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Redes sociales campusa

Francisco Letamendia

El sindicalismo en el siglo XXI

Profesor emérito de Ciencia Política

  • Cathedra

Lehenengo argitaratze data: 2016/04/29

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El sindicalismo nació de la indefensión obrera ante una relación laboral individual, ficticiamente equitativa, entre trabajador/a y empresario, por la que el primero alquilaba su fuerza de trabajo a cambio del salario patronal; cuando en realidad su trabajo es un instrumento de acumulación y valorización del capital invertido, razón por la cual está sometido a la disciplina de la parte contratante patronal supuestamente paritaria. Los sindicatos han utilizado en defensa de los trabajadores/as las tres formas de acción colectiva de la oposición (huelgas, conflictos), negociación (de las condiciones de trabajo, salario, jornada, estabilidad del empleo), y concertación (forma aparecida hace algo más de medio siglo, pues requiere la intervención de un tercer partenaire: el Estado del Bienestar). Su naturaleza y actuación ha estado, pues, condicionada históricamente por el tipo de régimen de acumulación del capital, que tras la II Guerra Mundial ha conocido tres fases: fordismo, posfordismo, y capitalismo de la financiarización.

El capitalismo fordista, que duró tres décadas (desde los años 50 a mediados de los 70), se propuso atenuar la crisis de superproducción que había quebrantado el mundo en los años 30 y primeros 40 a través del Estado keynesiano de bienestar. ¿Cómo? Aumentando la capacidad adquisitiva de los trabajadores y de los ciudadanos en general, generando una fuerte demanda pública de bienes y servicios, e impulsando una concertación a tres bandas entre las cúpulas sindicales, las cúpulas patronales y la cúpula estatal. La moderación forzada por la concertación, el taylorismo que reinaba en las cadenas de montaje de las grandes empresas verticales, que convertía al obrero/a en el autómata del film de Charlot "Tiempos Modernos", el consumismo inducido, la apatía, produjeron burocratismo sindical y generaron tensiones en la base de un sindicalismo que, al menos, promovía una mejora de las condiciones materiales de la vida obrera; tensiones que dieron lugar a fines de los 60 al  mayo francés del 68, al ferragosto italiano del 69, y a la emergencia de las comisiones asamblearias de obreros en el seno de un franquismo fascista que desconocía la concertación.

Este sistema entró en crisis a mediados de los años 70, cuando los mercados empezaron  a ser globales, la sociedad de la información facilitó la flexibilidad productiva y la economía se mundializó, dando lugar a un régimen posfordista donde los empresarios nacionales no se interesaban por la capacidad adquisitiva de sus trabajadores, pues lo que querían era conquistar nichos de excelencia en el mercado mundial. Pero, aunque el discurso mistificador del posfordismo ensalzó al trabajador auto-organizado y creativo de los círculos de calidad, la realidad era muy otra: lo que se produjo fue una dualización brutal de la fuerza de trabajo. La pirámide laboral se compuso de una pequeña élite en la cima de trabajadores estables y polivalentes, varones, nativos y de media edad, que descansaba sobre una gran base de colectivos precarios: mujeres, jóvenes, trabajadores extracomunitarios en la Unión Europea. Los sindicatos sobraban, siendo sólo aceptados si se transformaban en agencias de la nueva élite obrera. Para conseguirlo, en Europa del sur sobre todo, se instrumentalizaron subvenciones del Estado a las cúpulas sindicales. La concertación no generaba ya aumentos salariales, sino que garantizaba el avance desigual de las rentas de trabajo ante las pujantes rentas de capital, así como la construcción jurídica de la precariedad para la enorme base asalariada de la pirámide posfordista: ésa fue la dinámica de los Pactos de la Moncloa y de los Pactos Sociales de los años 80. Todo ello, sumado a los intentos de centralización de la negociación colectiva, produjo el despegue y el aumento de la representación del sindicalismo de ámbito vasco respecto del sindicalismo de ámbito estatal.

Desde los años 2007 y 2008, el posfordismo ha adquirido una orientación aún más depredadora a través del absoluto predominio del capital financiero sobre el capitalismo manufacturero. El disciplinamiento al que los trusts bancarios someten a los Estados en perjuicio de sus ciudadanos convierte en superfluos parlamentos y gobiernos, haciendo de la palabra democracia una superchería.

El capital ha provocado el déficit de los Estados, al exigirles subvenciones y trabajo barato sin tributar en ellos, con lo que los desangran y provocan su endeudamiento. Los ajustes y recortes implementados por los pálidos fantoches en que se han convertido casi todos los Estados de la Unión Europea, al reducir al mínimo la capacidad adquisitiva de la ciudadanía, lejos de resolver o siquiera atenuar el problema, disparan la crisis de superproducción hasta el paroxismo.

Las multinacionales, cortejadas para que se implanten en el espacio nacional, practican la deslocalización si sus intereses así se lo aconsejan. Tanto ellas como los centros financieros y organismos neoliberales globales llamados eufemísticamente "mercados" han tomado el poder en el mundo sin necesidad de cambios traumáticos constitucionales ni de golpes de estado. ¿Sin problemas? No. Han surgido por doquier movimientos "indignados", la deslegitimación de la política convencional se ha hecho clamorosa, así como la crisis de los partidos sistémicos. En Euskal Herria, el sindicalismo convocó siete huelgas generales contra este estado de cosas, y muchos barrios y pueblos apoyan a sus vecinos obreros, que luchan contra las deslocalizaciones y los cierres de sus empresas.

Ello plantea el tema de las alianzas del movimiento obrero. Los sindicatos no han actuado históricamente solos. A fin de resistir la hostilidad estatal y patronal formaron pilares, redes sociales en las que se daba una interdependencia de cooperativas, bolsas de trabajo, organizaciones de masas, y partidos políticos. Las relaciones de poder entre sindicatos y partidos (socialistas, cristianos, comunistas) fueron fluctuantes.

Sin embargo, diversos procesos debilitaron en Europa occidental los pilares partidos-sindicatos desde los años 70 posfordistas: la precariedad laboral, el deslizamiento de las identidades del plano colectivo al individual, la debilidad ideológica de los partidos de la izquierda histórica… La crisis de los pilares ha obligado a los sindicatos a acercarse a los nuevos movimientos sociales, feminismo, movimientos juveniles, movimientos contrarios a la globalización neoliberal económica… Destacan aquí las organizaciones agrarias alternativas, a la vanguardia de la lucha contra el capitalismo de la financiarización y los mercados, de especial importancia en las dos mitades de Euskal Herria. No existen aquí, contrariamente a la edad de oro de los pilares, lazos estables, siendo los nexos múltiples y cambiantes.

En cierto modo, muchas de las reivindicaciones multicolores y polifacéticas (¿posmodernas?) del derecho a decidir coinciden con las del nuevo movimiento obrero y de los movimientos sociales aliados con él:

  • el derecho de las mujeres a liberarse de toda dominación patriarcal, a decidir sobre sus propios cuerpos, a la igualdad de condiciones laborales.
  • el derecho al bienestar y al trabajo decente sin precariedad ni exclusión.
  • el derecho al mantenimiento del tejido productivo del país.
  • el derecho a mantener el país libre de agresiones medioambientales.
  • el derecho a construir una sociedad basada en la igualdad de condiciones de nativos e inmigrantes.