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Caso Susan Jaeger. El primer perfilado criminal de la Unidad de Análisis del Comportamiento del FBI

El perfilado criminal no es un arte. Es una técnica.

Desde que fue concebida por el FBI, la técnica del perfilado criminal ha estado sometida a fundamentadas críticas que han apreciado en este procedimiento de investigación policial una línea algo difusa entre lo que debe ser una técnica sometida al método científico y un procedimiento que se apoya excesivamente en una supuesta habilidad del perfilador para “meterse en la mente del criminal”. De hecho, esta competencia de analizar el crimen desde la mente del criminal, tan cinematográfica, – y de la que algunos supuestos especialistas presumen sin rubor con fotos muy “noir” en sus perfiles de redes sociales, – no ha hecho más que enfangar los esfuerzos de dotar a esta técnica del rigor que exige cualquier procedimiento de investigación. Pero aplacemos por el momento la discusión sobre esta cuestión para traer a estas líneas el relato de lo que fue la “casilla de salida” del perfilado criminal que, por primera vez, fue puesto en práctica por el FBI con motivo del interesante y dramático caso de Susan Jaeger. Esta es la cronología de los hechos:

Caso Susan Jaeger

25 de junio 1973. Susan Jaeger, de 7 años, fue secuestrada en plena noche mientras acampaba con su familia en un camping de Montana (EE.UU.).

28 de junio de 1973. Un hombre llamó a una de las oficinas del FBI afirmando que había secuestrado a la niña y exigiendo 25.000 dólares de rescate.

2 de julio de 1973. El ayudante del sheriff del condado de Gallatin, Ron Brown, recibió una llamada del mismo hombre y en los mismos términos, pero esta vez, el secuestrador exigía 50.000 dólares. Para avalar su chantaje, describió el aspecto de Susan, indicando una marca de nacimiento en la uña del dedo índice que fue, efectivamente, confirmado por sus padres. La policía accedió a pagar el rescate en un intento de detener al autor, pero la operación no tuvo éxito, ya que nadie acudió al punto de entrega.

24 de septiembre de 1973. Esta vez el secuestrador llamó a la casa de la familia Jaeger y habló con el hermano mayor de Susan, Daniel, de 16 años. Para entonces, ya se había intervenido el teléfono de la familia de forma que esta conversación quedó grabada. Tras examinarla, el FBI consiguió rastrear al autor de la llamada hasta una gasolinera de Cheyenne (Wyoming). Sin embargo, no pudieron detener a ningún sospechoso y el caso permaneció inactivo durante varios meses sin que el secuestrador volviera a dar señales de vida.

25 de junio de 1974. Exactamente un año después de la desaparición de Susan, el secuestrador volvió a llamar a los Jaeger. Durante aproximadamente una hora, habló con la madre de la niña, Marietta, conversación en la que acabó reconociendo que no podría devolverle a la niña. Unos días más tarde, un residente de Three Forks se puso en contacto con las autoridades. Este ciudadano denunció una factura por una llamada telefónica realizada el 25 de junio, que él no había efectuado. Al rastrear sus cables telefónicos, la policía encontró un dispositivo para puentear la línea que sospecharon que el secuestrador de Susan Jaeger había utilizado para realizar la llamada a la madre. A partir de esta información, dos agentes del FBI, que habían estado trabajando en el perfeccionamiento de la nueva técnica de análisis criminal, Howard Teten y Patrick Mullany, elaboraron un perfil psicológico del secuestrador. Como resultado del mismo, concluyeron que este individuo era un hombre blanco de entre 25 y 30 años, probablemente residente en la zona, con antecedentes en el sector de las telecomunicaciones, y con problemas para relacionarse con los demás, probablemente en un contexto de marginación social.

En el curso de la investigación, la policía barajó varios sospechosos, pero todos los indicios apuntaban a un tipo llamado David Meirhofer.

Agosto de 1974. Meirhofer fue detenido y llevado a comisaría para ser interrogado. Sin embargo, afirmó que él no era responsable del secuestro de Susan Jaeger. Para demostrar su inocencia, aceptó ser interrogado bajo los efectos pentathol sódico (conocido como “suero de la verdad”) y a la prueba del polígrafo, pero los resultados no fueron concluyentes. Al carecer de pruebas sólidas para detenerlo, sin ninguna evidencia directa, las autoridades acabaron poniendo en libertad a Meirhofer. La madre de Susan, con una indignación difícilmente soportable, se careó directamente en plena calle con Meirhofer en varias ocasiones, acusándole de haber matado a su hija e instándole a confesar.

24 de septiembre de 1974. Un individuo, presentándose como “Travis”, volvió a llamar a la familia, declarando airadamente que nunca volverían a ver a su hija con vida debido a su cooperación con la policía. Marietta, sin embargo, le reconoció la voz y se dirigió a Meirhofer por su nombre “David”, lo que provocó que éste cortara la llamada. Afortunadamente, esta conversación también la grabó el FBI y, tras el correspondiente análisis forense, se determinó sin margen de duda que, efectivamente, se trataba de Meirhofer, por lo que fue arrestado al día siguiente.

 

Meirhofer detenido.

Mientras Meirhofer estaba detenido en comisaria registraron su casa y el interior de su coche. Los investigadores encontraron ropa de mujer con manchas de sangre, además de restos humanos envueltos en paquetes con la etiqueta “Deerburger” (Hamburguesa de ciervo) en su nevera. Uno de ellos contenía una mano que fue identificada como la de Sandra Smallegan, de 19 años, que había desaparecido el 10 de febrero de ese año de un partido de baloncesto en Manhattan.

29 de septiembre de 1974. Al conocer estos resultados, Meirhofer admitió haber secuestrado y asesinado a Susan Jaeger, así como a Sandra, además de otros dos asesinatos que permanecían sin resolver (Bernard Poelman de 13 años y Michel Raney de 12 años). En cuanto a Susan, afirmó que había matado a la niña a puñaladas poco después de secuestrarla, ya que se había resistido ferozmente. Nunca se determinó el móvil del asesinato, ya que Meirhofer negó que su objetivo fuera violarla. Tras matar a sus víctimas, Meirhofer desmembró los cuerpos con un cuchillo de caza y una sierra y luego los quemó en una hoguera para, finalmente, esparcir sus cenizas y los huesos restantes en un rancho abandonado de Lockhart Place.

Cuatro horas después de su confesión, Meirhofer fue encontrado muerto en su celda después de ahorcarse con una toalla. Estos casos, nunca fueron juzgados y la motivación de sus asesinatos sigue siendo incierta, aunque la hipótesis de Teten y Mullany es que mataba simplemente por el placer de matar. La pulsión asesina de un psicópata era la conclusión del informe de estos agentes.

Epílogo

También contribuyó a alimentar la incertidumbre el hermano menor de Meirhofer, Alan, que fue detenido en 1986 por una serie de brutales violaciones a menores. Fue condenado en 1988 y puesto en libertad en 2017 sin que a este depredador sexual se le hubiera dispensado jamás tratamiento en prisión. Siempre los rechazó. Alan, que hoy tiene 71 años [si es que aun vive], siempre se ha negado a hablar con periodistas o con la policía sobre la posible connivencia de ambos hermanos en los infames crímenes que perpetraron.

