Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Una situación esperanzadora

 

El Diario Vasco, 1988-01-14

 

      La práctica totalidad de las armas nucleares instaladas en Europa será desmantelada en el plazo de tres años. Esta ha sido a mi juicio, la mejor noticia del año que acaba de terminar.

      La mayor parte de la gente no ha dado sin embargo importancia a esta buena nueva. Piensa, por el contrario, que se trata de un gran «bluff», una acción meramente publicitaria que Reagan y Gorbachov se han marcado para su propio provecho político personal.

      Yo quisiera salir aquí al paso de este escepticismo, haciendo resaltar la importancia que el acuerdo de Washington va a tener para la vida de los pueblos en un futuro próximo.

      Uno de los argumentos empleados para «demostrar» la inoperancia del tratado ha sido el de su escasa amplitud cuantitativa: sólo un 4% de las armas atómicas puestas en juego en este momento por las dos superpotencias va a ser destruida en virtud del mismo. ¿De qué sirve este gesto simbólico —dicen— si un 96% de los armamentos nucleares continúa en pie?

      No es difícil probar la debilidad de esta argumentación, la cual ha sido utilizada incluso por el propio ex presidente Nixon para restar importancia al acuerdo.

      Es cierto que éste constituye sólo un primer paso. Pero en los cuarenta y dos años que dura la era atómica desde el lanzamiento de la bomba de Hiroshima hasta hoy, este primer paso no se había dado jamás. Se habían hecho tratados para evitar la proliferación o extensión de las armas nucleares a otros Estados; para obstaculizar las pruebas atómicas; para limitar el crecimiento o el excesivo perfeccionamiento de los armamentos nucleares; controlar o combinar estos de modo no existiera el menor peligro posible para la paz. Pero nunca se había acordado la destrucción de un sólo misil atómico.

      Salta pues a la vista la gran novedad del acuerdo Reagan-Gorbachov en comparación con el ineficaz trabajo diplomático de los años anteriores.

      Se ha abierto un nuevo camino. De aquí en adelante la destrucción de armas nucleares —que es lo que cuenta y lo que importa— va a continuar con la mayor naturalidad. Por de pronto está ya presta una segunda concertación, que parece inminente, en virtud de la cual será desmantelada la mitad de las actuales armas nucleares estratégicas.

      Pero, además, hay que tener en cuenta que —independientemente de su escasa cuantía numérica— la destrucción de los misiles europeos tiene una particular importancia para la paz por causa del emplazamiento de los mismos. Es en Europa donde las fuerzas de los dos bloques están más directamente enfrentadas. El alcance de los misiles occidentales llega hasta más allá de Moscú mientras que los soviéticos tienen prácticamente a tiro todo el continente europeo hasta Portugal.

      Europa es muy probablemente, la única zona del planeta en la que una guerra mundial podría estallar, como ocurrió en los años 14 y 39. En cambio, resulta impensable que cualquier incidente bélico en zonas periféricas —como por ejemplo el Oriente Medio— pueda conducir a este resultado catastrófico.

      De este modo, pacificando a Europa, el espectro de la guerra entre los dos bloques se aleja manifiestamente. Todo parece indicar que estamos entrando en un nuevo período de distensión mucha más efectivo y fructífero que el de los años setenta.

      Destacados observadores están convencidos de esto y especulan con la posibilidad de que Rusia y Estados Unidos empiecen a trabajar juntos en la solución de conflictos locales, como el de Afganistán. Lo cual sería extraordinariamente beneficioso para la paz mundial.

      Ahí está por ejemplo el dirigente bávaro Franz Strauss que, tras haber sido un anticomunista declarado, afirma ahora que la voluntad de desarme de la Unión Soviética es real y que Occidente debe fiarse de ella.

      Resulta que anticomunismo primario, la condena del «imperio del mal» y todas esas cosas a las que el mundo occidental había venido acostumbrándose desde hace muchos años, están llamadas a desaparecer rápidamente en este momento.

      Desde que terminó la guerra el mundo ha vivido bajo el signo de la desconfianza. Amplios sectores belicistas hacían consistir el anticomunismo en la clave esencial de la política atlántica. Ahora tendrán que reconocer que en nuestro mundo hay cosas que hacer mucho más importantes que combatir al comunismo soviético.

      El esquema, al que estábamos habituados, de un mundo dividido en dos bloques en permanente hostilidad, carece ya de realidad y deberá ser reemplazado por otro mucho más constructivo y esperanzador el de la colaboración entre la URSS y los EE.UU. para resolver los grandes problemas que tiene planteados la humanidad de nuestro tiempo —que duda cabe— pero creo que puede afirmarse, sin pecar de excesivo optimismo, que la nueva distensión producida por el Tratado de Washington va a permitir el desarrollo de un plan de paz que hasta ahora nadie podía imaginarse siquiera.

 

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