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Lydia Vázquez

Traducir la obra de Annie Ernaux

Catedrática de Filología Francesa y miembro de la Academia ‘Europaea’

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2023/03/16

Lydia Vázquez, catedrática de Filología Francesa
Lydia Vázquez, catedrática de Filología Francesa | Argazkia: Mitxi. UPV/EHU.

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Comencé mi andadura como traductora literaria al mismo tiempo que me incorporé como docente e investigadora a la UPV/EHU, en el año 1989. Se celebraba el Bicentenario de la Revolución francesa y Alianza editorial pidió a Marta Lorente la edición crítica y a mí la traducción del ‘Ensayo sobre los privilegios’ y ‘Qué es el Tercer Estado’ del abate Sieyès, dos obras clave de aquel momento histórico. Desde entonces he compaginado mi labor como profesora de literatura francesa y de traducción literaria en los grados de Filología Francesa, Filología, Traducción e Interpretación, así como en los másteres de Traducción y de Estudios Literarios, con la de investigadora en literatura francesa del siglo XVIII, estudios de género y estudios animalistas, y con la de traductora.

Como traductora, me he acercado a escritoras y escritores de casi todas las épocas, desde el siglo XVII al siglo XXI, y he colaborado con diversas editoriales entre las más prestigiosas del Estado, como Random House, Planeta, ADE y, en particular, con Cabaret Voltaire, consagrada esencialmente a la publicación de libros en lengua francesa de los siglos XX y XXI.

Fue hace diez años cuando, en una conversación con los editores de Cabaret Voltaire, decidimos pedir los derechos de las obras aún no publicadas de Annie Ernaux, autora ya muy conocida en Francia, por haber recibido varios galardones y, entre ellos, el prestigioso premio Renaudot por ‘El lugar’, en 1984. Pero en España y en la América latina hispanohablante seguía siendo una desconocida. Apenas si algunas profesoras universitarias que abordábamos en clase obras de temática genérica la citábamos sobre todo por sus ‘Armarios vacíos’, su primer libro publicado (1974). A través de ese relato nos parecía asistir al nacimiento de un postfeminismo muy distinto del beauvariano y a una nueva forma literaria que se desmarcaba por su estilo, su lengua y sus contenidos de la ‘nueva novela’ que aún marcaba la producción gala.

Así que acepté entusiasmada el desafío de su traducción, trabajo que llevo realizando con un promedio de algo más de un libro por año[1]. Y he de decir que puedo presumir de haber contribuido, si no a ese premio Nobel tan merecido, sí a divulgar su obra en el Estado y en América latina y a que hoy sea Annie Ernaux una de las escritoras actuales más leídas en castellano.

Al lanzarme a la primera de mis traducciones de las obras de Ernaux, ‘La mujer helada’ (Cabaret Voltaire, 2015), enseguida me surgieron dudas de traducción, pues hay que decir que esa ‘lengua plana’ en la que escribe la autora normanda supuso todo un desafío para la veterana traductora que era yo. Esa lengua aparentemente fácil puesto que perfectamente comprensible, carente de todo lirismo y de toda artificiosidad, me resultaba, al contrario, todo un reto a la hora de ‘trasladarla’ al castellano. Por su exactitud, matemática, o clínica. Cada palabra está escogida meticulosamente, cada coma está medida, los modismos, los regionalismos, los cambios de registro, todo está calculado concienzudamente. Y yo diría que ideológicamente. Por eso avanzaba despacio, muy despacio, con manos de plomo. Y, claro, tuve que recurrir a la autora, a quien envié correos electrónicos exponiéndole mis dudas. Enseguida me contestó, esclarecedora, amable, generosa, cercana. De forma que lo que comenzó como un intercambio ‘profesional’ continuó como una relación de amistad que seguimos manteniendo hoy, tras viajar juntas a Formentor, para recibir el premio, a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, para su homenaje, y después de reencontrarnos aquí y allá, también en su casa de Cergy. Y seguimos hablando de sus libros y mis traducciones, de mis dudas, a cada obra, pero también, y sobre todo, de la vida, de la suya, de la mía, de la de todos y todas, de política, del mundo, de viajes, de paisajes, de sus gatos, de mi gata… Y he de decir que el premio Nobel no la ha cambiado nada, no ha cambiado nada nuestra relación, al contrario. Sigue siendo la escritora genial y humilde, generosa y cercana que conocí.

Pero me gustaría volver a mi experiencia de la traducción de Annie Ernaux. En mi primer trabajo sobre su obra, avancé rápidamente. Su escritura, tildada de ‘blanca’, o de neutra, o de no literaria… esa escritura que ella misma comparaba a la que usaba para escribir una postal a sus padres, me parecía, si no fácil, sí ‘transparente’, y en ese sentido, sin ambigüedades, sin esa confusión que a veces rodea un texto y que nos hace difícil su comprensión. Porque para leer un texto no hay por qué entenderlo todo, cada una de sus palabras, pero para traducirlo, sí. En ese sentido, yo entendía, salvo excepciones rarísimas, todo lo que esta escritora decía con cada una de sus palabras. De vez en cuando algún término normando me descolocaba’ pero afortunadamente existen diccionarios de normando-francés que me solucionaban el problema puntual.