Sea como fuere, el caso Meirhofer marcó un antes y un después en la incipiente Unidad de Análisis del Comportamiento del FBI (Behavioral Analysis Unit ). El análisis psicológico que elaboraron Teten y Mullany, algo rudimentario para los estándares actuales fue, sin embargo, audaz, innovador y sentó las bases del perfilado criminal actual.

 

Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2022). Psicología Criminal (2ª ed). Madrid: Sintesis.

11M. 20 años nunca fueron tan poco

El contexto (personal).

Tienes un mes para abandonar el País Vasco, en caso contrario, atente a las consecuencias”.

Así acababa el mensaje sellado por ETA en una carta-bomba simulada que recibí en mi despacho de la facultad de Psicología en una época en la que este tipo de correspondencia era el precio por decir lo que pensabas sobre la organización terrorista y los sectores sociales que la bendecían. Lo hacía casi siempre en el aula y a mis alumnos. Era profesor de Psicología Social de modo que, con lo que estaba ocurriendo ahí fuera, ¿de qué otra cosa iba a hablar en una Universidad, templo del saber, el respeto y el diálogo?

Un agente de la Ertzaintza hizo una valoración de la ubicación de mi despacho y me recomendó trasladarme a otro distinto ya que el que ocupaba, muy cerca de la escalera, resultaba de fácil acceso para un pistolero motivado que, tras pegarme un tiro, podría huir sin problemas. Por poderosas razones que no vienen ahora al caso, ni abandoné el País Vasco, ni solicité otro despacho. Este era, desde una óptica muy personal y con el plazo que me dio ETA aparentemente prescrito, el contexto en el que tuvo lugar el atentado del 11M.

La hipótesis

Efectivamente, en esa misma época, oscura y sangrienta, se produjo un terrible atentado. Y resultaba inevitable pensar que detrás de esta masacre podría estar ETA. Tan solo siete años atrás, F. Javier García Gaztelu, alias “Txapote”, le pegó dos tiros en la cabeza a Miguel Ángel Blanco. Un asesinato abominable que nos hizo pensar que se había alcanzado la máxima cota posible de infamia y crueldad.

Después de que Al Qaeda reivindicara la autoría de los atentados del 11 de marzo, y descartarse completamente la responsabilidad de ETA, el entonces presidente de la “ejecutiva nacional” del PNV, Josu Jon Imaz, declaró que se le “había quitado una losa de encima”. Las nuevas generaciones que asisten al actual debate sobre “terrorismo bueno vs. terrorismo malo” podrán comprobar, tras revisar la hemeroteca de aquellos meses, que la discusión tiene una cierta antigüedad.

El infierno

Mi actividad profesional estaba muy orientada por aquel entonces a la intervención psicosocial en grandes crisis. Por este motivo estuve especialmente pendiente de la respuesta del sistema de emergencias a este atentado que, desde cualquier parámetro de análisis, superó muy ampliamente la capacidad de gestión e intervención. Uno de los responsables del SAMUR me admitía, totalmente abatido, que los recursos de asistencia a supervivientes y familiares de los fallecidos quedaron completamente desbordados. Desde un punto de vista psicológico fue un golpe devastador que nos hizo entender la diversidad de perfiles de “víctimas” que podían emerger y que no fueron contemplados en un primer momento. Por ejemplo, los propios trabajadores de los servicios de emergencias que tuvieron que recoger en unos vagones reventados por la metralla trozos de cuerpos destrozados en medio de un disonante fondo sonoro de decenas de teléfonos móviles trinando sin parar entre las ropas abrasadas de los cadáveres. Muertos que seguían recibiendo llamadas de familiares tratando de obtener una respuesta de la hija, del hermano, de la madre, que aquella mañana había subido a ese tren al infierno y no había vuelto a casa.

Uno de los médicos forenses que estuvo trabajando in situ me reconocía que el trabajo de identificación de cadáveres fue ciertamente duro. Me llamó especialmente la atención su respuesta cuando le pregunté sobre la naturaleza de una profesión en la que siempre tienes sobre la mesa de trabajo un cadáver. Me confesó que lo que le producía un mayor desasosiego era despojarle a una persona fallecida de sus objetos íntimos, una medalla con la foto de una hija, una gargantilla con una fecha, una pulsera con el nombre de la persona amada, “esa despersonalización es un momento terrible de la autopsia, luego ya no. Para el forense solo es un cuerpo”.

También recordaré siempre el caso de una mujer a la que se le cerraron las puertas del tren delante de su cara, pero al que tuvo tiempo de patear culpándolo de llegar tarde al trabajo. Salvó su vida por apenas medio segundo. O los alumnos de un aula de la Univ. Complutense, totalmente diezmada, llena de pupitres vacíos de compañeros muertos en el atentado. Personas todas, en fin, que quizás ni tan siquiera estuvieron en el lugar del crimen, ni sufrieron la pérdida de familiares directos, pero que quedaron muy traumatizadas y que nos hizo acuñar para siempre ese cuadro llamado “síndrome del superviviente”.

 

 

Las lecciones

Con este atentado pudimos comprobar la fragilidad de una seguridad que muchos daban por supuesta. El mundo se convirtió en un lugar peligroso y había que hacer algo al respecto. En lo que concierne a mi ámbito de trabajo, la psicología, se mejoraron significativamente los recursos asistenciales en emergencias y hoy día, en todos los colegios de psicólogos, existen grupos especializados de intervención en situaciones de crisis capaces de trabajar en red si ocurriera un suceso de semejante naturaleza. Sea como fuere, como es lógico, el reto político, jurídico y policial es que jamás vuelva a pasar algo así.

Pude constatar la importancia de la asistencia psicológica en los primeros instantes tras el atentado o cualquier tipo de crisis ya que se ha podido demostrar que esos primeros momentos de acompañamiento a la víctima son cruciales para un mejor pronóstico.

Por otra parte, también pude comprobar que hay personas que, en medio del horror, son capaces de las acciones más extraordinarias. Esta capacidad para sobreponerse a la barbarie, apretar los dientes y luchar creo que debe reconocerse a todas las personas que estuvieron en aquel infierno y hoy siguen dando lo mejor de sí mismas.

 

Artículo publicado en AL-GHURABÁ. Revista de contra-narrativa para la prevención de la radicalización violenta de etiología yihadista: https://www.alghuraba.org/_files/ugd/7c9a4d_2a29e770a30b4831bfd1e9521e8215ee.pdf

¿Tenemos todos personalidad múltiple? Conducta criminal y trastorno disociativo de identidad.

