Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Utopistas, anticipadores y regresivos

 

El Diario Vasco, 1958-06-15

 

      Confundimos a menudo al utopista con el «anticipador». El utopista es un señor que está completamente fuera de juego, en un «ou topos», un «no lugar», por donde la Historia no ha pasado, ni puede pasar jamás.

      El «anticipador» está también —desde luego— fuera de juego, ya que no está haciendo el juego de hoy, sino el de mañana; quizás el de nunca, pues todo mañana es incierto. El «anticipador» le hace trampa al tiempo, metiéndose en su terreno y poniéndose «del otro lado». En resumidas cuentas: el «anticipador» está en «off side». Pero si tiene suerte, una vez que llegue su época, la Historia le proclamará precursor y vidente. Casi todos los hombres importantes han sido, antes de triunfar, anticipadores geniales. Parecía que estaban perdiendo el tiempo y luego ha resultado que lo aprovechaban mejor que nadie.

      Queda un tercer tipo de hombre: el regresivo. Este se coloca en un lugar por donde la Historia ha pasado y por el cual no volverá a pasar ya. dígase lo que se quiera de que la Historia se repite, no hay en esta aparente repetición sino una más o menos vaga analogía.

      Puede tener razón Spengler, en parte, cuando habla de situaciones homólogas y de hombres homólogos en la Historia, poniendo a Napoleón Bonaparte en paralelo con Julio César o con Alejandro.

      Pero la verdad es que cada caso es único; la repetición no se da jamás. La Historia no vuelve a pasar nunca por donde ya pasó, de la misma manera que el hombre nunca vuelve a vivir las edades ya vividas.

      Nos encontramos, por tanto, con que el «anticipador» se ocupa en cuestiones que no son «todavía» problemas, pero que acaso lo serán más tarde; el «regresivo» se empeña en resolver lo que ha sido problema, pero que «ya» no es problema ni volverá a serlo nunca; el «utopista» se entretiene en cosas imaginarias que ni han sido, ni podrán ser jamás problema, sencillamente porque son «ou-tópicas», porque no ocupan ningún lugar dentro de lo real.

      Nos olvidábamos del «activista». El activista no es el hombre del ayer, ni el hombre del mañana, ni el hombre del «ou topos», sino el hombre de hoy. Su trabajo consiste en afrontar los problemas del ahora y del aquí: los problemas «reales», que se le presentan delante y le golpean en los ojos.

      El utopista y el regresivo, por más actividades que desplieguen, nunca llegan a ser verdaderos activistas, por la simple razón de que a una bicicleta sin cadena no se la puede hacer andar por más que se pedalee en ella. El «anticipador», en cambio, apunta hacia la acción, la prepara desde lejos: es un activista en potencia.

      La diferencia entre los problemas reales y los problemas puramente ideales consiste en que, mientras estos últimos «se los plantea uno» —cuando quiere y como quiere—, aquellos otros «se le plantean a uno» —en cada momento y de modo ineludible—. Claro está que lo que es hoy un problema ideal puede llegar a ser mañana un problema real y viceversa; la problematicidad cambia continuamente de signo.

      Uno puede estar fuera de su tiempo no sólo porque las soluciones que propugne resulten ineficaces y puramente imaginarias frente a los problemas reales, sino porque sus mismos problemas no tengan ya realidad, ni la pueda tener jamás.

      Esta es una de las peores cosas que le pueden ocurrir a un hombre que quiere ser algo: que su problemática se le haya pasado de moda.

 

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