Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Clases sociales

 

El Diario Vasco, 1959-03-08

 

      Un jesuita canadiense de lengua francesa, el P. Carrier, que explica sociología en el Instituto Católico de París, me hablaba hace poco tiempo de la precisión y finura de los métodos de investigación que se aplican actualmente en este dominio. La sociología ha dejado de ser aquella teoría, un poco declamatoria y aspaventosa, que sulfuraba a Unamuno —aunque no tanto, claro está, como «la cochina lógica»—, y se ha convertido en una auténtica ciencia rigurosa y casi matemática.

      Hoy se concretan mucho mejor los problemas que se trata de plantear y se intenta delimitarlos con gran precisión y, una vez acotados, se les ataca a fondo, aunque no siempre con éxito. Los jóvenes sociólogos ven con desconfianza las técnicas de sondeo sociológico que todavía se aplicaban hace una década. La enorme complejidad de los movimientos de estos que llamamos «sociedad humana» va resultando cada vez más evidente a medida que se emplean estos nuevos y minuciosos procedimientos. La sociología ha dejado de ser retórica y se ha convertido en lógica o sistemática, lo que sin duda alguna no disminuiría el enfado del profesor de Salamanca.

      Se está estudiando por ejemplo con una extraordinaria precisión lo que concierne a las clases sociales: por una parte, su estratificación y su equilibrio interno; por otra, sus movimientos, choques y constantes alteraciones, el cambio incesante de su fisonomía a través de la evolución del vivir social, en una palabra la «dinámica de las clases». Las síntesis demasiado extensas y los juicios de valor sin base real suficiente quedan sistemáticamente descartados.

      La tesis marxista que reduce las clases a sólo dos, en radical contradicción —burguesía y proletariado— únicamente puede seguir siendo utilizada para fines propagandísticos. Los «slogan» políticos requieren simplificaciones de este género. Las masas no se moverían nunca si se les presentasen los infinitos aspectos que la ciencia descubre en la realidad. quien quiera agitarlas o dirigirlas debe ofrecerles pocos objetivos simples y concretos. En realidad el propio Marx en sus estudios sociológicos consideraba un mayor número de clases e incluso llegaba a analizarlas con bastante precisión.

      En la Rusia actual parece que cabe señalar por lo menos seis clases sociales bien definidas: las minorías dirigentes, los intelectuales, los empleados, la aristocracia obrera, los proletarios y los campesinos. Claro está que este no es un argumento contra la sociedad sin clases a la que el régimen comunista pretende encaminarse, sino la «constatación» de una realidad objetiva.

      Sin llegar a atribuir a la sociedad una sustantividad biológica, como la de un animal, hoy se va reconociendo la autonomía de los fenómenos sociológicos, su relativa independencia respecto de la voluntad y de la libertad humanas y la gran dificultad que ofrece el querer alterar las estructuras internas de una sociedad.

      Algo nos está diciendo, sin embargo, que estas estructuras van en estos momentos camino de su profunda transformación y que ésta viene exigida por el crecimiento de la Humanidad y el progreso de su técnica.

      El género humano, que el año I de la Era cristiana contaba con 275 millones de almas, alcanza hoy los 2.800 millones de seres humanos y llegará a fin de siglo a los 5.500 millones de almas-cuerpos. ¿Cómo dar de comer, vestir, alojar e instruir a toda esta inmensa masa de gente? Parece utópico el pensar que una actitud tozudamente conservadora pueda afrontar estos problemas con éxito.

 

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