Entre 1998 y 1999, Koldo Larrañaga acabó con la vida de la abogada Begoña Rubio y del empresario Agustín Ruiz, aunque la policía siempre sospechó que cometió dos asesinatos más. Una despiadada carrera criminal que ha colocado a este asesino en serie en un capítulo muy destacado de la crónica negra de Álava. Su valoración más técnica la realizó durante el juicio por estos hechos el psiquiatra Miguel Gutiérrez, cuyo informe forense concluía que Larrañaga era un psicópata[1].

Sin embargo, una de las declaraciones que más sorprendió al Dr. Gutiérrez fue cuando el acusado, sin mostrar el más mínimo remordimiento por los asesinatos cometidos, manifestó que lo “único que le preocupaba era qué iba a pensar su hijo”.

Un individuo que fue capaz de asestar 17 puñaladas a la abogada Begoña Rubio, a la que no conocía de nada, parecía en ese momento un padre preocupado, … ¿cómo es esto posible?

Un psicópata,…¿es todo el rato un psicópata?

La intuición nos sugiere que si una persona es extraordinariamente perversa, lo es en todas las esferas de su vida y afecta a todas sus relaciones sociales y familiares, pero, como acabamos de observar, la personalidad de Koldo Larrañaga no respondía a esta lógica.

Pero no es el único. En la práctica profesional forense podemos conocer individuos despiadados, crueles, maquiavélicos que, no obstante, pueden adorar a sus madres, desvivirse por el bienestar de un hermano, entristecerse con los achaques de su mascota, etc.

Basta tomar como ejemplo al sanguinario comandante Amon Goeth,- el asesino más infame de la Alemania nazi,- mostrar compasión por las prisionera judía Natalia Karp que, conmovido por su interpretación de un nocturno de Chopin al piano, le perdonó la vida el mismo día de su llegada al campo de concentración de Płaszów donde había sido trasladada para ser fusilada.

 

Ralph Fiennes interpretando a Amon Goeth en “La lista de Schindler”

 

Sí, todos tenemos “personalidad múltiple” …

Estas paradojas incomprensibles solo parecen cobrar sentido bajo el prisma de la teoría de la personalidad modular[2]. Esta teoría sugiere que todos poseemos lo que popularmente se conoce como “personalidad múltiple”. Es decir, una personalidad dividida en varios “yoes” diferentes que prestan atención a distintos tipos de información, recuerdan experiencias pasadas diferentes, albergan sentimientos dispares sobre el mismo asunto y, quizás, aspiran a objetivos vitales muy diversos. Lo fascinante, además, es que existe una base neurológica para explicar esta “compartimentación” de la personalidad (Grigsby & Schneiders, 1991). La buena noticia, por tanto, es que nuestras variopintas contradicciones cotidianas tendrían una explicación científica[3]. También las de los criminales.

 

…pero no todos tenemos un trastorno de identidad

De hecho, trasladando esta hallazgo de la personalidad modular hasta un extremo patológico, nos encontraríamos ante un desorden psíquico conocido como trastorno de identidad disociativo (González, Ponieman & Areco P, 2020)[4]. En cierto modo, lo podríamos considerar un mecanismo de defensa ya que, en ocasiones, este trastorno se presenta en menores víctimas de maltrato severo o abuso sexual continuado. El estrés de una guerra o una catástrofe natural también pueden generar un trastorno disociativo, que sería una forma de postergar el trauma vivido a un “alter ego” (a otro yo). Esta enfermedad mental se manifiesta como una perturbación de la identidad caracterizada por dos o más personalidades bien definidas. Cada una de ellas puede tener un nombre, una historia personal y características propias. Un inconexo rompecabezas que genera un perturbador malestar psicológico y delata una evidente desestructuración y discontinuidad de la identidad.

Esta desestructuración y discontinuidad de la identidad es lo que marca una de las diferencias más relevantes con los individuos que no padecemos el trastorno disociativo, aunque compartamos la citada personalidad múltiple, ya que, por lo general, disfrutamos de la sensación de que nuestras experiencias conscientes están enlazadas en un único flujo continuo e indisoluble que llamamos “yo”. Sin embargo, todo parece indicar que la idea de un cerebro “global” con áreas totalmente interconectadas al mando de nuestro aprendizaje y de nuestra forma de gestionar los recuerdos no es del todo precisa.

 

James McAvoy en la película “Múltiple”

 

Una aproximación criminológica

Debemos admitir que la teoría de la personalidad modular de alguna forma nos obliga a salir de una especie de “zona de confort mental” desde la que se entiende mejor el mundo, es más previsible y resulta más fácil formular juicios y dictar condenas. Una zona de confort en virtud de la cual la naturaleza humana se simplifica enormemente y en la que el populismo punitivo se alimenta cada mañana: si alguien tiene un comportamiento anti-social, “es” sólo una persona anti-social. Si alguien roba, “es” sólo un ladrón. Y si alguien mata, no “es” nada más que un asesino.

Pero la realidad puede ser algo menos simple, por lo que desde una aproximación criminológica debemos analizar la conducta delictiva de un individuo teniendo en cuenta su contexto y antecedentes. Y desde esta perspectiva, tomar en consideración sus creencias, sus pensamientos y vivencias.  Deberemos analizar, en fin, qué función cumple el crimen en el escenario que ha sido llevado a cabo y contrastarlo con el repertorio de conductas no criminales de la persona evaluada.

Es muy comprensible el efecto catártico que conlleva calificar a un criminal como un “monstruo”, pero este “diagnóstico” no nos va ayudar mucho a resolver el problema. Todos somos poliédricos. Y coexisten lados de oscuridad, con lados, quizás, de esperanza.

 

Este artículo está publicado en “The Conversation”:

https://theconversation.com/tenemos-todos-personalidad-multiple-203769

[1] https://www.eitb.eus/es/television/programas/los-siete-pecados-capitales/pereza/videos/detalle/8970148/video-koldo-larranaga-cumplia-caracteristicas-de-psicopata/
[2] https://www.psychologytoday.com/us/blog/sex-murder-and-the-meaning-life/201612/what-is-psychology-s-single-most-brilliant-discovery
[3] https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/2023972/
[4] https://www.redalyc.org/journal/3691/369166429003/369166429003.pdf

El consultor psicosocial en la selección del jurado

En la actualidad, son pocos los que discuten la idoneidad de la ayuda que un psicólogo jurídico puede prestar a un letrado. Cabe destacar, entre los informes periciales más habituales, la evaluación de posibles trastornos psicopatológicos que puedan repercutir en la responsabilidad penal de un imputado, la evaluación de daño psicológico en agresiones sexuales, violencia intrafamiliar, acoso laboral, etc. o, en aquellos casos que lo requieran, la valoración de la credibilidad de un testimonio. La evaluación de las competencias parentales en litigios por la custodia de menores es también una demanda cada vez más frecuente.

Es menos habitual la solicitud de preparar psicológicamente a una víctima, o a una persona imputada, para afrontar mejor el estrés que inevitablemente provoca la comparecencia en la sala de justicia, aunque, de facto, no son pocas las ocasiones que los psicólogos de parte acabamos prestando este apoyo. Ofrecer la “mejor versión” de uno mismo, no solo contribuye a mejorar la capacidad de afrontamiento de un juicio, también es probable que se obtengan mejores resultados cuando a su señoría le corresponda impartir justicia.

