Carlos Santamaría y su obra escrita

 

No lo demoremos más

 

El Diario Vasco, 1968-01-28

 

      Un artículo publicado en «Nuevo Diario» y reproducido ayer por EL DIARIO VASCO atrae de nuevo nuestra atención hacia un tema importante, al cual hemos solido referirnos en otras ocasiones en estas mismas columnas: la protección de las minorías lingüísticas. En el momento actual las querellas lingüísticas son tema de actualidad en diferentes partes del mundo y, en algunos casos, como ocurre en Bélgica (disturbios en la Universidad y de Lovaina; complicaciones litúrgicas en zonas limitadas) y en la India (graves desórdenes y violencias en todo el país en defensa del hindú contra el inglés), llegan a adquirir caracteres agresivos.

      El mundo socialista no escapa tampoco a esta clase de problemas. En Yugoeslavia, por ejemplo, gran número de intelectuales publicaron una declaración en defensa de la lengua croata —no muy diferente de la lengua servia— provocándose con este motivo importantes fricciones políticas.

      También las grandes lenguas plantean sus reivindicaciones y defienden su «clientela» cada vez que se encuentran en situación minoritaria.

      Así los franceses reclaman la enseñanza de la lengua de Molière en el Valle de Aosta y propugnan la plena expansión cultural del francés en el Canadá.

      La lengua española ha dado relieve, con justa razón, hace unas semanas, a la noticia de que en Norteamérica los niños hispanófonos serán educados en español. España y varios países de Iberoamérica reclamaron asimismo ante la U.N.E.S.C.O. la defensa del español en las Islas Filipinas. Como resultado de ello, la Conferencia General de la U.N.E.S.C.O. aprobó en 1966 una resolución en virtud de la cual una comisión especial acaba de llegar a Manila para estudiar sobre el terreno la implantación del castellano como lengua escolar cuando de alumnos de familias hispano-parlantes o hispanófilas se trate.

      En estos últimos meses la prensa española ha dedicado también bastante atención a este tema a nivel peninsular y se han publicado buen número de artículos en defensa de las lenguas locales, es decir, en el sentido de que estas deben ser llevadas a la Escuela para que puedan pervivir y desarrollarse normalmente.

      El rector de la Universidad de Salamanca escribía hace poco en el «ABC»: «Es doloroso que la escritura, la gramática y el dominio del idioma nativo, queden relegados al margen de la enseñanza escolar, teniendo que improvisarlos privadamente cual si no se reconociera su rango cultural propio».

      El señor Salvador, publicaba, no hace mucho, en un lugar destacado del periódico «Arriba» un artículo en el que se declaraba, entre otras cosas interesantes, que «el estudio del catalán, como el del galaico, como el del vascuence, deben empezar en el parvulario, en la normal, en el instituto, porque el idioma es una comunión social y la persona que piensa, siente y habla en dos idiomas tiene dos culturas». El artículo terminaba diciendo: «Por favor, que en un futuro próximo sea una realidad el plurilingüismo nacional como base de armonía social».

      Peticiones moderadas y, según creo, perfectamente realizables, han sido elevadas al Ministerio de Educación y Ciencia para que se implante la enseñanza del catalán y del gallego en las escuelas. La Academia de la Lengua Vasca y la Sociedad de Amigos del País han hecho también gestiones análogas respecto del vascuence presentando peticiones escritas y visitando más tarde, en septiembre último, al señor ministro de Educación, de quien recibieron por cierto, impresiones alentadoras.

      Por desgracia, nada se ha sabido después. Sin duda la cuestión está en estudio en los organismos técnicos competentes; pero nada sabemos de ello por el momento. No quisiéramos, sin embargo, que se echase tierra a este asunto, para muchos de nosotros tan importante.

      Este periódico hacía ayer mismo alusión al tema de las minorías lingüísticas en su artículo editorial. Refiriéndose concretamente al problema flamenco-valón, hacía ver el grado de envenenamiento a que se puede llegar en esta clase de problemas. «Nada más fácil —decía el editorial mencionado— en comunidades heterogéneas, para conseguir un acomodamiento razonable y de apacible convivencia, que hallar fórmulas adecuadas».

      Puesto que la cuestión no es aquí, ni mucho menos, tan complicada, no dejemos que estos problemas se dilaten indefinidamente.

      Y si desde el punto de vista técnico o económico existen dificultades, pónganse al habla los órganos del Ministerio con las Corporaciones locales y las instituciones cultas que han formulado peticiones, para obviar rápidamente los inconvenientes que existan. No parece que la técnica de relegar la solución de los problemas difíciles —si es que alguien pensara que este sea un problema difícil, cosa que yo no creo— sea buena en casos de esta naturaleza, porque las gentes se escandalizan y los sentimientos se agrian.

      Yo diría simplemente esto: no lo demoremos más.

 

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