Karlos Santamaria eta haren idazlanak

 

Planteamiento personalista del Bien Común

 

    La originalidad de Maritain entre los pensadores políticos cristianos consiste, a mi entender, en haber planteado el problema del Bien Común «sub especiae personae», es decir, desde un punto de vista que se ha dado en llamar personalista. Claro está que se puede ser personalista de muchos modos, que nada tienen que ver los unos con los otros: Nietzsche y Proudhon también lo fueron a su manera. Maritain lo es a la suya, es decir, lo es, o pretende serlo, a la manera nietzschiana o la manera proudhoniana de ser personalista.

    Para Maritain la grandeza de la persona, sus derechos ante el Estado, su emergencia del Bien Común intrínseco del universo, se fundan en su directa ordenación a Dios; el personalismo de Maritain arranca de la visión cristiana del mundo y de los destinos humanos. Maritain rechaza, por tanto, toda exaltación idolátrica de la persona y cualquier suerte de divinización del Estado.

    Pretender que Maritain defiende la autonomía de la persona erigida en fin de sí misma, es, a mi juicio, desconocer o, si se quiere, falsear el pensamiento de Maritain.

    Los análisis de Maritain han arrojado mucha y genuina luz sobre el problema del Bien Común y han abierto amplios horizontes hacia lo que pudiéramos llamar una política personalista cristiana.

    Pero claro está que estos análisis sólo entrañan una primera perspectiva y necesitan ser perfeccionados y corregidos. Están por elaborar una doctrina y una técnica política genuinamente personalistas, con perfiles propios, que broten con fuerza de la cosmovisión cristiana y que no sean, por lo tanto, una mera reacción defensiva contra el totalitarismo o una adaptación de las fórmulas liberales.

    Los que aún conservan viva la esperanza en un mundo mejor, los que, en medio de tantos desastres, aún confían en el futuro de la civilización, tienen que acometer la gran tarea de dar a los pueblos fórmulas políticas renacientes, que respondan a sus necesidades, técnicas, económicas, políticas, culturales y religiosas. Pero si estas fórmulas han de ser cristianas, es decir, inspiradas en el mensaje evangélico, yo pienso que no podrán abandonar al hombre ante el Estado, ni permitirán que se inviertan los términos de esta relación, entre la persona y la sociedad política. En resumen, yo pienso que estas fórmulas tendrán que ser de alguna manera personalistas, en el sentido previsto por Maritain.

 

La doble afirmación personalista

 

    El punto de partida de Maritain es una doble afirmación, aparentemente contradictoria consigo misma, pero que encierra un gran valor histórico y filosófico. Esta afirmación no es exclusiva de Maritain. En una u otra forma, con unos u otros matices, todos los pensadores cristianos, y bastantes que no lo son, la han proclamado también a lo largo de los siglos. Más aún: en el transcurso de los últimos años, hemos visto que muchos hombres, luchando a veces en campos opuestos, han dado su vida y han subrayado con su sangre esta doble afirmación, lo que prueba que no se trata de meras teorías especulativas, sino de historia, de historia viva y sangrante.

    La doble afirmación de Maritain, se opone a dos grandes negaciones: la negación del Estado y la negación de la persona. Contra el individualismo doctrinario que niega el orden social o lo vacía de todo sentido comunitario, Maritain afirma, rotundamente, que el hombre es parte la sociedad. Contra el totalitarismo, que niega la trascendencia de la persona y las realidades superiores contenidas en ella, que la hacen portadora de derechos anteriores a toda ley positiva, y que hace consistir, además, la actividad política en fin último y supremo de la vida humana, Maritain afirma que el hombre es un todo subsistente cuyo bien trasciende el bien común temporal; que, bajo ciertos aspectos, el hombre es superior al Estado y que, lejos de hallarse el hombre en virtud de todo lo que es y posee («secundum se totum et secundum omnia sua») al servicio del Estado, Dios ha querido que el Estado exista y sirva para ayudar al hombre en la realización de su fin último.

    Ahora bien, esta doble afirmación nos enfrenta con un difícil problema. Porque si decimos al mismo tiempo que el hombre es parte del Estado y que el Estado ha sido querido por Dios para que sirva al hombre, considerado éste como un todo subsistente, hay que preguntarse cuáles son los aspectos formales de la naturaleza humana, en virtud de los cuales, el hombre es parte del Estado y debe servir, como parte, al Estado, y cuáles son aquellos otros aspectos formales en virtud de los cuales el hombre es un todo subsistente y debe ser servido por el Estado.

 

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