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Miren Basaras

Un año después

Profesora de Microbióloga y responsable COVID-19

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 11/03/2021

Miren Basaras
Miren Basaras. Foto: Mitxi. UPV/EHU.

Hoy, 11 de marzo, se cumple un año desde que la Organización Mundial de la Salud declaró el estado de pandemia debido al nuevo coronavirus: 365 días que, sin lugar a dudas, han cambiado nuestras vidas en el ámbito personal y profesional.

Pocos días después de la declaración de pandemia, comenzó el estado de alarma con un severo confinamiento domiciliario que tuvimos que cumplir para controlar lo antes posible el tsunami que estaba produciendo el coronavirus. El último viernes antes del confinamiento, un compañero de mi facultad y yo nos despedimos con un “hasta el próximo curso”. Éramos conscientes que lo que se nos avecinaba iba a ser un proceso largo.

En aquellos días de marzo, de la noche a la mañana, nos tuvimos que adaptar a impartir y recibir toda la docencia de manera no presencial, a aprender a teletrabajar y a intentar hacer una investigación adecuada desde nuestros domicilios. Fueron días muy duros en el ámbito laboral, educacional, social y personal. Y, desgraciadamente, a lo largo de todo este año hemos perdido a muchas personas por las consecuencias de este virus.

En el verano nos dimos cuenta de que, lógicamente, un nuevo virus capaz de causar una pandemia de este tipo no iba a desaparecer. En diversas universidades extranjeras de prestigio ya se publicaban estudios indicando que el distanciamiento social y, por tanto, algún tipo de confinamiento, iba a alargarse hasta el 2022, puesto que el virus continuaría entre nosotros con una transmisión muy activa.

Durante el verano fuimos adaptando los horarios del presente curso académico, intentando primar la presencialidad en muchas de las tareas. Había incertidumbre por parte de una gran parte del colectivo universitario a la hora de creer que el presente curso académico iba a poder llevarse a cabo de una manera semipresencial y había muchas dudas sobre si eso podía aumentar el número de contagiados en nuestro entorno.

La universidad, a lo largo de estos meses, se ha tenido que adaptar instaurando medidas de vigilancia preventivas para evitar brotes en sus aulas y lugares de trabajo. Se han nombrado a personas responsables COVID en cada centro, asignado espacios de aislamiento para posibles casos sospechosos, diseñado protocolos de actuación ante posibles casos y brotes, gestionado con las empresas la desinfección de espacios… Todo ello intentando darlo a conocer a la comunidad universitaria y gestionándolo de la manera más rápida posible, con la colaboración de la Red de Vigilancia de casos y contactos de COVID-19 de Osakidetza.

Como parte de la sociedad que somos, las distintas oleadas de este virus han tenido su reflejo en la universidad. En los periodos en que más casos positivos se detectaban en el entorno, también ha habido más personas confinadas en la universidad: estudiantes que recibían la docencia no presencial en sus domicilios, docentes que tenían que impartir esa docencia o personal de administración y servicios que debían seguir con sus tareas laborales desde su domicilio. Muchas veces se ha tenido que instaurar ese sistema mixto de trabajo presencial y trabajo en remoto.

Desde el inicio del curso, los datos de personas a las que se les ha detectado el virus en la universidad han sido mínimos y sólo el 2,9 % de la comunidad universitaria se ha infectado a lo largo de todo este periodo, siendo el contagio de esas personas externo a la propia universidad. El esfuerzo que ha hecho la Universidad del País Vasco y todo su personal ha supuesto que no haya brotes epidémicos internos en las aulas o en los distintos centros, sumado a ello que el número de aulas que han tenido que ser confinadas ha sido mínimo. Las medidas que se han adoptado parece que han dado y siguen dando su fruto. Llevarlas a cabo correctamente es una responsabilidad de todas las personas que formamos parte de esta universidad si queremos que redunde en un entorno seguro de posibles focos contagiosos.

En todos estos meses, se han publicado miles de artículos científicos dando respuesta a los distintos interrogantes planteados ante este virus, entre ellos hemos aprendido el papel que juegan las personas asintomáticas en la evolución de la pandemia (hecho no exclusivo de este virus) y el alcance de los aerosoles como un importante mecanismo de transmisión del virus, lo que ha llevado a instaurar medidas para que haya una buena ventilación en los distintos espacios, aunque en algunos de ellos hayamos pasado frío este invierno.

A pesar de todo este esfuerzo titánico, en ciencia sabemos que, en este caso también, todavía quedan muchas incógnitas por resolver. Actualmente desconocemos cuál es la dosis infecciosa de este virus, tampoco se han desarrollado antivirales específicos que puedan curar la COVID. Así mismo, hoy en día desconocemos el papel futuro que pueda tener la recombinación genética y la mutación para el desarrollo de posibles variantes más virulentas. Además, debido a que el virus se conoce desde apenas quince meses, no se conoce con exactitud si la inmunidad generada será transitoria o permanente.

Es difícil predecir cómo será el próximo año y, por tanto, el próximo curso. Todo dependerá del grado de inmunidad que hayamos adquirido frente a este virus. Pero parece difícil que podamos volver a la normalidad de la pre-pandemia en un periodo corto de tiempo. Deberemos seguir adaptándonos y aprendiendo día a día. Hace un año terminé mi reflexión en esta misma sección de Campusa diciendo que la salud es un problema de todos los países del mundo. Como tal, lo tenemos que seguir asumiendo. El término ‘One Health’ hoy en día adquiere mayor importancia.