Lo que es ciertamente casi inédito en España es que un letrado se sirva de un consultor psicosocial en el proceso de selección de un jurado, lo que sin duda está relacionado con el tiempo disponible para este trámite. Esta precipitación en el proceso de selección del jurado no parece muy recomendable considerando que se le va a otorgar la responsabilidad de decidir el destino vital de un individuo.

 

Fotograma de la, posiblemente, mejor película de jurados de la historia. Doce hombres sin piedad

 

Nos estamos refiriendo al momento de la audiencia denominada voir-dire en el que cada una de las partes, a través de un mecanismo de “descarte”, pretenden obtener un jurado no solo imparcial, – sin prejuicios muy constatables, – sino, en el mejor de los casos, también potencialmente alineado con la propia estrategia de actuación.  Es un trámite en el que, por decirlo así, el letrado pretende convertirse en un psicólogo intuitivo.

En este escenario, consistente en el descarte de miembros del jurado “impertinentes”, se debería disponer del tiempo y serenidad suficiente para un análisis que contemple que cuando estas personas tomen una decisión, lo harán en virtud de un proceso conformado por dos fases claramente diferenciadas. Una primera, durante la vista oral, basada en un proceso deliberativo individual que está mediatizado por las actitudes, estereotipos, prejuicios sutiles, – o no tan sutiles, – y representaciones sociales de cada miembro del jurado por separado. Estos procesos psicológicos dan lugar al denominado sesgo de confirmación, en virtud del cual los testimonios de los testigos, peritos, agentes de la autoridad, etc. serán percibidos bajo la tendencia a acomodarlos a esas representaciones sociales previas de forma que validen las creencias preexistentes.

En una segunda fase, tras la vista oral, tiene lugar una deliberación grupal de los miembros del jurado donde irremediablemente afloran los sesgos que condicionan nuestras decisiones tomadas en grupo. Efectivamente, los procesos de influencia grupal adquieren una importancia enorme en las deliberaciones del jurado. Aquellas personas con un talante conformista, o incluso sumiso, les resultará más difícil expresar sus planteamientos cuando su opinión es contraria a la mayoría, o simplemente la tienen que contrastar con la de otros miembros del jurado con un talante más autoritario o vehemente. Esta dinámica tiene lógicamente repercusión en el veredicto que, en ocasiones, puede ser solo “unánime” en apariencia.

Existen cuestiones adicionales, pero muy relevantes, tales como aquellos casos en los que el acusado, por las razones que sean, es muy conocido y visible en los medios de comunicación.  Se ha podido comprobar que una exposición destacable en los medios de comunicación provoca una mayor percepción de culpabilidad[1].

Por su parte, Crocker y Kovera[2] descubrieron que las actitudes hacia las enfermedades mentales correlacionan con el veredicto en el sentido que aquellos miembros del jurado con actitudes más recelosas hacia estas patologías son más propensos a votar culpabilidad que aquellos con actitudes más positivas o comprensivas.

La consultoría psicosocial de litigios, que cuenta con especialistas en psicología jurídica, sociología, criminología, puede contribuir a mejorar los métodos de selección de jurados y quizás paliar, al menos en parte, las críticas de no pocos operadores jurídicos hacia esta fórmula. En esta línea, también se han presentado propuestas de escaso recorrido, pero que compartimos, acerca de la idoneidad de instaurar la denominada selección científica del jurado desde el principio de dicho proceso. Esto implica el concurso de científicos psicosociales no solo como asistentes de las partes en la fase del voir dire, sino como un servicio al sistema de justicia que, entendemos, solo alberga el objetivo de dictar las sentencias más justas que sea posible.

 

[1] Otis, C.C. et al. (2014). Hypothesis Testing in Attorney-Conducted Voir Dire. Law and Human Behavior, 38, 4, 392-404.
[2] Crocker, C. B. & Kovera, M. B. (2009). The Effects of Rehabilitative Voir Dire on Juror Bias and Decision Making. Law and Human Behavior, 34,3, 212-226.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La investigación de los casos de agresores sexuales en serie

El caso del presunto violador en serie de Beasain que se está juzgando en estos momentos nos vuelve a situar frente a una de las más oscuras y abominables conductas depredadoras que un ser humano es capaz de perpetrar.

Desde el ámbito de la psicología criminal se viene desarrollando desde hace décadas un notable esfuerzo por desentrañar las motivaciones de los agresores sexuales con el fin de establecer perfiles que contribuyan a mejorar la eficacia de las investigaciones policiales en este tipo de casos.

Lo cierto es que, en contra de lo que se pudiera pensar asistidos por la intuición, el deseo sexual no es la principal pulsión que le lleva a un individuo a cometer una violación. Humillar a la víctima, descargar la ira, ejercer violencia física o regodearse en el poder de someterla a voluntad conforman las atroces motivaciones de un importante porcentaje de agresores sexuales. Es esta la razón por la cual soluciones como la castración química son alternativas de tratamiento absolutamente ineficaces en este tipo de sujetos.

Asistimos ahora al juicio contra un presunto violador y cabe preguntarse si los agresores seriales comparten un perfil diferente a los agresores de una única víctima. La evidencia empírica sugiere que se diferencian en tres aspectos: la planificación criminal, la violencia empleada y la relación con la víctima. En este sentido, los agresores seriales darían muestras de un mayor nivel de planificación a la hora de concebir su modus operandi y optan por neutralizar a la víctima amordazándola o, como el caso que nos ocupa, adormeciéndolas con cloroformo, usando, por lo general, una menor violencia física que los agresores de una única víctima. Finalmente, también parece más probable que elijan víctimas desconocidas al contrario que los casos de agresores de una única víctima que, en un número importante de ocasiones, les vincula algún tipo de relación previa. En el caso del violador confeso de Beasain, este fue precisamente su error, elegir a una víctima relacionada con su círculo social, lo que le iba a situar necesariamente en el grupo de investigados.

La posibilidad de determinar en una fase temprana de la investigación policial si una violación ha sido cometida por un violador en serie podría otorgar alguna ventaja para agilizar su captura e impedir que actúe de nuevo. Lo cierto, sin embargo, es que todavía serían necesarios más estudios criminológicos para obtener conclusiones más fiables.

En este sentido son particularmente interesantes en las agresiones seriales el diseño de un perfil geográfico haciendo uso de un Sistema de Información Geográfica que nos ayude a priorizar líneas de investigación una vez que hemos identificado las coordenadas de varias agresiones sexuales que, en virtud de un modus operandi y apparendi similar, sospechamos que son obra del mismo autor. El perfil geográfico se ha utilizado en la investigación de cientos de casos seriales con diversos tipos de software que generan en un mapa una superficie de riesgo que indica dónde es más probable que el autor tenga su residencia.

