Carlos Santamaría y su obra escrita

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Mauricio Blondel ha muerto

 

La Voz de España, 1949-08-26

 

      Dos grandes hombres inquietos, dos profundos pensadores cristianos han pasado a la Historia en el transcurso de un año. Primero Berdiaeff, el ruso de las visiones escatológicas, a quien José de Arteche, otro hombre inquieto, dedicó en estas mismas columnas un notable comentario. Ahora Mauricio Blondel, el «filósofo de Aix», el discutidísimo apologista, que muere casi nonagenario, superando a su época en un alarde de supervivencia intelectual.

      Desde tiempo inmemorial existen dos razas o astas de filósofos, tan necesarias la una como la otra para el progreso de la Filosofía, aunque diametralmente opuestas en el modo de concebirla. Más que de filosofías distintas tratase, acaso, de almas diferentes que se plantean problemas diversos. «Tenemos almas dispares: no llegaremos jamás a ponernos de acuerdo» decía Poincaré en la polémica, enormemente fecunda, entre matemáticos idealistas y matemáticos empiristas.

      Hay, en primer lugar, la gran familia de los filósofos contemplativos, cultivadores eternos de la propia angustia, amadores de misterio. Ellos son los que, en una especie de visión integral, tratan de alcanzar la premisa mayor el Principio de todas las cosas. Platón, Plotino, Agustín de Hipona, Pascal... son las cumbres de esta sin par aristocracia. Hay, después, los analistas, hombres de recio espíritu lógico, tenaces artífices del silogismo, infatigables hilvanadores de premisas menores. Figuras señeras de esta inagotable pléyade, si bien muy distanciadas entre sí en otros aspectos, son Aristóteles y Tomás de Aquino, Descartes y Kant.

      Pues bien, el filósofo que acaba de morir era, sin duda, un inquieto e insaciable buscador, un espíritu agustiniano, aunque siempre trató de hacer estricta y rigurosa filosofía. Cuando en 1893 plantea Blondel sobre el plano filosófico el magno problema de la Fe en el hombre contemporáneo —¿por qué muchos pensadores cristianos, o sedicentes cristianos, tratan de esquivarlo?— una polvareda inmensa se levanta de todos los rincones y amenaza con envolverle.

      Por de pronto la tesis de Blondel causa escándalo en la Sorbona. «¿Es que ese tema puede ser científicamente planteado después del hundimiento de la fe religiosa?», dicen los sabios jerifaltes del laicismo. Pretender introducir lo sobrenatural en la Filosofía, tras haber arruinado las conquistas de la Ciencia y de la Moral independiente, es un atrevimiento que la época de Renan —que hoy se nos presenta como pintoresca feria de ilusos— no puede perdonar a Blondel. La creencia y el dogma cristiano son algo tan desacreditado en aquel tiempo, que casi nadie comprende que pueda dársele figura científica. Nadie prevé entonces el derrumbamiento de la ciencia positivista ni la gran crisis de insatisfacción que había de seguirle y que hoy se manifiesta en lo que se ha dado en llamar genéricamente existencialismo. Menos aún se prevé la pervivencia del cristianismo como fuerza cultural.

      Pero también del lado católico una imponente serie de objeciones y de escrúpulos se levanta contra Blondel. Se le señala como fideísta al haber acusado en exceso la desconfianza hacia la razón como instrumento adecuado para captar la existencia de los sobrenatural. Su teoría de la acción —«lánzate a la vida interior como si tuvieses la Fe y la Fe brotará en tu espíritu— que recuerda el «moja los dedos en agua bendita y sentirás devoción» de Pascal, presenta en efecto demasiadas deficiencias y encierra demasiados peligros. A colmar esas deficiencias y a perfeccionar su sistema, defendiéndose de caer en el agnosticismo (la duda universal) y en el inmatetismo (reducción de todo a un puro juego o ejercicio mental) se consagra Blondel durante toda su larga y fecunda existencia. Y al término de ella tiene el inmenso gozo de ver su obra coronada por la aprobación y bendición que el Papa actual Pío XII ha concedido a sus últimos trabajos en 1944. Pulida y asentada la obra de Blondel será, seguramente, una gran aportación a la Filosofía y a la Apologética.

      Â¡Cuán lejos estamos hoy de los tiempos de Comte y de Renan! En torno al lecho de muerte de Blondel todo parece transformado. El orgullo ilustrado, y un tanto pedantesco, del siglo XIX ha debido ceder el paso a un expectante despertar filosófico, del cual ha sido Blondel uno de los más caracterizados artífices.

      Blondel ha muerto. Discípulos y contradictores inclínanse ahora con respecto ante esta figura venerable.

 

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