Sin embargo, fui dándome cuenta, a medida que me adentré en el primer texto, y luego en el siguiente, y en el siguiente, y en el siguiente… de la dificultad de la escritura de Ernaux. Me di cuenta al releerme y ver que el español que estaba utilizando no se parecía en nada al que había usado hasta entonces, ni como escritora ni como traductora. Estaba inventando un español nuevo para un francés distinto. Encontraba a cada paso palabras conocidas, ciertamente, pero que, puestas ahí, me parecían no estar en su sitio. Iba entonces a verificar al diccionario francés, en general el Littré, que es el que más uso, aunque a veces también echo mano de los académicos o de otros, como los históricos o los etimológicos, y me daba cuenta de que esa palabra que yo creía conocer tenía otra acepción, en general más importante que la vulgarmente conocida, que era la que utilizaba la escritora. Así, poco a poco, fui enriqueciendo mi diccionario francés personal, no tanto con palabras nuevas, o raras, como con significados nuevos que daban un ‘espesor’, una ‘densidad’ a las palabras para mí desconocida hasta entonces.

También fueron apareciendo las dificultades de la traducción de la escritura autobiográfica, o socio-autobiográfica, como ella la denomina, pues, lejos de ser una escritura ombliguista, su preocupación reside, al contrario, en contar lo que tienen en común los dramas y aventuras de su vida con los nuestros. Y he de decir que acierta de lleno, tanto cuando habla de su condición de tránsfuga social, de su ‘vergüenza’ social, como de su aborto clandestino, de su cáncer de pecho, del alzhéimer de su madre… O del siglo XX tal y como lo vivieron los suyos, las suyas, en ‘Los años’, su obra magna, para mí. Así pues, Annie Ernaux citaba constantemente, como parte del tejido autobiográfico, canciones, libros, películas, programas de radio, de televisión que, o yo desconocía, o si conocía, por mi tiempo vivido en Francia o por mis estudios, tenía que rememorar para poder incorporarlos como vivencias para poder traducir bien. Ni que decir tiene que la traducción se hizo más lenta, pues prácticamente en cada frase había una, dos o más puertas que tenía que abrir para ver lo que había dentro, antes de proseguir. Por suerte, Google nos ha facilitado mucho esa tarea a los traductores y las traductoras, pero, aunque todo pueda ‘encontrarse’, se pasa (que no ‘se pierde’) mucho tiempo leyendo los libros, escuchando las canciones, viendo las películas de Annie.

Además, está el problema de la adaptación. Con nuestra escritora no cabe sino adaptar porque por desgracia el lector y la lectora hispanohablantes no están familiarizados ni con el sistema educativo francés, ni con los anuncios de la tele gala, ni con toda esa cultura popular y general que comparten el lectorado del país vecino con la autora. En muchos casos basta con añadir el intérprete, o el autor, pero en otros casos hay que buscar el equivalente en España, y eso no siempre es fácil. Aunque puede convertirse en un juego, como cuando hay que encontrar un anuncio que tenga la misma sonoridad, el mismo ritmo o una rima similar. Tengo que reconocer que, aunque no siempre es fácil, suelo divertirme mucho buscando. En ‘Los años’ (2008), por ejemplo, los jóvenes hablan al revés, en ‘verlan’, es decir al ‘verrés’, para no ser entendidos por los adultos. Aunque no es una práctica tan extendida en España como en Francia, el fenómeno sí existió, al menos en mi niñez, y nos gustaba hablar al ‘verrés’, y nos contábamos el cuento de la ‘tacirupeca jarro’ y nos reíamos de nuestra amiga que se llamaba ‘Sarro’. Así que decidí adoptar el verrés, aunque el lector pueda verse un poco sorprendido al principio, porque estoy segura de que va a entender el mecanismo, lo que le permitirá comprender mejor el fenómeno en Francia.

Así que cada vez me cuesta más traducir a Annie Ernaux. Porque he comprendido la gran dificultad de su escritura, una escritura donde cada palabra pesa un kilo, por lo menos, y está escogida a conciencia. Pero cada vez me gusta más. Quizá demasiado. Y con ello querría concluir reflexionando sobre lo que yo he bautizado como ‘la paradoja del traductor’, acordándome de Diderot, autor del que he traducido, entre otros textos, su maravillosa ‘Paradoja del comediante’.

Sabemos que Marthe Robert, la extraordinaria traductora de Kafka al francés, cayó hasta tal punto bajo la influencia del escritor, que durante muchos años no pudo escribir sus propios libros. Hasta que, como ella mismo afirmaba, pudo alejarse de él, pero no sin pena, porque, decía, “Kafka es un gran seductor”, “¡un espíritu tan fraternal!”.

Lo mismo me sucede a mí: Annie Ernaux posee todo lo necesario para seducirme, como docente, como escritora, como mujer de una misma época y lugares similares. Porque, como ella misma dice, pone palabras a experiencias y sentimientos que no había sido capaz de verbalizar antes. Y, sin embargo, intento desprenderme de ese papel de lectora y alejarme de Annie, porque pienso que el traductor es una especie de médium, como el comediante, y creo, con Diderot, que el mejor actor no es el que se identifica con el personaje, el que se confunde con él fundiéndose en él, porque su interpretación será irregular, dependiendo de su estado de ánimo de cada día. Para Diderot el buen comediante es, paradójicamente, el que nunca pierde de vista, en plena actuación, que él es él interpretando a un personaje, porque solo así, independientemente de su estado de ánimo, tendrá una interpretación regular, la buena.

Pues bien, como traductora me esmero en no identificarme con el escritor o la escritora que traduzco: solo así creo que traduzco de manera uniforme, con la sangre fría necesaria para decidir en cada momento la buena palabra, la expresión acertada. Pero si con otros autores a los que traduzco lo tengo fácil, he de reconocer que me cuesta mucho alejarme de Annie, porque me seduce, porque la siento como a una hermana.

 

[1] Lista de los libros de Annie Ernaux traducidos por mí y publicados por Cabaret Voltaire: https://www.cabaretvoltaire.es/annie-ernaux.