Zona de residencia probable de un agresor en serie

 

De lo que no cabe duda es que el delito de violación es, comparativamente, uno de los que menos se denuncia. Y si la mujer ha sido drogada durante la agresión sexual, este miedo a cursar una denuncia es aún mayor. Una de las razones para esta decisión se debe a que la víctima considera que, al no disponer de un relato de los hechos, su acción no va a servir de nada.  Esta realidad sugiere que no sería descabellado suponer que existan mujeres violadas por este presunto depredador sexual que no han reunido las fuerzas necesarias para denunciarlo. Si es el caso, sirva esta tribuna para animarles a dar ese paso.

 

Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Ed. Síntesis.

Veintiún formas de explicar un tiroteo

Dr. César San Juan. Prof. de Psicología Criminal de la UPV/EHU

El incidente

El pasado 13 de octubre, un estudiante de 21 años irrumpió en el campus de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) en Leioa disparando una escopeta sembrando el pánico entre estudiantes, profesores y personal administrativo universitario. Pese a la intensidad del tiroteo, nadie salió herido y sólo se registraron daños materiales en cristaleras y fachadas.

El arma en cuestión la había adquirido previamente por Internet, antes de proceder a legalizarla en un cuartel de la Guardia Civil de Bilbao.

Este incidente ha hecho saliente, una vez más, el debate sobre la accesibilidad a las armas como factor de riesgo de la incidencia de homicidios, en general, o de las asesinatos múltiples que han tenido lugar en centros educativos norteamericanos, en particular.

También se ha hecho referencia al buen expediente del asaltante para subrayar lo incomprensible del suceso, como si tener un mal expediente explicara mejor las razones para liarse a tiros en una Universidad.

Lo cierto es que explicar sucesos que son complejos desde un punto de vista psicológico con una única variable, como puede ser la accesibilidad a las armas o el fracaso escolar, es una idea muy poco recomendable en ciencias criminológicas.

 

Accesos a armas y masacres

Para ilustrar esta sugerencia, podemos pensar en el caso de Islandia que, con cerca de 300.000 habitantes, es uno de los países con menor tasa de criminalidad del mundo. Podríamos atribuir su prácticamente nula tasa de homicidios a la ausencia de armas, pero no es el caso. Islandia ocupa el décimo lugar, junto con Austria y Alemania, en el ranking de posesión legal de armas per cápita según se detalla en el informe Smalls Armey Survey (2017). Un arma cada tres personas, aproximadamente, lo que puede significar, en la práctica, un arma en cada hogar. Que las usen para la caza puede suscitar otro debate entre partidarios de esta actividad y los que la consideramos totalmente inaceptable. Pero sería, efectivamente, otro debate.

Ese ranking está encabezado, como es previsible, por los Estados Unidos con 89 armas por cada 100 habitantes lo que implica, no ya un arma en cada hogar, sino casi un arma, de media, para cada miembro de la familia. En el contexto europeo, también puede resultar llamativo el caso de Alemania, que con la misma ratio de posesión de armas que Islandia, tiene una tasa similar de homicidios que España, es decir, una de las más bajas de Europa.

En síntesis, la conclusión de este careo entre Europa y EE.UU. es que la accesibilidad a las armas entre la población no es suficiente, ni mucho menos decisiva, para explicar su uso contra miembros de nuestra propia especie. Aunque, lógicamente, no es una variable que debamos despreciar.

 

¿Era un asesino múltiple?

Llegados a este punto, cabría preguntarse si nos encontramos ante un asesino múltiple en el caso que nos ocupa. Para Vicente Garrido, en su interesantísimo libro “Asesinos múltiples y otros depredadores sociales”, existen, genéricamente, varios tipos de este perfil criminal:

  1. Los que matan por frustración ira y venganza.
  2. Los que matan porque han desarrollado una grave enfermedad mental, generalmente asociada a un discurso paranoide.
  3. Los familicidas.
  4. Los que matan siguiendo fines delictivos para no dejar testigos o escapar de la policía.
  5. Los terroristas que cometen masacres entre la población para diseminar su terror.

Parece razonable pensar que la frustración, la ira y la venganza eran las principales motivaciones del joven universitario que apareció en el campus de Leioa escopeta en ristre. Pero eso no implica que nos encontremos ante un asesino múltiple. De hecho, todo parece indicar que nunca tuvo intención homicida a pesar de descerrajar decenas de cartuchos de perdigones.

 

                                                               Tiroteo en la Universidad de Texas (1966)

 

La narrativa periodística

En los medios de comunicación, como ya hemos adelantado, se ha insistido en lo “inexplicable” del suceso, pero es obvio que existe una explicación. Diferentes grados de presión social, ambiental, académica, la saturación producida por una acumulación de problemas y ciertos déficits en los recursos para gestionar adecuadamente todas estas demandas del entorno pueden tener como consecuencia reacciones imprevisibles, pero no inexplicables. Y, siguiendo con los titulares de prensa, parece ciertamente inapropiado el calificativo de “lobo solitario del campus de Leioa” cuando es evidente que este caso no tiene nada que ver con los terroristas yihadistas acreedores de dicha etiqueta.

El relato mediático, en fin, parece empeñado en situarnos ante un potencial asesino múltiple frustrado en lo que podría ser el primer caso de una previsible sucesión de masacres en centros educativos españoles “como sucede en EE.UU.”

La separación de residuos informativos de un relato que siquiera se aproxime a la realidad, está resultando una tarea cada vez más exigente.

 

Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Ed. Síntesis.

Sexo, ensañamiento y cintas “do not cross crime scene”

El ensañamiento no siempre es sádico

No es infrecuente apreciar en los medios de comunicación o, lo que es peor, en algunas sentencias, una cierta confusión en relación al concepto de ensañamiento. Uno de los errores más frecuentes consiste en intercambiarlo inadecuadamente con el concepto de sadismo, atribuyendo a ambos términos una inexistente sinonimia. El ensañamiento y el sadismo pueden tener resultados de similar naturaleza médico-forense, pero varían sustancialmente en su motivación psicológica. Son, por tanto, dos conductas distintas.

El ensañamiento es una circunstancia agravante de la responsabilidad criminal que, tal como se especifica en el artículo 22.5 del C.P. consiste en aumentar deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima, causando a ésta padecimientos innecesarios para la ejecución del delito.

Es importante señalar que para su valoración no se tiene en cuenta si el aumento deliberado del sufrimiento de la víctima le ha suscitado alguna suerte de disfrute sexual al victimario, elemento que resulta sustantivo para incluir el componente sádico en la agresión, pero que resulta prescindible para la calificación de ensañamiento. El sadismo implica, efectivamente, que el sufrimiento de la víctima provoca la excitación sexual del agresor, siendo ésta respuesta su motivación fundamental. Cabe decir que también se han dado casos en los que, en un primer crimen sangriento, el asesino “descubre” que le ha excitado sexualmente el terrorífico padecimiento de su víctima experimentando una especie de súbita hematofilia, lo que ha dado lugar a ulteriores crímenes de motivación sádica.

