Carlos Santamaría y su obra escrita

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Los nuevos liberales

 

El Diario Vasco, 1982-07-04

 

      Nadie conoce hoy aquel famoso libro de Sardá y Salvany: «El liberalismo es pecado», que tanta tinta, e incluso sangre, hizo correr a principios de siglo. En todo caso, si lo fue alguna vez, hace mucho tiempo que el liberalismo ha dejado de ser pecado, con lo cual —notémoslo de paso— parece haber perdido todo interés para algunas personas.

      Claro está que no vamos a incurrir aquí en el error de confundir el liberalismo religioso con el económico o con el político, aunque entre estas corrientes hubo siempre secretas afinidades que no tratamos de analizar.

      El hecho es que la etiqueta liberal vuelve a utilizarse ahora, gracias en parte a los llamados clubs liberales, que surgen en este momento «por doquier», como un elemento —y no el menos pintoresco, por cierto— del actual embrollo político.

      Como es sabido, a finales de febrero se constituyó en Mallorca la Federación de Clubs Liberales y fue designado presidente de la misma el señor Garrigues Walker, quien era ya considerado de antemano como el auténtico padre de la criatura.

      En una de sus primeras declaraciones tras su acceso a la presidencia, Garrigues fue categórico: «La Federación no se va a convertir en un partido político —dijo— porque ni lo queremos ni existen posibilidades legales para ello».

      La Constitución no impide —en efecto— que existan otras formaciones políticas distintas de los partidos. Aunque reconoce a éstos como «instrumento fundamental para la participación política», no les atribuye el monopolio en esta materia. No hay nada en el texto constitucional que impida que los clubs —o clubes— a pesar de su carácter apartidista puedan también ejercer una función complementaria de las de los partidos.

      Los clubes se definen como una plataforma de lanzamiento a la política de hombres independientes o, todavía mejor —en palabras del propio Garrigues— como «la escuela de educación liberal en la que se formarán personas que puedan aportar a la política esa base de solidez y de seriedad» que actualmente necesitan.

      A las personas de mi generación esto nos hace recordar una vieja idea, la idea de las minorías selectas que hace mucho tiempo se plantearon en España hombres como el padre Ayala y don Ãngel Herrera, aunque sin duda con propósitos mucho más «clericales», o menos liberales, que los del señor Garrigues Walker.

      De cualquier manera, el renacimiento del liberalismo como ideología política activa es un fenómeno que sobrepasa con mucho el ámbito del Estado español y que en este momento tiene en varios países de Europa una significación muy particular.

      La corriente liberal tiende a presentarse actualmente como la única propicia a la libertad. Los nuevos liberales quieren identificar libertad con liberalismo. Contra el intervencionismo del Estado, contra el socialismo «creador de nuevas injusticias» —según una reciente declaración del presidente del «Club de l'Horloge» de París, cuya fundación data ya del 74— los nuevos liberales parten en cruzada como exclusivos salvadores de la libertad.

      En esto no parece que se les pueda dar la razón. Hay muchas formas de oprimir la libertad y los propios liberales de ahora deben reconocer que el liberalismo jacobino ha sido durante muchos años, y bajo diferentes aspectos, un auténtico enemigo de las libertades sociales y de las libertades de los pueblos.

      Querer meter todas las libertades en un mismo saco, como si la libertad fuese algo unívoco o monolítico, es una falacia manifiesta. Los partidos que defienden una forma o aspecto de la libertad humana ignoran o aplastan con frecuencia otras libertades, todavía más importantes.

      Hablar de una ideología de la libertad es pues una contradicción en los términos y puede que también un notorio engaño. Parece, por lo menos, que los clubes que ahora se agrupan tienen una carga política previa y que cierta forma de lucha de clases «desde arriba» se reproduce ahora en ellos, tanto en España como en Francia, frente al que llaman el peligro socialista.

 

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