Carlos Santamaría y su obra escrita

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Los ecologistas

 

El Diario Vasco, 1980-06-15

 

      Establecíamos en un artículo anterior la distinción entre la etnología y el etnologismo. La primera —decíamos— es una ciencia; el segundo, una ideología con todas sus consecuencias.

      Pero dejábamos en suspenso la cuestión de los ecologistas: ¿qué son los ecologistas? ¿En qué órbita y bajo qué signo se mueven éstos?

      La manía que tienen algunas personas de clasificar todos los movimientos sociales, políticos, filosóficos y religiosos en dos grandes contenedores —la derecha y la izquierda— es, evidentemente, una manera inadmisible de simplificar las cosas humanas, porque el hombre no es una magnitud unidimensional, que pueda ser encerrada en una línea recta, sino un vector de muchas e imprevisibles dimensiones.

      A pesar de todo, uno no se resiste, a veces, a dejarse arrastrar por esa manía de la simplificación. ¿Los ecologistas son de extrema izquierda o de extrema derecha? Esta es la pregunta que queda flotando —me consta— en las mentes de algunos de mis lectores.

      A primera vista el ecologismo es de izquierda. La reivindicación ecologista es una buena arma para agitar y crear dificultades a la sociedad burguesa y para poner en marcha las contradicciones internas de ésta, sobre todo en un momento tan conflictivo y problemático como el actual.

      Por otra parte, el ecologismo lleva a la conclusión de que la sociedad consumista se está haciendo ella misma invivible. Para que la Humanidad pueda sobrevivir va a hacer falta que se realice en muchos países un cambio radical de modelo de sociedad. No se puede seguir produciendo y consumiendo como hasta ahora. «Hay que consumir menos; hay que producir de otra manera», como suele decir Sicco Mansholt.

      Esto significa, en pocas palabras, el salto al socialismo mundial.

      Así, si por izquierda entendemos la postura de los que quieren cambiar radicalmente de modelo de sociedad y, por derecha, la de los que pretenden conservar a todo precio el modelo actual, entonces está claro que el ecologismo es un movimiento de izquierda. El problema ecológico no podrá encontrar jamás solución en una sociedad industrial y consumista que propugne un crecimiento ilimitado a costa del agotamiento de los recursos naturales.

      Pero, si se miran las cosas desde otros puntos de vista, las ideas de ciertos ecologistas pueden parecer cavernícolas y hasta troglodíticas.

      Recientemente unas palabras del sociólogo y ecologista Mario Gaviria («El País», 22 de mayo) nos ayudan a plantear la cuestión.

      En el ecologismo —venía a decir Gaviria— hay una simbiosis de anarquismo, marxismo, naturismo, antimilitarismo, afirmación de las autonomías, rechazo del trabajo como presión y concepción de la vida como gozo. Todo esto difícilmente puede desarrollarse en una sociedad capitalista —añadía Gaviria— porque «el capitalismo ahoga la imaginación del ciudadano».

      No vamos a dar a estas palabras —claro está— un valor definitorio que seguramente su autor no quiso poner en ellas. Pero está claro que el movimiento ecologista así descrito es una cosa mucho más complicada y que va mucho más lejos que lo que en principio podía esperarse de la simple idea ecológica.

      Aparece aquí el ecologismo como una vasta y heteróclita condensación de movimientos de protesta contra la sociedad capitalista y contra las formas de vida social que hoy se llaman civilizadas.

      En realidad, los males contra los que se protesta existen también en las sociedades socialistas, que suelen ser generalmente mucho menos permisivas y mucho más intolerantes con la «imaginación del ciudadano» que las sociedades capitalistas.

      Pero surge de todo eso una especie de mito ecologista, capaz de impresionar y arrastrar a una multitud de gentes resentidas y oprimidas que creen así poder luchar por su liberación frente a una forma de civilización en la que se sienten alineadas.

      Hay en el fondo de todo este planteamiento una enorme cantidad de irracionalismo.

      Ahora bien, en el irracionalismo social se esconden las raíces de todos los movimientos ultra-reaccionarios que han proliferado y proliferan en el mundo contemporáneo.

      Â«Allí donde levanta la cabeza el irracionalismo —escribe Lukács en «El asalto a la razón»— surge la posibilidad de una ideología fascista agresivamente reaccionaria».

      Las ideas de algunos ecologistas presentan una aspiración de retorno a la naturaleza en su pureza originaria, una inclinación al primitivismo que está reñida con toda idea de progreso y de desarrollo.

      En la técnica, en el progreso, en la industrialización, hay valores a los que los hombres y mujeres de hoy no podemos renunciar. Una nueva naturaleza le ha nacido al hombre y con ella tiene éste que vivir hacia el futuro.

      Negarse a comprender esto es colocarse en una postura básicamente retrógrada y, desde este punto de vista, los ecologistas primitivistas denotan una marcada tendencia derechista o reaccionaria.

      Para terminar esta somera exposición, hemos de hacer notar que, en la práctica, los ecologistas funcionan en muchas partes, no como izquierda ni como derecha, sino como una tercera fuerza de carácter ambivalente y neutralista, presta siempre a dar las más grandes sorpresas.

      Las organizaciones ecologistas no entran, pues, fácilmente en la mecánica política de los países democráticos. Por supuesto, esas organizaciones no son partidos políticos en el sentido usual de la palabra; pero tampoco pueden ser considerados como simples movimientos humanísticos o filantrópicos.

      En algunos países el voto ecologista representa ya una fracción relativamente importante del electorado, lo que preocupa a los políticos. Estos lo consideran como un voto «extravagante», es decir, un voto que no va a ninguna parte y que sólo sirve para engrosar la abstención, fantasma número uno de las actuales democracias.

      Creo que este punto de vista es equivocado. El ecologismo tiene hoy una enorme importancia política y social y no es cuestión de que pueda ser marginado o tratado a la ligera.

 

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