 

Requisitos para apreciar ensañamiento

Llegados a este punto, serían dos los requisitos exigibles para apreciar ensañamiento:

  1. La intención de ensañarse no siempre es ensañamiento

El primero de ellos se refiere a infligir una agresión física que sea “objetivamente” innecesaria para conseguir el objetivo delictivo, y que, además de innecesaria, aumente el sufrimiento de la víctima. La primera parte de este requisito, – que el grado de violencia sobrepase lo “necesario”, – nos invita a distinguir entre lo que se considera una violencia puramente instrumental, – dirigida a la contención o neutralización de la víctima, – de la violencia “expresiva”, entendida como una manifestación de las motivaciones emocionales subyacentes, tales como la venganza, los celos, el odio, o como ya hemos mencionado, la gratificación sexual en el caso del sadismo. La segunda consideración de este requisito,- aumentar el sufrimiento de la víctima,- invoca ineludiblemente a los profesionales de la medicina forense, toda vez que en el supuesto de que a una persona le hayan propinado, por poner el caso, 14 golpes con un bate de béisbol, si el primero de ellos hubiera resultado fulminantemente mortal, no podría considerarse ensañamiento, aun cuando la intención del agresor fuera ensañarse, ya que no ha existido un aumento del sufrimiento de la víctima en los 13 golpes restantes. A esto habría que añadir el matiz que, en este caso, el número de golpes, tampoco sería un agravante.

  1. Provocar sufrimiento a la víctima no supone necesariamente ensañamiento

El segundo requisito, quizás más pantanoso, tiene un carácter subjetivo, por cuanto se refiere al acto de deliberación consciente del autor encaminados a provocar dolor y sufrimiento en su víctima. Este proceso presenta, desde un punto de vista psicoforense, dos posibilidades: La primera, que realmente no haya existido tal deliberación por parte del atacante, lo que implica que deberíamos descartar aquellos casos en los que la furia ciega del agresor anule cualquier posible episodio deliberativo o, dicho de otra forma, deberemos descartar aquellos casos en los que estuvieran anuladas sus competencias volitivas, y esto es así aunque sea indiscutible que la víctima haya sufrido enormemente. La otra posibilidad es que, efectivamente, se haya producido esa “deliberación, o lo que en jurisprudencia se ha denominado “maldad  reflexiva”,  sin que detectemos merma alguna en sus competencias volitivas, lo que nos enfrenta a una frontera, en ocasiones ciertamente difusa, en virtud de la cual deberemos determinar, como ya hemos adelantado anteriormente, si la violencia ejercida por el agresor tenía desde su subjetiva perspectiva un carácter puramente instrumental, funcional, o, por el contrario, existía esa motivación psicológica de provocar dolor y sufrimiento.

La respuesta, …siempre forense.

Sea como fuere, no son pocos los litigios en los que la determinación de si ha existido o no ensañamiento en un asesinato se ha pretendido dirimir entre letrados en un campo de juego puramente jurídico, pero, como pretendo poner en evidencia, aunque asumamos con agrado una definición jurídica del término, los elementos de juicio para dilucidar si hubo ensañamiento, o no lo hubo, deben ser facilitados tanto por peritajes médicos como psicológicos.

Cabe decir que este tipo de dictámenes forenses generan en ocasiones gran pesadumbre e indignación en los familiares de las víctimas de asesinatos, que identifican la eventual brutalidad del crimen como una prueba de ensañamiento. La verdad jurídica es que no se ensañó el falso monje shaolin con Maureen Ada Otuya, a la que golpeó y estranguló en su gimnasio, de Bilbao al no apreciarse el elemento objetivo de violencia innecesaria; ni apreció ensañamiento el tribunal en el caso de Ana María García que asestó 35 puñaladas a su novio tras una discusión por celos, al no apreciarse el elemento subjetivo de deliberación previa.

Los agravantes, en fin, deben probarse.

Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Ed. Síntesis.

“Yo no lo asesiné, fue mi cerebro”: La encrucijada de la Neuropsicología forense

Patrick Nogueira acudió la tarde del 17 de agosto de 2016 a la vivienda en la que residían sus familiares en la localidad alcarreña de Pioz. Allí, utilizando un cuchillo que había comprado un par días antes, asesinó a sus tíos y a sus dos hijos pequeños. Antes de abandonar la casa, desmembró los cuerpos de los adultos y metió todos los cadáveres en bolsas. En la sentencia dictada en el juicio de este crimen quedó acreditado que Nogueira padece “daño neuronal del lóbulo temporal”. Efectivamente, según el informe de uno de los peritos experto en medicina nuclear, el PET-TAC (una técnica de neuroimagen) que se realizó a Nogueira dos años después del suceso, reveló que el lóbulo temporal derecho del cerebro estaba afectado y “no funciona como debería”. En dicho informe se sostiene que, “si su cerebro hubiese sido normal, no hubieran pasado estos hechos”.

A mi juicio, creo que la cuestión esencial no es esta, ya que individuos con un cerebro “normal” han cometido crímenes de semejante naturaleza. La pregunta clave, a efectos de responsabilidad penal, sería si, incluso admitiendo que este individuo tiene un cerebro que no es normal, hubiera sido capaz de tomar una decisión diferente a la de perpetrar el crimen. En este sentido, las dos psicólogas del Instituto de Medicina Legal de Guadalajara encargadas por el juzgado de valorar su mente, determinaron que era un psicópata altamente peligroso, con grandes probabilidades de reincidir y que distingue el bien del mal. Este dictamen estaba alineado con el meridiano informe del psicólogo Vicente Garrido que sostenía que la conducta criminal de Nogueira fue “claramente elegida, con plena voluntad y un deseo manifiesto de realizar los homicidios”.

 

Neuroimagen del cerebro de Patrick Nogueira

 

El que sin duda no tuvo elección fue Antonio Solaverrieta que, en la madrugada del 19 de febrero de 2010, tras fugarse del psiquiátrico en el que estaba internado, se presentó en el domicilio de su madre a la que torturó con una espeluznante e indescriptible crueldad. Para ello, utilizó diversos utensilios, como una navaja, destornilladores, un formón, alicates, un punzón, e incluso una cuchara con la que le sacó los ojos, según consta en los hechos probados de la sentencia. Tras una inhumana agonía, la mujer falleció “por destrucción de centros vitales encefálicos”. Este individuo, tras su detención, fue incapaz de realizar un relato coherente de lo sucedido, aunque es posible establecer una conexión entre la temática del cuadro delirante que manifestaba, centrado en matar a un “monstruo con forma de mujer”, y los hechos juzgados. Sea como fuere se le declaró inimputable en virtud de la esquizofrenia paranoide con la que fue diagnosticado.

Resulta evidente que, en la última década, los avances tecnológicos dedicados a capturar en imágenes el funcionamiento del cerebro han experimentado una notable evolución. Todo apunta, en fin, a que los logros en este ámbito van a ser progresivos e imparables, lo que ya está situando a la Neuropsicología forense en la controvertida tesitura de sugerir el grado de responsabilidad de un criminal en virtud de un posible determinismo biológico o, dicho de otra forma, en virtud de los fundamentos neuroquímicos que pudieran explicar su elección.

