Helena Bayona
Erasmus, ¿valor de uso o valor de cambio?
Estudiante de 4º de Periodismo
- Cathedra
Fecha de primera publicación: 16/06/2017
Valoración personal de tu estancia: ¿Qué problemas principales has encontrado durante tu estancia (nivel académico, nivel lingüístico, gestiones...)? ¿Has participado en alguna actividad organizada por la universidad (seminarios, conferencias, deportes, actividades culturales…)? Valoración sobre la ciudad (oportunidades culturales, coste, habitantes, clima…). Valoración académica de tu estancia (sistema de enseñanza y evaluación): ¿Crees que tu estancia en el extranjero te ayudará en tu carrera? ¿Crees que el haber efectuado un programa de movilidad te ayudará en un futuro en la inserción laboral? ¿Te ves en el futuro trabajando en un país extranjero?
Preguntas como estas son las que hemos tenido que responder todos los alumnos que hemos participado en el célebre programa de movilidad Erasmus. Desde sus inicios en el año 1987, hemos sido cada vez más estudiantes europeos (de grado superior o universitarios) los que hemos podido abrir un paréntesis en nuestros estudios. Durante cuatro o nueve meses, como estudiantes Erasmus, tenemos la oportunidad de cruzar esas líneas imaginarias que nos separan y que delimitan los distintos territorios: Luxemburgo, Polonia, Suecia, Italia, Portugal, Hungría, Eslovenia, Bulgaria, Croacia, Letonia, Dinamarca... En ese periodo podemos acercarnos a la Grecia que hay detrás del recuerdo de las piedras del Partenón; partimos hacia territorios tan gélidos como la Finlandia de la aurora boreal, testigo de la lucha de superación del ser humano en un medio hostil. Aquellos que tienen conocimiento de la lengua de la diplomacia, parten hasta la Francia laica y republicana que abandera la defensa de su cultura. No tan lejos, está el Reino Unido multicultural. En la otra parte del ranking, se encuentran países olvidados como Rumanía, como todos los países de centro Europa, pieza ambicionada en su momento por los poderos imperios que la rodearon. Y cómo no, Alemania, tan rica en recursos económicos como poderosa para marcar las políticas europeas.
¿Y al volver? Al volver se nos pregunta si en un futuro trabajaríamos en nuestro país de destino, si creemos que hemos desarrollado habilidades sociales que nos ayuden a encontrar un empleo, si el idioma nos abrirá puertas, si hemos superado miedos y hemos visto surgir en nosotros nuevas ambiciones. ¿Con relación a qué? A posicionarnos en el mercado, a valer, pero: ¿valor de uso o valor de cambio? ¿No deberían tener las preguntas una dirección distinta? Algo así como: ¿has creados amistades locales?, ¿has conocido los distintos elementos de su sociedad y sus movimientos sociales?, ¿has conocido la realidad socio-política del país?, ¿has podido desarrollar un punto de vista crítico que te permita tener una visión global y transversal?
Sí, Burdeos me ha encantado, los precios eran caros, pero no hacía mal tiempo. No, no he participado en actividades organizadas por la universidad, nunca me han gustado los grupos grandes y menos si tengo intención de mejorar mi nivel de francés y hay un grupo de cuarenta estudiantes de nacionalidad española. Tampoco me apasiona pasar las tardes tomando demi-peche y comentando lo mucho que el Erasmus me está abriendo la mente. Vale, lo admito, en realidad huí de todo plan de integración Erasmus. ¿El sistema de educación? Bueno, podría haber sido mejor. La mayoría de asignaturas no me resultaron interesantes, pero hubo una profesora a la que guardo mucho cariño. Sí, creo que me va a ayudar en mi carrera, pero, ¿por qué? Porque he oído debatir a estudiantes musulmanes y ateos sobre el estado de emergencia. Porque he sentido miedo y repulsión al ver a militares patrullar por el centro de la ciudad. Porque he conocido diferentes movimientos y medios feministas. Porque he tenido que reflexionar ante sus preguntas sobre Euskal Herria, sobre el euskera, sobre nuestra historia y nuestro presente, para poder situarlos en contexto lo mejor posible. Porque he percibido el poder y la influencia de distintos medios. Porque he escuchado hablar al director de Le Monde en una charla que dio en una de las universidades privées plus chères de toda la ciudad. Y he visto que sus anfiteatros eran muy modernos, muy espaciosos, muy limpios. Y que los de mi universidad de destino -pública- eran viejos y sucios, y si acudían muchos alumnos, algunos teníamos que quedarnos de pie. Porque pude observar cómo esta ciudad declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco es atravesada por la Rue St Catherine, símbolo de la globalización y del consumismo. Porque Burdeos se convertía en una ciudad de contrastes, donde el respeto hacia los antiguos edificios y monumentos cohabitan con la victoria del capitalismo y la sociedad de consumo: la tradición y la modernización. Porque en el tranvía escuché francés, y diferentes variantes del árabe y diferentes lenguas africanas, y cuando me marché seguía sin saber diferenciarlos. Porque un día, a causa de la lluvia, el tranvía se detuvo casi durante una hora, y acabé hablando con tres hermanas ghanesas de entre 18 y 23 años que me contaron que habían venido a buscar trabajo, que sus padres estaban en Ghana, que ellas solo hablaban inglés. En definitiva, acabé entendiendo mejor cuestiones de etnia, de lenguas, de multiculturalidad, de género, de migración, de periodismo, de clase, pero eso nadie me lo preguntó.
Fotos: Mikel Mtz. de Trespuentes. UPV/EHU.