Carlos Santamaría y su obra escrita

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La ilusión y su metafísica

 

El Diario Vasco, 1957-03-30

 

      Un grupo de poetas y literatos ha celebrado un acto de homenaje a Dulcinea en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

      La noticia tiene interés precisamente porque Dulcinea no es artista de cine ni acaba de ganar el premio Nadal.

      Dulcinea no existió jamás sino en la imaginación de don Quijote, quien, a su vez, fue también un ser imaginario.

      Producto de una «imaginación imaginaria», doblemente fantástico e irreal, puro sueño de ensueños, Dulcinea inmortal sigue existiendo, sin embargo —a la manera que existen esta clase de seres, claro está— y es aún dama de pensamientos y de ilusiones.

      Estos poetas le son fieles, le son fieles de verdad. (A menos que no lo hayan hecho para darse importancia y para que se hable de ellos, lo cual es también posible).

      Tantas damas de carne y hueso de aquel famoso siglo olvidadas, de las que ya nadie sabe ni que existieran —salvo, acaso, algún que otro rey de armas— y he aquí que esta campesina burda, transformada por arte de encantamiento en princesa, aún pervive y se la evoca en el newyorkino Madrid de 1957.

      Â¿Quién se atrevería a pensar que los personajes fingidos tengan en nuestras vidas una realidad menor que la mayor parte de las personas reales?

      Penetraron en nuestras cabezas juveniles con aquellas lecturas deslumbrantes de los diez y seis años, que nunca volverán, y adquirieron carta de naturaleza en nuestras mentes: se quedaron a vivir en nosotros, como la cosa más natural.

      Â¿Qué importa que no existieran jamás con existencia física y objetiva? ¿Tendríamos acaso de ellos un conocimiento más acabado, una referencia más precisa?

      Si don Quijote apareciese de pronto por las calles de la ciudad montando en su viejo jamelgo, todos le reconoceríamos al momento. Diríamos: «Míralo, ahí va; ahí va don Quijote».

      En cambio, al antipapa Luna o a Cristóbal Colón nos sería mucho más difícil reconocerlos, porque de ellos —la verdad sea dicha— sabemos muchas menos cosas que del sin par Caballero de la Triste Figura.

      Así es en la vida lo imaginario, lo que es pura ilusión.

      No es nada y, sin embargo, es algo.

      Pero, ¿qué es?, ¿qué es y con qué derecho se entremezcla con lo real y alguna vez hasta lo supera en interés y en vida? Cada uno sabe hasta qué punto lo puramente ilusorio, lo fantasmático e irreal, cuenta en su vida como una extraña y etérea realidad.

      Â¿Qué puede ser eso cuya esencia consiste cabalmente en no ser?

      Mi amigo, el profesor Hahn de Toulouse, me decía hace poco que la «metafísica de la ilusión» está aún por hacer.

 

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