Una posición ciertamente extrema puede estar representada por Dawkins (2006)[1] quien afirma que “una visión verdaderamente científica y mecanicista del sistema nervioso hace que no tenga sentido la idea misma de responsabilidad” apoyando así la idea de que la capacidad y la libertad de decisión son solo una ilusión. Desde esta perspectiva, es evidente que no habría juicio en el que el concurso de las neurociencias no fuera totalmente determinante.

Por otra parte, desde una propuesta más posibilista, parece razonable defender que lo que el psicólogo forense ha de evaluar en un imputado es la motivación y su posible intención de querer transgredir la ley, si éste conoce que los hechos juzgados colisionan con las normas y la convivencia, para así, finalmente, contribuir al esclarecimiento de los hechos.

Desde mi punto de vista, con la quizás ingenua intención de resolver el dilema sin la profundidad que requeriría,[2] sostengo que incluso asumiendo un absoluto determinismo biológico, éste no debería interferir en la conciencia sobre lo que es apropiado y lo que no, lo que es considerado socialmente aceptable y lo que no. En definitiva, la atribución de responsabilidad penal se basaría en dos elementos básicos: por un lado, en la experiencia subjetiva de poder elegir voluntariamente entre cruzar la línea roja, o decidir no hacerlo. Y, por otra, compartir el mismo principio de realidad que se ha consensuado en un determinado contexto social e histórico, ya que, atendiendo al último caso que nos ocupa, un monstruo con forma de mujer, quedaría fuera de dicho principio de realidad.

 

La forma del agua

En otras palabras, una cosa es apelar a que una determinada anomalía cerebral en un individuo, – a causa de un incorrecto funcionamiento neuroquímico, por algún tipo de lesión cerebral traumática, o por un tumor que pudiera comprometer su voluntad, –  le imposibilite actuar acorde a las normas, y otra bien distinta es eludir la acción penal porque la conducta objeto de reproche no la perpetró el delincuente, sino su cerebro, por muy peculiar que resulte su lóbulo temporal.

Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Síntesis

[1] DAWKINS, Richard: The God Delusion. Houghton Miffilin Company, Boston, 2006, 406 pp.
[2] El lector puede sacar sus propias conclusiones, quizás diferentes a mi propuesta, a partir de la exhaustiva revisión de Greely, Henry & Farahany, Nita. (2019). Neuroscience and the Criminal Justice System. Annual Review of Criminology. 2(1), 451-471.

El asesinato de John Lennon: Perfil del asesino y teorías de la conspiración.

Hace 40 años que John Lennon fue asesinado por Mark David Chapman a escasos metros del portal de su residencia en el edificio “Dakota” de Nueva York tras regresar de los estudios de grabación “Record Plant”. Uno de los testigos del crimen fue el portero del inmueble, José Sanjenis Perdomo.

Sanjenis fue un policía cubano a las órdenes de Batista y que en su exilio a Estados Unidos trabajó como agente de la CIA, siendo una de sus más importantes responsabilidades la dirección de nada menos que la Operación 40, una misión encubierta de la agencia americana cuyo objetivo era el derrocamiento de Jefes de Estado contrarios a la política de Estados Unidos. Este individuo también fue colaborador directo de Frank Sturgis, que estuvo involucrado en el asesinato de Kennedy y, años más tarde, en el escándalo del Watergate. De hecho, fue Sturgis quien informó a la familia de Sanjenis de su supuesta muerte por causas naturales en 1974. Se cierra el telón. Se abre el telón y este hombre aparece de nuevo de portero suplente en el edifico Dakota en 1980 convirtiéndose en el principal testigo en el juicio contra Chapman. Fue él quien quitó de su mano la pistola todavía humeante a un catatónico Chapman después de que acabara con la vida de John Lennon que, a su vez, estaba siendo investigado por el FBI por su implicación, entre otras actividades, en las protestas contra la guerra de Vietnam o por su afinidad con Bobby Seale, el líder de los Panteras Negras.

Pero dejemos por un momento al margen el hecho de que Lennon, investigado por el FBI, fuera asesinado justo el día que trabaja de portero del Dakota un exagente de la CIA dado por muerto, y centrémonos en el asesino.

Mark David Chapman era hijo de un maltratador. Tenía miedo a su padre que agredía físicamente a su madre y, con casi total certeza, al propio Chapman. A los catorce años, acosado por sus compañeros de colegio, consumía entre otras drogas cocaína, LSD y heroína. Sufrió depresiones siendo adolescente y con 22 años se intentó suicidar conectando con una manguera de aspiradora el tubo de escape de su coche con el interior del vehículo. Su intento fracasó ya que la manguera se derritió rápidamente. Esta serie de elementos en la peripecia vital de un individuo podrían ser suficientes para predecir alguna patología con una significativa relevancia clínica. El hecho de que Chapman se casara precisamente con una japonesa parece un indicio de la identificación con el personaje, muy propia de los acosadores de celebridades, de forma que asesinando a Lennon expiaría sus propios demonios internos. Esta obsesión, muchas veces delirante, unida a las alucinaciones auditivas que confiesa en sus declaraciones, nos indica que Chapman podía padecer una esquizofrenia de tipo paranoide.

Cuando se comete un crimen en el contexto de una patología psiquiátrica es lógico que en el proceso judicial correspondiente se plantee una discusión forense sobre el grado de imputabilidad del acusado. Pero Chapman, en contra del criterio de su abogado, admitió su culpabilidad y se negó a hacer ninguna valoración pericial sobre su estado mental. En el año 2000, cuando ya llevaba 20 años en prisión, pudo acogerse al derecho de solicitar libertad vigilada, pero fue denegada. Su posible esquizofrenia paranoide jamás ha sido tratada ya que él no lo ha consentido. De alguna forma Chapman no quiere diluir ni un ápice de su protagonismo en el crimen con el diagnóstico de una posible patología. Sea como fuere, según la ley del estado de Nueva York, Chapman ha tenido derecho a una audiencia de libertad condicional cada dos años, habiendo sido denegadas las diez solicitudes que ha cursado desde el año 2000.

Con la repercusión mediática que tuvo este caso, también entra dentro de lo posible que haya inspirado crímenes posteriores. Apenas cuatro meses después del asesinato de Lennon, John Hinckley intentó asesinar al presidente Ronald Reagan con el único propósito de impresionar a Jodie Foster que, por aquella época, solo empezaba a brillar gracias a su papel de prostituta adolescente en Taxi Driver.  Se da la circunstancia que la policía encontró una copia de “El Guardián entre el centeno” entre las pertenencias de este desequilibrado, que era, precisamente, el libro de cabecera de David Chapman. Por si fuera poca la conexión, el padre de Hinckley, era presidente de la asociación cristiana World Vision, organización en la que estuvo empleado Chapman.

