Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Los Herodianos

 

El Diario Vasco, 1968-01-14

 

      En un análisis psico-sociológico sobre la situación pre-revolucionaria en América latina, el P. Vekemans introduce una distinción fundamental entre pobreza y miseria.

      De acuerdo con la terminología de este sociólogo, la miseria es «la pobreza consciente». Si América del Norte y Europa no existieran —dice Vekemans—, América del Sur sería pobre, pero no miserable. Pero es el espectáculo del mundo desarrollado lo que a los pueblos sub-desarrollados les hace adquirir conciencia de su propia situación de inferioridad y de sus necesidades insatisfechas.

      Este fenómeno es lo que algunos han llamado el «efecto de demostración». Tal «efecto» da lugar a una tensión que no puede ser considerada como un mal, sino, al contrario, como el principio del progreso. Pero en un primer momento y mientras no pueda encontrarse una salida real a las situaciones de pobreza, el «efecto de demostración» es causa de grandes dolores para los que están condenados a sufrirlo.

      En el mundo actual las gentes y los pueblos pobres reciben una abundante información sobre la prosperidad y el progreso de los ricos. La sociedad opulenta no escatima la exhibición de su grandeza. El cine y la televisión llegan, por ejemplo, hasta las últimas aldeas y hasta las más míseras barriadas suburbanas. Hombres y mujeres desarrapados, desprovistos de casi todo lo necesario, pueden contemplar en las pantallas las formas de vivir y la abundancia de otros hombres y mujeres mucho más afortunados que ellos. No es difícil imaginarse los tipos de reacción a los que esta visión debe conducirles. En cualquier caso no nos es lícito suponer que esas gentes permanezcan indiferentes o indefinidamente resignadas. Impotentes en la mayoría de los casos para salir de su situación de inferioridad, su pobreza se transforma en miseria. Nacen en ellos sentimientos de frustración, de fracaso radical, de no-realización humana.

      En todo esto, tanto en el caso de América latina como en el de todas las sociedades análogas de estructura feudal sometidas a un imperialismo extranjero, juegan un papel muy importante los que Toynbee llamó los «grupos herodianos».

      En la Palestina evangélica, los herodianos eran gente adinerada que colaboraba estrechamente con los ocupantes romanos. aún siendo judíos, tendían a adoptar las costumbres romanas. Culturalmente y económicamente hacían el juego del imperialismo. Vivían fastuosamente a la vista de aquel pueblo de hambrientos y miserables, apareciendo al mismo tiempo como los amigos de los invasores y los introductores de las ideas y de las maneras paganas.

      Según Vekemans, los herodianos juegan un papel muy importante en el momento actual en la evolución de las ideas en Iberoamérica. Son gentes acomodadas, cosmopolitas, fuertemente yanquizadas, interesadas de las empresas norteamericanas, que se hallan bien instaladas en los mejores barrios de las grandes ciudades. A los ojos del indio, del mestizo, del campesino hambriento, constituyen un espectáculo deslumbrante y al mismo tiempo altamente aleccionador. Su presencia contribuye por una parte a despertar en las gentes pobres la conciencia de su miseria y, por otra, a exaltar los sentimientos nacionalistas frente al hecho real del imperialismo yanqui en Iberoamérica.

      Los herodianos son, paradójicamente, los mayores motores de las ideas revolucionarias en todos aquellos países. Esta lección de los herodianos puede hacerse extensiva «mutatis mutandis» a otras muchas partes del mundo.

      Los problemas de la pobreza en el mundo podrían ser resueltos quizás por vía pacífica si ciertas clases dirigentes cumplieran a conciencia y sin egoísmo su función histórica. De esta manera tal vez pudiesen realizarse las enormes mutaciones que los pueblos necesitan en este momento para salir adelante. Pero si esas clases se ponen a funcionar exclusivamente como «grupos herodianos», parece que la realidad no tardará en arrastrarlas a grandes fracasos históricos.

 

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