Carlos Santamaría y su obra escrita

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Maremotos, tifones y huracanes

 

La Voz de España, 1952-01-02

 

      Acerca de la información publicada el domingo sobre el reciente temporal por el activo e inteligente «repórter» Ramón Arrieta quiero hacer algunas precisiones y detalles que me parece conveniente dar a conocer al público como complemento de la misma y para que la «verdad científica» quede en su punto.

      1º. En primer lugar está claro aunque quizás algunos lectores no se hayan dado cuenta de ello, que mi expresión de que «si hubiese un maremoto las aguas llegarían hasta Oriamendi» es pura hipérbole, una de esas cosas que se dicen en la conversación pero que no hay que tomar al pie de la letra. Con los datos que luego indico y un buen mapa de los alrededores de San Sebastián no es difícil fijar hasta donde podrían llegar las aguas en caso de que se originase una marea sísmica como las que se han producido en otros lugares.

      2º. Los fenómenos que más adecuadamente pueden designarse con la palabra maremoto son las olas volcánicas y las «mareas sísmicas» o «mareas anormales» (stormtides), provocadas por temblores de tierra que al remover la capa submarina provocan enormes desplazamientos de agua y especialmente por erupciones volcánicas bajo las aguas. Estas terribles ráfagas de marea que en japonés se llaman «tsunami» (el hecho de que tengan un nombre especial revelan por sí mismo la relativa frecuencia del fenómeno en aquellas costas) son verdaderas catástrofes bíblicas dignas de la pluma de Edgard Poe. Estas olas monstruosas de traslación se propagan con rapidez increíble: parece que llegan a alcanzar la velocidad de 800 kilómetro por hora aunque este dato me parece exagerado. En la catástrofe que asoló las costas de Chile en 1922 se produjo una ola de 70 metros de altura (es decir aproximadamente la de la torre del Buen Pastor). No hace falta decir lo que esto supondría en San Sebastián. En la catástrofe de Lisboa de 1755 se produjo una ola gigante que originó la muerte de treinta mil personas. Como suele ocurrir en estos casos el mar empezó por retirarse durante varias horas, dejando al descubierto una amplia zona de fondo submarino: después su nivel se alzó súbitamente por encima de lo normal. La ola se propagó a muchos kilómetros de distancia alcanzando en Cádiz la altura de 20 metros (¡que ya está bien!) En el «tsunami» de Ãfrica en 1868 el nivel del agua subió 18 metros, sumergiendo una gran parte de la costa del Perú. Un navío de guerra fue encontrado después una milla al interior de la costa. El mayor «tsunami» registrado es el del Japón en septiembre de 1923: ocasionó la muerte de tres millones de personas.

      Además de las olas volcánicas de que hemos hablado —y como fenómeno específicamente distinto de ellas— hay que considerar las olas de origen atmosférico, debidas al viento huracanado y que a veces acompañan a los ciclones tropicales: en 1876, en la desembocadura del Bramaputra un tifón produjo una marea alta de 14 metros que originó la muerte de 200.000 personas. Los oleajes de huracán (storm wave) se dan con relativa frecuencia, aunque no siempre con tan terrible intensidad, y son la señal de la existencia de una perturbación ciclónica más o menos lejana.

      Queda con esto aclarado lo que es un verdadero maremoto: lo ocurrido en San Sebastián al lado de estos hechos queda muy por debajo, es relativamente algo así como una «tempestad de bañeras».

      3º. La palabra huracán servía y sirve para designar concretamente los ciclones de las Antillas (de la misma manera que tifón sirve para designar los ciclones de los mares de China, baguio los de las islas Filipinas, tornados los del Golfo de Guinea, etc.: todos estos nombres representan un mismo fenómeno que, genéricamente, se llama ciclón tropical y el cual no puede darse en nuestras latitudes). Hoy se ha generalizado el uso de la palabra huracán para designar vientos muy fuertes: concretamente, según la escala de Beaufort, los vientos de fuerza superior a 104 kilómetros por hora. En este sentido lo ocurrido en San Sebastián puede y debe ser calificado de huracán.

      No cabe hablar de ráfaga de marea, de marea anormal, maremoto ni cosa parecida, sino simplemente de mar arbolada, que es el en que la misma escala corresponde al número 12.

      4º. Hay que hacer notar un dato interesante: la velocidad de 120 kilómetros por hora a que hice referencia en mi conversación con Ramón Arrieta, es, como él mismo señala, una velocidad 'media', es decir mantenida así durante 4 ó 5 horas. Las rachas debieron ser mucho más fuertes y seguramente sobrepasaron los 170 kilómetros por hora, pero no pudieron ser registradas por haberse averiado la parte correspondiente del aparato a causa de la misma violencia inusitada del fenómeno. Este dato tiene una importancia grande, pues por tratarse de una velocidad media, 'medida con un instrumento de paleta' es completamente segura. En el temporal de 15 de febrero de 1941 —justamente va a hacer 11 años— la velocidad 'media' fue de 140 kilómetros por hora y las rachas pasaron de los 200 kilómetros por hora. Es un caso record que hoy se cita incluso en algunos libros de meteorología como ejemplo de violencia del viento en nuestras latitudes. Estamos muy orgullosos de ser citados, pero preferiríamos no haber dado ocasión para ello: en estas y otras catástrofes lo mejor es pasar desapercibido.

 

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