Carlos Santamaría y su obra escrita

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Ben Bella

 

El Diario Vasco, 1965-06-27

 

      La moneda está todavía en el aire. Nadie sabe aún a qué carta quedarse sobre el golpe de estado argelino. Es cierto que en toda política árabe hay siempre algo de misterio de mil y una noches, que los occidentales no acertamos a comprender del todo. Pero los últimos acontecimientos parecen indicar claramente que la revolución por la independencia argelina está pasando ahora de la fase de los mártires a la de los ambiciosos.

      Ben Bella era el símbolo de un pasado demasiado puro. Quizás por eso había necesidad de eliminarle.

      De los dos objetivos que la revolución argelina se había propuesto, uno de ellos, la independencia política, ha sido ya completamente logrado. El otro en cambio parece aun lejos de poder ser realizado. La independencia política no significa nada sin la independencia económica. Argelia es una república socialista solamente de nombre. En la práctica la transformación económica y social está todavía por hacer. Aquí se ve que para un país que accede a la libertad, la victoria sobre la propia arcaica realidad sociológica es a veces mucho más difícil de obtener que el triunfo sobre la potencia colonizadora.

      Â«Cualquier atentado contra el orden público y la disciplina será castigado sin piedad» —dice el comunicado del Consejo revolucionario. Esto nos recuerda que cuando una revuelta triunfa lo primero que hace es afirmar el imperio de la ley que ella misma acaba de transgredir. Cada ruptura de un orden legal pretende siempre ser la última.

      En mi opinión, no hace falta que el coronel Bumedien se esfuerce en probar que Ben Bella es culpable. En buena tesis «eficacista» lo es desde el momento mismo en que se ha dejado arrebatar el Poder.

      La idea de Saint-Just de que todo aquel que hace una revolución a medias trabaja únicamente en cavarse su propia tumba, sigue siendo perfectamente válida. Hay cosas, en efecto, que no se pueden hacer a medias y una de ellas es esta. Un país que sale de un régimen de colonización, y más aún si este cambio se opera a través de una guerra terrorista, lenta y sangrienta como la de Argelia, es como una tierra infectada de virus malignos. Se había acusado a Ben Bella de autoritario: ahora se ve que no lo fue suficientemente.

      Todo parece indicar que el pueblo argelino, que ansiaba la libertad, tendrá que pasar por una larga fase de autoritarismo, más o menos arbitrario. Todas las revoluciones modernas han arrancado de un deseo de libertad y casi todas han terminado con el aplastamiento de la libertad y un aumento gigantesco del poder del Estado. 1789 engendra a Napoleón; 1917 a Stalin. Weimar a Hitler. Los desórdenes italianos del año 20 a Benito Mussolini. Camus es quien lo ha hecho notar en su «Homme revolté» y es justo que se le reconozca su clarividencia. Su teoría será también aplicable al caso argelino en una o dos generaciones. Casi nunca se da el caso de una liberación de la que la libertad no salga mal parada.

      Según la expresión de un escritor francés, buen conocedor del mundo árabe, Jacques Berque, en un libro publicado hace tres años, los colonizados que alcanzan la independencia deben «cambiar de virtudes». Sus apalabras resultan ahora proféticas. Ben Bella tenía seguramente las virtudes que hacía falta para llevar al pueblo argelino a la conquista de su independencia. Ahora hacen falta sin duda «otras virtudes» y el querer seguir aplicando las de primera hora puede resultar fatal.

      Así, pues, no haya piedad con el vencido. Esta es la dura ley de la «eficacia», la única que subsiste en buena filosofía positivista y maquiavelista. La única que por lo vista está vigente en nuestro desdichado mundo sin trascendencia.

 

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