Lo curioso de esta conexión, muy cinematográfica pero real, es que World Vision actuó como un caballo de Troya para la inteligencia y los intereses de EE.UU. en América Central durante su apoyo a la contra nicaragüense. De hecho, era notoria la relación de alguno de sus responsables con el presidente Somoza. World Vision tuvo, además, un papel muy relevante en la ayuda y captación de los cubanos huidos tras la llegada de Castro al poder para, en algunos casos, reconvertirlos en agentes al servicio de la inteligencia norteamericana. Es decir, todo parece indicar que José Sanjenis podría haber sido reclutado por World Vision, con lo que podemos cerrar un círculo en el que quizás sea mejor no seguir escarbando.

En definitiva, en el juicio a David Chapman, no hubo pericial psicológica ni, como es lógico, tuvo ningún recorrido la teoría de la conspiración que acabamos de sugerir, a pesar de la presencia de Sanjenis en la escena del crimen y del hecho que jamás se haya vuelto a saber nada de este hombre tras su declaración en sala. Tampoco se mencionó algo que pudo percibir Lennon en la actitud de Chapman cuando éste le pidió que le firmara un ejemplar del álbum Double Fantasy, ya que el autor de Imagine le preguntó a quien se convirtió en su asesino: ¿Es esto todo lo que quieres?

John Lennon firmando el último autógrafo de su vida a David Chapman

 

Para saber más: San Juan, C. (2017). Una historia de los Beatles: Las claves del porqué son el mejor grupo de la historia. Barcelona: Ed. Ma non Troppo.

Porqué mata una mujer.

El perfil de las asesinas seriales

Desde que Gesche Gottfried fue sentenciada a muerte en 1831 por envenenar con arsénico a 15 personas, todas ellas próximas a su círculo social, se diría que este elemento químico ha tenido cierta popularidad en asesinas en serie posteriores. Nannie Doss, seducida por el afán de lucro, envenenó con arsénico a sus cuatro maridos, así como Judy Buenoano, que con idéntico móvil y con la misma sustancia, acabó con la vida de su marido, un novio y su hijo de 19 años.

Además de los casos citados, podemos recordar ahora a Kristen Gilbert, enfermera condenada por matar a cuatro pacientes inyectándoles epinefrina. O Dorothea Puente que fue acusada de envenenar a sus inquilinos más ancianos con el fin de cobrar sus pensiones. Hay notables excepciones a estos patrones, como es el caso de Aileen Wuornos ejecutada por los asesinatos de seis hombres a los que disparó a sangre fría después de recogerla haciendo autostop. O Rosemary West y Karla Homolka que, con la connivencia de sus respectivos maridos, violaron y asesinaron brutalmente a varias chicas adolescentes.

Como podemos constatar, las asesinas en serie existen, pero sus motivaciones difieren significativamente de las de sus homólogos varones, para quienes el sexo y el sadismo tienen un mayor protagonismo. Ellas tienden a adoptar un enfoque más pragmático en sus crímenes ya que son más propensas que los hombres a matar por lucro o venganza. Así mismo, a diferencia de los asesinos en serie masculinos que suelen atacar a víctimas desconocidas, las mujeres tienden a matar a personas dentro de su círculo familiar y social, bien sean menores o ancianos, novios y maridos. Y finalmente, siguiendo con las diferencias en el modus operandi, también podemos señalar la tendencia de las asesinas seriales al envenenamiento.

 

La educación y el contexto socio-cultural

Sea como fuere, parece que referirse al comportamiento violento de la mujer supone poner el foco de atención en un fenómeno extraordinario ya que, efectivamente, si atendemos al informe sobre homicidios en España, podemos comprobar que solo un 11% ha sido perpetrado por mujeres. La ratio de género que de forma abrumadora señala el ser “varón” como principal factor de riesgo del comportamiento violento ha propiciado, entre otras cosas, que hoy día sepamos tan poco acerca de la etiología del comportamiento agresivo en las mujeres. Este déficit de conocimiento es debido a que, por lo general, se ha intentado explicar la delincuencia femenina desde la perspectiva de las teorías existentes en relación a la delincuencia en general, lo que podría resultar poco pertinente considerando las diferencias de género existentes en lo que concierne, cuando menos, a la gestión de las emociones y los conflictos, o a las diferencias de crianza familiar con las niñas y con los niños. Por ejemplo, parece indiscutible que se ejerce más control en muchos aspectos de la vida de las niñas, en particular, en cómo pasan su tiempo libre y la clase de riesgos que se les permite asumir. Así, resulta evidente que para entender la etiología del comportamiento violento en las mujeres precisamos diferentes niveles de análisis y fijarnos en ellas, no en los hombres.

 

En relación a las causas: ¿Somos nuestro cerebro?

En este sentido es particularmente interesante la revisión realizada por Denson, O´Dean, Blake & Beames (2018) en la que se pone en evidencia que la magnitud de lo que ignoramos es muy superior a lo que verdaderamente sabemos.

A pesar de todo lo que popularmente se da por sentado y asumimos sin margen de réplica, incluso desde las ciencias criminológicas, estos autores constatan que los mecanismos neuronales que subyacen a la agresión siguen siendo poco conocidos en las mujeres. Dado que en la mayor parte de los estudios no se exploraron las diferencias de género, es imposible llegar a conclusiones firmes en este momento.

El mismo problema comparten los estudios de ERP (potencial relacionado con evento) medidos con electroencefalografía y las investigaciones que analizan el papel de determinadas hormonas (testosterona, cortisol, estradiol, progesterona y oxitocina). Efectivamente, no son concluyentes los mecanismos hormonales que subyacen a la agresión en las mujeres y serían precisos más estudios sobre las condiciones sociales específicas en las que algunas hormonas aumentan o inhiben su conducta agresiva.

 

En relación a las consecuencias: Violencia contra la pareja. Agresiones sexuales. Filicidios.

Algunos autores sostienen que las mujeres tienen la misma probabilidad que los hombres de cometer violencia contra la pareja aunque, obviamente, los hombres cometen un mayor número de agresiones físicas graves. En el caso de las agresiones sexuales, aunque son perpetradas principalmente por los hombres, Denson y cols. constatan que una pequeña proporción de estos delitos son perpetrados por mujeres, y es una casuística sobre la que no sabemos nada. Es fundamental que las investigaciones futuras confirmen o descarten lo que tal vez sean suposiciones simplistas sobre estos fenómenos y consideren el papel de la mujer en las relaciones agresivas.

Y qué decir del filicidio. Pese a que es constatable la alta prevalencia de asesinatos de menores a manos de sus padres, también existen mujeres que matan a sus hijos. Sin embargo, por ser actos tan execrables que se escapan a nuestra comprensión se tiende a pensar que ellos son intrínsecamente “asesinos” y ellas intrínsecamente “enfermas”, por lo que es más probable encontrar padres filicidas en la cárcel y madres filicidas en el psiquiátrico.

Si seguimos renunciando a explorar nuestra propia naturaleza por inercias ideológicas o por irrelevancia estadística, estaremos un poco más lejos de entender la etiología de la respuesta violenta en las mujeres y diseñar estrategias de prevención eficaces basadas en la evidencia.

 

Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Síntesis