Carlos Santamaría y su obra escrita

 

La limosna

 

El Diario Vasco, 1958-07-13

 

      La desigualdad de bienes materiales entre los hombres no puede, ciertamente, ser evitada. Aun en el caso de que se llegara a una supresión total de la propiedad, seguirían existiendo diferencias en cuanto al uso de los bienes, lo que, para el caso, viene a ser lo mismo.

      Está probado por informaciones objetivas y serias que, aun en los países donde se ha llevado más adelante la colectivización de la propiedad, sigue habiendo «hijos de papá». Un antiguo socialista ruso, vuelto hace poco tiempo a su país, escribe que allí no se da nunca el caso de que el hijo de un funcionario tenga que volver, por causa de su ineptitud, de la Universidad al Kolkoze o a la fábrica.

      El problema es el que ya enunciaba Huxley: «Lo que hay que deplorar no es que la sociedad haga todo lo posible para ayudar a las gentes capaces a elevarse en la escala social, sino que haya ningún medio de facilitar el movimiento inverso de los incapaces».

      Ahora bien, el hecho de que la desigualdad a que nos referimos sea inevitable no significa que una práctica económica que tiende a acrecentar y multiplicar, por coeficientes enormes, las diferencias, sea justa. Un italiano residente en un inmenso Estado sudamericano gran productor de café, me contaba, hace poco tiempo, cosas inauditas a este respecto. «Allí —me decía mi compañero de viaje, quizás con cierta exageración— el que tiene un capital puede multiplicarlo por cinco o por diez en unos pocos años, casi sin hacer nada; el que no tiene plata se ve sumido en una situación infrahumana y cada vez más miserable». «No recomendaré a nadie que vaya a este país sin dinero, si no quiere verse reducido a la condición de un auténtico esclavo». Y apoyaba sus afirmaciones con datos impresionantes.

      Lo que en el Evangelio se dice en un sentido espiritual, la sociedad ultracapitalista lo aplica en lo material: «Al que tenga mucho, se le dará mucho, y al que tenga poco, se le quitará lo poco que tenga».

      Hoy es «El Día de Caridad». Los beneméritos organizadores de la colecta que, en beneficio de los pobres donostiarras, tendrá hoy lugar en nuestra ciudad, merecen que se les agradezca este esfuerzo generoso con una generosa limosna. Es también preciso que la gente que no piensa más que en sus propios intereses, recuerde, en este día, que hay personas que, por pura Caridad, con absoluto desinterés, dedican su tiempo y su esfuerzo a pedir dinero para los necesitados, lo cual —pedir dinero— es bastante más difícil, trabajoso y desagradable que darlo.

      De todas maneras, no se piense que «El Día de Caridad» puede consistir sólo en esto: en dar una limosna material, unas pesetas, unos cientos de pesetas, unos miles de pesetas, algún que otro millón de pesetas.

      Esto no basta, por dos motivos fundamentales: en primer lugar, porque, aunque la limosna sea un acto de caridad, la Caridad no se confunde con la limosna. Si es cierto que, según dice el Aquinense, hay siete maneras de hacer limosna, no lo es menos que existen infinitas maneras de hacer Caridad: la Caridad no tiene límites ni conoce formas. La Caridad está en todo, todo lo sabe, a todo alcanza, todo lo inventa. Por desgracia, a pesar de lo mucho que, según se dice, se está haciendo ahora por enseñar la religión, resulta, según creo, que la mayor parte de los cristianos ignoran lo que es la Caridad. Como da la pequeña casualidad de que la Caridad es la esencia del cristianismo, resulta que estos buenos cristianos no tienen todavía idea de lo que es cristianismo.

      El segundo motivo es que la limosna no es el procedimiento indicado para remediar los errores y las injusticias de un mal sistema económico. Está muy bien que se dé limosna, pero haría falta que al mismo tiempo se hiciera todo lo posible por cambiar las estructuras. En una sociedad bien organizada no habría ocasión de practicar la limosna, pero no cabe duda de que seguirían existiendo infinitas maneras de practicar la Caridad.

 

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