Carlos Santamaría y su obra escrita

 

El filósofo y la Nación

 

El Diario Vasco, 1981-06-14

 

      Hace unas semanas —en unas declaraciones formuladas en Sevilla— Julián Marías ha afirmado que «Cataluña y el País Vasco no son naciones ni lo han sido nunca, como tampoco lo fue Castilla».

      Lo que más me ha llamado la atención en esta frase es la rotundidad de la misma. Marías parece manejar en ella la palabra nación con la misma seguridad y fijeza que si de un término rigurosamente unívoco se tratase. Y esto, para cualquiera que se haya metido un poco a fondo en el tema, no es en absoluto cierto.

      Recuerdo ahora una anécdota relatada por el cultísimo y siempre divertido Fray Jerónimo Feyjoó en su «Teatro crítico universal».

      Cuenta el erudito benedictino que, en cierta ocasión, un señor obispo que examinaba a un seminarista, un poco en son de burla, y al mismo tiempo que apuntaba a un cabezo o montecillo que se veía por la ventana, le preguntó:

      — «¿Cuántos sacos de tierra crees que se pueden sacar de ese monte?».

      A lo que el seminarista, muy astuto contestó:

      — «Eso, Ilustrísima, nadie lo puede saber, pues depende de cómo sean de grandes los sacos».

      Que el amigo Marías empiece pues por explicarnos con claridad lo que él entiende por nación y entonces podrá cada uno de nosotros decirle, con entera libertad de opinión, si está o no de acuerdo con sus afirmaciones.

      Pero la verdad es que la cosa de lo que es nación «no está nada clara», como escribiera alguna vez el maestro y amigo de Julián Marías don José Ortega y Gasset, más cauto en esto —al parecer— que su destacado discípulo.

      Fundamentalmente pueden señalarse dos tendencias en la interpretación del concepto de nación, que André Hauriou en su tratado de Derecho constitucional llamaba «alemana» y «francesa». La primera de estas dos tendencias pone el acento sobre el pasado. Desde este punto de vista la nación —o la patria— es la «tierra de los padres». En cambio la segunda interpretación presenta la nación/futuro, es decir, como la «tierra de los hijos». Es evidente que a partir de la revolución francesa la «derecha» se inclina más a la primera versión y la «izquierda» a la segunda.

      Para explicar el primer concepto de nación nos bastará reproducir estas claras palabras del internacionalista P. Delos: «El hombre es un ser que nace, pero su filiación va más allá de la inmediata paternidad humana, porque el hombre, es también hijo de un suelo, de un conjunto de elementos territoriales, orográficos, climatológicos, etc. que contribuyen a su formación como hombre. Sobre todo hay en el hombre una relación de filiación con su medio social-histórico. Tradiciones, costumbres colectivas, usos sociales y políticos, lengua, étnica, cultura y toda una filosofía de la vida, forman el 'medio nacional'. En suma: 'todo un pasado histórico que revive en el presente'».

      La otra postura es la ideológica, la concepción jacobina de la nación, surgida de las ideas de Rousseau: La nación como contrato social. Esta segunda posición fue perfectamente expresada por Renan en su famosa conferencia del 11 de marzo de 1882, al decir que la nación es un «plebiscito cotidiano», una «voluntad de hacer historia y de construir el futuro juntos», por encima de todas las diferencias etnológicas, históricas y culturales.

      Cuando hoy se dice, por ejemplo: «vasco es todo hombre o mujer que vive o trabaja en Euskadi» creo que se está del lado del «plebiscito cotidiano». En cambio, las ideas que en su día planteó y defendió con notorio éxito Sabino Arana se corresponden mejor, con la concepción tradicional o germánica de la nación. La novedad puede estar en una atrevida síntesis entre la modernidad y la tradición. Entre la tierra de los padres y la tierra de los hijos.

 

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