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Piedras y presos

Paseo arqueológico por el campo de concentración de Nanclares de la Oca en Álava

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First publication date: 29/06/2018

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El pasado 17 de junio, por iniciativa de la asociación Geltoki Elkartea y con el apoyo del Ayuntamiento de Iruña de Oca, se organizó un “paseo arqueológico” por la historia y el paisaje del campo de concentración de Nanclares de la Oca. Fue una oportunidad para conocer un centro penitenciario con casi ocho décadas de historia de reclusión y trabajo de “redención de penas”.

El punto de partida del “paseo arqueológico” por ese paisaje disciplinario fue la plaza del Ayuntamiento de Nanclares de la Oca. El nutrido grupo, guiado por el arqueólogo de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea Josu Santamarina Otaola, se dirigió hacia el centro penitenciario para revivir de cerca una historia poco conocida, que ya fue investigada por Juan José Monago Escobedo en su libro ‘El campo de concentración de Nanclares de la Oca (1940-1947)’ en 1998.

La construcción del campo de concentración de Nanclares comenzó en el invierno de 1940, cuando casi un centenar de prisioneros republicanos fue internado en tierras de la aldea de Garabo, junto al río Zadorra y al pie del pueblo de Víllodas. Al principio, unas tiendas de campaña y un par de barracones fueron el único refugio para esos cautivos del Régimen de Franco.

“La vida en el campo era realmente dura, muchos morían por pura desnutrición”

El lugar elegido para el emplazamiento del campo de concentración, conocido como ‘Montecillo de Garabo’, necesitaba ser aplanado y, por esa razón, los picos y los martillos de los presos comenzaron rápido a picar la roca del lugar. De esa cantera surgió la piedra para construir numerosos lugares de Vitoria, como el barrio ‘Martín Ballesteros’ de casas baratas de Armentia o algunos edificios de la calle Ramiro de Maeztu. “Como apuntan investigaciones anteriores, la vida en el campo era realmente dura: los presos sufrían graves enfermedades continuamente, sobre todo aquellas relacionadas con la desnutrición, como el escorbuto, la pelagra o el beriberi. Además, la cantera era un lugar muy peligroso y, por ejemplo, el 10 de abril de 1945 hubo una explosión descontrolada que se saldó con 9 heridos graves”, explicó Josu Santamarina. Las enfermedades sufridas por los presos están registradas en los diarios del médico del campo, quien recogió muchísimos datos del trágico día a día. “Sólo en el último trimestre del año 1943 se registraron 21 muertes, un tercio de ellas por pura y simple desnutrición”, añadió.

Unos pocos años después, el campo contaba con ocho barracones, una superficie de 57.000 m2 y acogía a todo tipo de prisioneros, hasta presumiblemente superar el millar de internos. Ahí se recluyeron desde brigadistas internacionales que lucharon por la República, que procedían del campo de concentración de Miranda de Ebro, hasta nazis que huían de la derrota en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial y que se afanaban en escapar a Sudamérica. “Muchos de los presos eran brigadistas internacionales que voluntariamente habían llegado a España para combatir con la República y contra el fascismo. Había alemanes, polacos, checos, franceses, italianos, etc. Además de ser presos de Franco, muchos de ellos, con las conquistas de Hitler en Europa, no podían volver a casa porque allí les esperaba una muerte segura”, relató Santamarina.

“El diseño del campo de concentración contó con el apoyo técnico de militares nazis”

Como aportó Juanjo Monago, autor del único monográfico que existe hasta el día de hoy sobre ese lugar y que también participó en el recorrido, “el diseño del campo de concentración de Nanclares de la Oca contó con el apoyo técnico de militares nazis. Se tomaron modelos de campos de concentración de Alemania, tales como el de Buchenwald (1937) y Sachsenhausen (1936). Los barracones fueron dispuestos formando un gran trapecio, siempre bajo la atenta mirada de una gran torre de vigilancia, que todavía hoy guarda la zona. Se construyeron ocho barracones con capacidad para 200 presos cada uno. Ése era el “hogar” de miles de indeseables –como se les llamaba en la época-. Indeseables que eran encuadrados bajo una estricta disciplina militar: uniforme gris para el verano, uniforme marrón para el invierno”.

 

Vagos y maleantes

Además, es tristemente célebre el uso que se le dio al centro como lugar de internamiento de homosexuales durante la Dictadura bajo el amparo de la ‘Ley de Vagos y Maleantes’. “La Ley de Vagos y Maleantes se promulgó en tiempos de la República, en 1933, pero fue la Dictadura de Franco la que en 1954 incluyó la homosexualidad como tipo delictivo –comentó el arqueólogo de la UPV/EHU-. Quienes eran internados en Nanclares recibían un trato paternalista y patologizante: las autoridades alegaban que intentaban “curarles”, les ponían motes femeninos y les obligaban a hacer trabajos de cuidados en las propias casas de los funcionarios de la prisión. Es una historia especialmente desconocida del Régimen”.

Otro de los puntos del recorrido fue la cantera, lugar común de todos los reclusos que, con su trabajo, fue el principal agente moldeador del paisaje. Una torre, que se conserva a día de hoy y que fue integrándose en el proceso de conversión del campo en prisión, cumplía (y cumple) la función de vigía inmóvil. “Los barracones fueron los mismos que diseñaron los técnicos nazis hasta finales de la década de 1970, cuando se inició una reforma integral. La prisión fue reinaugurada en 1984, con un ordenamiento en módulos más moderno, pero con la zona principal de vigilancia todavía conservada del campo original. La piedra trabajada por los presos sigue siendo la que conforma los muros del acceso a la prisión”, comentó el guía.

Aunque en 2011 se inauguró el nuevo macrocentro penitenciario de Zaballa, la vieja cárcel de Nanclares aún acoge a medio centenar de presas y presos en tercer grado. “La reclamación del pueblo de Iruña de Oca para su definitiva cesión sigue siendo papel mojado para la Administración. Esta visita también intenta cumplir su papel dentro de esa reclamación: la historia de la cárcel y antiguo campo de concentración es un patrimonio complejo de nuestro pasado, pero debemos afrontarlo y aprender de él”, concluyó Santamarina.

El recorrido dominical finalizó con una parada necesaria, la que tuvo lugar en el Colegio de los Hermanos Menesianos, al otro lado del río Zadorra. Ese complejo arquitectónico realmente ostentoso tuvo su origen en el balneario-casino Bolen, a finales del siglo XIX. Sin embargo, aquella lujosa casa de aguas tuvo que cerrar sus puertas y fue entonces cuando los Hermanos Menesianos la adquirieron en 1914. Instalaron ahí un gran colegio que, durante la Guerra Civil, sirvió de campamento para la Legión Cóndor alemana y los Flechas Negras italianos. Todavía hoy se conserva un mural fascista italiano, con un dibujo del Vaticano y la efigie de Mussolini.

El Colegio de los Menesianos tuvo funciones auxiliares respecto al campo de concentración de Nanclares. Unos pilares de cemento en medio del río Zadorra nos hablan de aquel puente tendido entre el centro represivo y el colegio, entre el Estado y la Iglesia. La ideología oficial era el nacionalcatolicismo y la guerra no había sido otra cosa que una Cruzada.