Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Personajes y sombras

 

El Diario Vasco, 1957-09-29

 

      Todo hombre vive encerrado en su «personaje». El personaje es la figura social que cada uno tiene. La presión social es tan enorme que llega a convencerme de que soy eso que la sociedad dice que soy.

      Ilustre o plebeyo, feliz o desgraciado, mi personaje me domina. me impone unos gestos, unas maneras, un modo de ser, una máscara.

      Si intento escaparme del personaje, la sociedad me condena. En términos policíacos, tan sospechoso resulta un millonario que quiera hacerse pasar por arruinado, como un arruinado que se finja millonario.

      Lo más cómodo resulta aceptar la máscara que se nos impone. Termina uno por representar un papel tan a conciencia que se olvida del todo de sí mismo. La máscara acaba por modelar el rostro y el hombre desaparece bajo el peso del personaje.

      Es la suprema desnudez del actor consagrado a su arte: «Yo ya no soy yo, sino mi personaje».

      Hay una fuerte dosis de protagonismo en todos nuestros actos. Uno experimenta cierta satisfacción en realizar el gesto, que la sociedad le pide, lo mismo si es el de repartir bendiciones que el de hacer con entereza el papel de ajusticiado.

      El lacayo se esponja doblando el espinazo de acuerdo con las reglas del arte. La mujer frívola es permanente espectadora de sus propios gestos sin necesidad de espejo. Un eclesiástico se goza, a lo mejor, en sus maneras untuosas y paternales, sin darse cuenta de que es esclavo de un ídolo. Disfruta el rico, más que con serlo, representando los mil detalles de su papel de rico, y un andrajoso experimenta un placer inefable paseando sus insultantes andrajos entre una multitud de gente bien vestida.

      Lo opuesto del personaje es la «sombra».

      La sombra es el yo latente e irrealizado, algo que hubiéramos querido ser y que probablemente nunca llegará a tomar forma en nosotros. El doble nonato de uno mismo.

      Cabe preguntarse si Peter Schlemihl, «el hombre que había perdido su sombra», no era ya una pura careta de hombre.

      Ordinariamente el «personaje» aplasta a la «sombra». Hay, sin embargo, circunstancias en que ésta pueda recobrar su independencia.

      Napoleón, en la isla de Elba, pudo volver a ser Bonaparte, pero el personaje se impuso y, hasta el último día de Santa Elena, Bonaparte siguió siendo Napoleón.

      En el caso de Hitler, el personaje había probablemente asesinado a la sombra. Su último gesto fue precisamente el que su personaje le exigía.

      Los biógrafos antiguos trataban, sobre todo, de presentar al personaje. Tanto si éste era un santo como si era un canalla, había de responder a plena satisfacción a todas las exigencias de su tipo.

      Hoy los biógrafos se interesan más por la sombra y esto resulta mucho más complicado y peligroso.

      El hombre contemporáneo realiza un esfuerzo por liberarse de figuras y máscaras convencionales.

      Â¿Es esto un progreso o un retroceso? Pregunta difícil de contestar.

      Diógenes viviendo en su tonel y los cínicos del siglo V antes de Jesucristo fueron los precursores de nuestros existencialistas. Lo malo es que el existencialista tiene también su máscara y que, como todos, acaba por jugar a maravilla el personaje de existencialista.

 

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