvenes del antiguo celeste imperio, que no cesan de agitar aquella enorme sartén, en la que nadie sabe lo que se está friendo.

      Por otra, esos nuevos espartacos, revolviéndose desesperadamente, con el mismo furioso placer con que se revuelve el toro en las arenas, dentro de la más poderosa Roma que han conocido los siglos.

      Resultará quizás interesante aproximar estos dos acontecimientos a un mismo campo de visión, más o menos telescópico.

      En los dos casos se trata indudablemente de movimientos catastróficos de masas; pero yo veo una diferencia entre ellos, es decir, una diferencia sustancial en medio de otras muchas accidentales.

      Miremos, en primer lugar, hacia Oriente.

      En lugar de operar en un recinto político reducido, como solía hacerlo Stalin, Mao-Tse-Tung ha dado entrada en el escenario a ese personaje desconcertante que es la masa.

      Todos los buenos dictadores saben que hay alguien al que, en cualquier caso y cueste lo que cueste, deben mantener lo más lejos posible de la escena política; y ese alguien es precisamente la masa, el vulgo pueblo.

      Los dramas de la política staliniana siempre se realizan en altos lugares a los que no podía tener acceso el ruido de la calle. Stalin era uno de esos buenos dictadores que hemos citado, y hacía las cosas de manera que la masa no pudiera intervenir en la tragedia más que «a posteriori», siempre a título de coro maldito.

      En cambio Mao-Tse-Tung ha puesto en movimiento y en acción a la masa. Al hacerlo ha incurrido, aparentemente al menos en una praxis manifiestamente herética dentro del marxismo. En efecto, desde este punto de vista, no se concibe que la masa pueda ser nunca revolucionaria frente a una sociedad auténticamente socialista.

      Â¿Quedaban en la sociedad china adherencias burguesas que había que extirpar antes de que estrangulasen el proceso, el costoso proceso de desarrollo de la revolución proletaria?

      Esta es, sin duda, la explicación correctamente marxista del caso. Pero la cirugía de Stalin hubiera operado, y de hecho operó en la URSS, de modo muy distinto al que ahora utiliza Mao-Tse-Tung. La masa, a raya, el bisturí cortando en un contorno muy limitado del mal, dentro de la anatomía colectiva. Entre las purgas stalinianas y la revolución cultural hay mayor diferencia que entre el veranillo de San Martín y el sol de la canícula.

      Tenemos aquí una cosa clara. Ante el desarrollo de los hechos en China, nadie puede pensar en un movimiento que pudiéramos llamar espontáneo de la masa revolucionaria. Todo obedece allí a un programa científicamente consabido.

      Quizás los cálculos estén equivocados, esto suele pasar a menudo. Quizás la operación acabe con su propio inventor y abra el paso a alguna nueva insospechada floración en aquel jardín de las mil flores. Pero, ocurra lo que ocurra, esto no tiene nada que ver con lo que estamos diciendo.

      En cuanto a los espartacos negros —nuestra vista se vuelve ahora hacia el Oeste— los hechos se producen de manera muy diferente.

      Todo hace pensar aquí en el disparo de un mecanismo del instinto colectivo. Esta clase de mecanismos existe. Ningún sociólogo moderno lo ignora.

      Quizás la policía americana pueda presentar dentro de poco al presidente Johnson las pruebas de un «plan de agitación» sistemáticamente organizado, de una acción preparada para lanzar a los negros a la destrucción de la civilización blanca. Pero nos será muy difícil creer en esas pruebas.

      Aunque no haya faltado en todo este tiempo la acción de caldeamiento de los líderes negros partidarios de la violencia, los hechos tienen todos los síntomas de un fenómeno esencial irreflexivo. Aquella misma propaganda forma parte de la violencia y no es menos instintiva que la convulsión que la ha seguido.

      Difícilmente se nos hará creer que la acción de los negros obedece a un plan científico. Estamos ante la cosa más enorme y misteriosa que la materia humana nos presenta: el instinto, la razón del instinto.

      Lo que ha ocurrido tenía que ocurrir fatalmente. Son los gases de la fermentación que hacen explotar la cuba cuando se ha cargado excesivamente de mosto.

      Los dos episodios a que nos hemos referido responden a dos físicas distintas.

      Respecto de primero hay que esperar los resultados. Respecto del segundo, hay que aprender la lección.

 

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