Carlos Santamaría y su obra escrita

 

Del empleo de los fusiles

 

El Diario Vasco, 1968-05-12

 

      Â«No se puede abolir la guerra más que por la guerra. Para que no haya más fusiles, hay que tomar el fusil». «Para suprimir la guerra no hay más que un medio: oponer la guerra a la guerra».

      Estas frases de Mao Tse-tung, extraídas de su librito rojo, definen bastante bien dentro de su brevedad, la posición marxista sobre la guerra y la violencia armada. Conviene que quede claro de una vez que los marxistas no defienden la violencia por la violencia, ni la guerra por la guerra, sino la violencia y la guerra como medio de llegar a una sociedad humana más justa.

      En realidad es curioso observar que en bastantes puntos los «moralistas» marxistas muestran notables coincidencias con los escolásticos cristianos. Esto se ha solido poner de relieve muchas veces y aparece también en este punto.

      Â«La historia muestra —dice Mao— que las guerras se dividen en dos categorías: las guerras justas y las guerras injustas.

      Cualquier moralista tradicional estaría dispuesto a suscribir esta frase.

      Pero donde los moralistas tradicionales ponen la Justicia —un noción de justicia quizá por desgracia, demasiado abstracta e intemporal—, los marxistas ponen el Progreso «Toda guerra progresista es justa —dice Mao— y toda guerra que sirve de obstáculo al progreso es injusta».

      Otra postura cristiana diferente de las de los escolásticos es la de los pacifistas cristianos. Según ella la violencia nunca puede servir de modo efectivo a la justicia ni al progreso, ni a la libertad.

      Evidentemente esta segunda postura es exactamente la opuesta al belicismo enunciado por Mao. Los pacifistas opinan que la guerra nunca podrá ser dominada por la guerra, ni la violencia por la violencia. «Jamás llegareis por ese medio a la abolición de la guerra. Para que no haya más fusiles hay que empezar por dejar el fusil de la mano. No existen guerras justas. La guerra en sí misma es una cruel injusticia hacia el hombre. No puede traer ningún bien. Y, si se miran las cosas a fondo, es un mal que no hace sino acarrear nuevos males».Estas son las frases con las cuales un pacifista, a la manera de Luther King o de Gandhi, contestaría a los enunciados de Mao.

      El profesor Smolik, de la Facultad de Teología hussita de Praga a quien hace poco tiempo tuve la oportunidad de conocer decía en una conferencia suya, muy interesante, titulada «¿Consumidores o revolucionarios» que lo que más le ha chocado en el libro de Régis Debray («Revolución en la revolución») es la absoluta certidumbre del autor de que la revolución acabará por ganar.

      En realidad el partidario de la revolución violenta parte de un acto de fe, la fe en la violencia, la fe en la victoria de las armas, lo mismo que el partidario de los métodos de la N.V.A. (la no-violencia-activa) parte de una fe, la fe en el triunfo de los medios pacíficos.

      Y en verdad, ¿quién puede demostrar que la victoria de la justicia esté más segura por las armas que por los medios pacíficos? ¿Quién nos asegura que los cañones justos vencerán a los cañones injustos? ¿Quién le dice a Mao que las bombas chinas serán más efectivas que las bombas americanas?

      Así la violencia en último extremo lo deja todo al azar de una lucha física. Una lucha física en la que vencerán los que tengan más cañones o mejores cañones y no los que tengan más razón.

      Por la lógica nadie podrá demostrarnos con razones históricas que la guerra y la violencia hayan sido eficaces para implantar la justicia en el mundo.

      Esta es una polémica que nunca acabará. La elección de un medio o de otro siempre será cuestión de temperamentos o de vocaciones.

      Lo que sí está claro es que cualquiera de estas dos posturas, la de «Che» Guevara y la de Luther King, siempre será mejor que la de los que, arrellanados en su comodidad, no quieren hacer nada por un lado ni por el otro. Hay algo que debe ser radicalmente condenado en todo esto, y es la postura de los eternos neutrales de la comodidad y del egoísmo.

 

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