Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

La crisis

 

El Diario Vasco, 1980-08-24

 

      Â«Estamos atravesando una crisis. Luego veremos».

      Esta es la frase que todo el mundo, más o menos, repite, sea como lamentación, sea como excusa. ¿Pero sabe alguno de nuestros coetáneos, dónde empieza, dónde acaba y dónde tiene su fondo esta situación?

      Desde que Burckhardt —hace un siglo— introdujo su «Teoría de la crisis» las mutaciones se han multiplicado de forma absolutamente imprevisible, siempre sorprendentes. Todos los profetas —incluso el propio Marx— han fracasado. Y es que frente a la crisis no hay teoría que valga, ni siquiera la del profesor Fuentes Quintana.

      En realidad la única crisis que muchas personas ven es esta, la crisis económica. «Si no fuera por esta maldita crisis —exclaman— estaríamos ahora en un mundo feliz!».

      En apoyo de esta postura se afirma que hoy las ciencias y las técnicas están en condiciones de proporcionar al hombre un gran suma de bienestar físico y psicológico y que —por otra parte— han quedado suprimidos ya los tabús sexuales, religiosos y sociales que impedían a los humanos el goce de la vida. La Humanidad está a punto de lograr eso que tanto ha buscado y que jamás ha conseguido: la felicidad. La crisis económica es el último obstáculo de esta carrera secular. Sigamos pues avanzando y veremos la tierra prometida.

      No hace falta que nos esforcemos mucho en desmontar este nuevo espejismo, uno más en la infinita serie.

      En realidad la crisis económica no es sino una manifestación de otras crisis más profundas y más importantes que ella.

      A mi juicio, hay que nuestra sociedad una crisis de fe —no sólo de fe religiosa sino de cualquier especie de fe—. Hay también una crisis de confianza en nosotros mismos y, por supuesto, en los demás. Pero sobre todo hay una crisis de identidad, una terrible crisis de identidad, tanto en los hombres como en los pueblos.

      El quijotesco: «Yo sé quien soy», que tanto le gustaba a Unamuno, se sustituye hoy por un: «no sé quien soy... ni me importa». Pienso que Unamuno tendría muy poco que hacer en esta sociedad. Cualquier Umbral —dicho sea con el máximo respeto— le desbancaría fácilmente.

      Así el fondo de la cuestión no está en la marcha de los asuntos económicos sino en todas esas otras cosas que desequilibran al hombre y a lo humano. Incluso nuestro «mal andar económico» se arreglaría si tuviéramos fe y confianza.

      Pero no creemos que la fe y la confianza consistan en volver al pasado, en agarrarnos a él como el niño se agarra a las faldas o a los pantalones de su madre. La verdadera fe y la verdadera confianza apuntan siempre a lo desconocido.

      Todos estamos persuadidos hoy de la necesidad de un cambio. Esta idea la han proclamado muchos hombres importantes de todos los campos y creencias desde Karl Marx hasta Pío XII: esta sociedad hay que cambiarla desde sus cimientos. La idea del cambio está de moda, es incluso una idea sugestiva y agradable, pero con una condición: que no cambie aquello que yo amo, aquello que yo quiero que permanezca.

      No —amigos— eso no es cambiar. Cambiar es avanzar hacia lo desconocido. Cambiar es renunciar. Cambiar es casi siempre una aventura, como la del niño que sal del útero materno.

      Pero el tema del cambio es demasiado importante para que podamos limitarnos a citarlo marginalmente. De no mediar alguna contingencia inesperada volveremos la próxima vez sobre este mismo punto.

 

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